Daniel Ortega y Rosario Murillo, al igual que en Macbeth, la tragedia de Shakespeare, representan la personificación de la ambición y el deseo de poder sin límites, que los lleva a cometer todo tipo de crímenes y a traicionar a amigos y personas a quienes se les debe lealtad.
En 1979, después de 40 años de una dictadura oprobiosa, el pueblo nicaragüense terminaba con la dinastía de la familia Somoza. La revolución popular sandinista abrió un camino de esperanza para Nicaragua, y se convirtió en un referente para terminar con las dictaduras militares oprobiosas, que en esos años oprimían a los pueblos de América Latina. Sin embargo, hoy día una nueva dinastía, de la familia Ortega-Murillo, oprime al pueblo nicaragüense.
La despreocupación gubernamental frente al incendio del 3 de abril del 2018 en la Reserva Biológica del Indio Maíz, produjo un inmenso impacto en el campesinado y la juventud. Inmediatamente después vino la reforma previsional, exigida por el FMI para reducir el déficit fiscal, la que aumentaba las contribuciones de trabajadores y empleadores del seguro social, pero reducía las pensiones a los jubilados.
Esos dos hechos fueron la chispa que incendia la pradera en Nicaragua, hechos que sacan a la luz una acumulada indignación sobre los abusos, la corrupción y las arbitrariedades del régimen Ortega-Murillo. Se despierta el reclamo contra la concentración de poder en manos del matrimonio, así como la delegación dinástica de cargos y negocios en sus hijos, lo que resulta insoportable para la gente sencilla.
El poder discrecional del gobierno se había fortalecido con el servilismo del Parlamento, el Poder Judicial y las autoridades electorales. Ortega-Murillo habían acumulado el poder total de las instituciones estatales, colocando a sus amigos y aduladores en puestos claves, eliminando así la transparencia en la gestión del estado. Entre otras cosas, ello permitió una reforma constitucional que le ha asegurado a Ortega la reelección perpetua.
Después de una década de autoritarismo, con intolerables agravios, emerge un levantamiento popular solo comparable a las heroicas luchas callejeras contra el somocismo. Durante las protestas del 2018, la policía, encabezada por Francisco Díaz, el consuegro de Ortega, junto a bandas paramilitares, asesinaron a 300 civiles, con miles de heridos, desaparecidos y torturados. Esta fue la respuesta del régimen orteguista frente a las demandas ciudadanas contra la arbitrariedad, el robo y la corrupción.
Más de un mes de protestas en 2018, con reivindicaciones que crecieron más allá de la reforma previsional, exigieron investigaciones independientes sobre la represión, responsabilidades gubernamentales y juicio a los culpables de los asesinatos. A ello se agregaron demandas sobre la democratización del país, la salida de Ortega y el adelantamiento de las elecciones. Hubo nulas respuestas gubernamentales. Por el contrario, el gobierno ha acentuado las actividades represivas.
Por su parte, la oposición ha desplegado variados esfuerzos para enfrentar las elecciones presidenciales de noviembre de este año. Sin embargo, el gobierno ha arrestado a los opositores más destacados, con burdas acusaciones de lavado de dinero y de traición a la patria. Curiosamente, los acusados y arrestados son candidatos presidenciales a los que se agregaron exguerrilleros sandinistas, que participaron en la lucha contra Somoza y que hoy día exigen la democratización del país.
En efecto, el gobierno mantiene bajo arresto a cuatro aspirantes presidenciales de la oposición: Cristiana Chamorro, Arturo Cruz, Félix Maradiaga y Juan Sebastián Chamorro García. A ellos se agregan el extitular del Consejo Superior de la Empresa Privada (COSEP) José Adán Aguerri (quien fue aliado de Ortega en su proyecto económico), el exvicecanciller José Pallais y las dirigentes opositoras Violeta Granera, Tamara Dávila, Ana Margarita Vigil y Suyen Barahona.
El exrevolucionario, reconvertido en dictador, imitando a Stalin, ordenó también en estos días la detención de tres relevantes figuras sandinistas, y antiguos compañeros de armas, viejos luchadores contra la dictadura de Somoza: Dora María Téllez, Víctor Hugo Tinoco y Hugo Torres. Los tres representan al histórico sandinismo que combatió duramente contra la dictadura somocista.
Torres formó parte de un comando guerrillero que en 1974 irrumpió en la casa de José María Castillo, destacado ministro de Somoza. Allí capturaron varios rehenes y lograron la liberación de decenas de presos sandinistas, entre ellos, Daniel Ortega. Posteriormente, a mediados de 1978, el mismo Torres, junto a Dora María Téllez (la comandante 2) participó en el asalto al Palacio Nacional (sede del Parlamento somocista), golpe de gran impacto nacional e internacional que inicia el derrumbe de la dictadura.
Torres, Tinoco y Dora María fueron posteriormente líderes indiscutibles en la ofensiva final que da al traste con la dinastía de Somoza. Y, durante el gobierno sandinista, Dora María fue ministra de Salud, Torres se convierte en el segundo jefe del Ejército y Tinoco en vicecanciller de la República.
Al detener a sus excompañeros de lucha, Ortega revela así su odio contra todos aquellos que renunciaron al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y más tarde se convirtieron en opositores a su régimen. Reprime así a sus propios camaradas, tal como Stalin lo hizo con la vieja guardia bolchevique.
Lo que resulta curioso, sin embargo, es que Ortega durante sus largos años de gobierno construye una sólida alianza con el Consejo Superior de la Empresa Privada (COSEP), respaldado por el FMI y el Banco Mundial. Recibe además el beneplácito de los Estados Unidos, a cambio de la garantía de control estricto del tráfico de droga, con una presencia activa de la DEA, en territorio nicaragüense.
Así las cosas, el nuevo gobierno “sandinista” con un claro viraje hacia la derecha, favoreció el enriquecimiento de la oligarquía tradicional, pero también el de una nueva burguesía, la burguesía orteguista.
El entendimiento del gobierno con el capital nacional y extranjero ha tenido su expresión más brutal en la concesión de la construcción de un canal interoceánico por territorio de Nicaragua, en favor de un aventurero de nacionalidad china. Se trata de una descarada entrega de soberanía nacional, que da continuidad a concesiones mineras, forestales y pesqueras, manejadas directamente por la familia Ortega Murillo y a sus allegados, y que han provocado el rechazo reiterado de campesinos y medioambientalistas. Por suerte, ese proyecto al final no pudo concretarse.
Por otra parte, hay que reconocer que gracias al crecimiento económico y a las políticas sociales de corte asistencial Nicaragua logró avanzar en la reducción de la pobreza. A este propósito fue útil la ayuda venezolana, con dineros que nunca pasaron por el presupuesto de la nación y que fueron manejados directamente por la pareja presidencial y sus allegados. Pero además, parte de esos fondos sirvieron para multiplicar los negocios de la familia presidencial, entre ellos, la compra de canales de televisión, administrados por los hijos de Ortega.
En las condiciones descritas fue fácil para Ortega reelegirse el 2011 y luego en el 2016, y gracias a una reforma constitucional, iniciar un tercer mandato; esta vez acompañado en la vicepresidencia por Rosario Murillo. Todos los esfuerzos opositores por construir una alternativa democrática han sido aplastados por Ortega y sus socios del Partido Liberal Constitucionalista, con el apoyo de las instituciones que monopolizan.
El excomandante Hugo Torres resume bien la naturaleza del orteguismo, comparándolo con el somocismo,
“Las similitudes entre el gobierno actual de Daniel Ortega y el tejido que logró armar la dictadura somocista da escalofríos. Daniel Ortega se ha apropiado del partido de la revolución, el Frente Sandinista. Lo ha desnaturalizado y lo ha convertido en su partido, en un partido familiar”.
En suma, Ortega privatizó al FSLN y el Estado, convirtiéndolos en instrumentos al servicio de su familia y allegados. Todas las instituciones del Estado –Poder Judicial, Poder Electoral, Fiscalía, Contraloría, Procuraduría de Derechos Humanos– están subordinadas a su control.
En los años ochenta, el FSLN no solo había tenido éxito en derrocar a la dictadura sino también en defender la revolución, negociar la paz y garantizar la alternancia democrática. Fue un proceso político inédito. Ello le consagró un masivo apoyo internacional de gobiernos de variado signo político y de ciudadanos de distintos países que llegaban a Nicaragua a apoyar la revolución.
Hoy, el FSLN de Ortega, y su gobierno, son una vergüenza. Deshonran la memoria de Sandino. El giro a la derecha económica y cultural, el nepotismo, la corrupción y, ahora, los asesinatos masivos de ciudadanos indefensos y la represión a las fuerzas políticas opositoras han borrado de una plumada el referente que la izquierda latinoamericana tuvo en el sandinismo.
Ortega funda su apoyo en la represión, porque ha perdido toda legitimidad. La mayor parte de los históricos comandantes ya no están con él y tampoco el exvicepresidente Sergio Ramírez. Los empresarios, la Iglesia y los propios norteamericanos, que habían sido su principal fuente de apoyo, se han pasado a la oposición. Se han dado cuenta que la ciudadanía rechaza masivamente la dictadura y que es inmenso costo seguir sosteniendo a Ortega.
Para los chilenos los sucesos trágicos que se suceden en Nicaragua son particularmente dolorosos.
Nuestra relación con Nicaragua tiene larga data. Rubén Darío, el padre del modernismo, escribe su primer libro, Azul, en Chile, apoyado por el hijo del presidente Balmaceda. Gabriela Mistral, nuestra poetisa insigne, se compromete con la lucha antiimperialista del general Sandino, quien la nombra abanderada del Ejercito Defensor de la Soberanía Nacional.
Finalmente, es imposible olvidar el papel jugado por revolucionarios chilenos en el triunfo del 19 de julio de 1979. Especialmente en el Frente Sur, la presencia militar de nuestros compatriotas fue determinante en la derrota de la Guardia somocista. Lo fue también el rol muchos chilenos en la reconstrucción de las nuevas instituciones nicaragüenses y en la defensa contra la agresión norteamericana.
Las esperanzas transformadoras y democráticas que, en su momento, el mundo entero cifró en Nicaragua se han visto frustradas por el gobierno vergonzante de Ortega-Murillo. Sin embargo, la valentía del pueblo nicaragüense, junto al sandinismo decente, enviarán al basurero de la historia a la actual dinastía como antes lo hicieran con Somoza. La ambición y pasión desenfrenada por el poder del matrimonio Ortega-Murillo, como en la tragedia de Macbeth, tienen fecha de término.