Respecto a la intención de un precandidato presidencial, de pedir al Ejército de Chile un “Estatuto de Garantías”, resulta necesario acudir a nuestra historia reciente.
Concluida la Guerra Fría, la historiografía se ha visto beneficiada con la masiva desclasificación de documentos estadounidenses y soviéticos. Los cables del Kremlin y del Departamento de Estado, los informes de la CIA, más su triangulación con fuentes locales, han permitido confirmar o refutar tesis comúnmente aceptadas.
Esta segunda lectura, fue impulsada inicialmente por los profesores Ulianova y Fermandois -entre otros connotados historiadores-, quienes analizaron diversas prácticas intervencionistas. Últimamente, investigadores jóvenes -Fonck, Gajardo, Hurtado y Pedemonte, entre otros-, han revitalizado el escrutinio de estos complejos tiempos.
Desde diferentes aproximaciones, en general estos trabajos concuerdan en cuatro elementos fundamentales:
En síntesis, la lógica de la Guerra Fría estuvo lejos de representar una subyugación chilena ante potencias extranjeras.
Entonces, si ningún sector del espectro político chileno obedeció directrices foráneas, cabe preguntarse: ¿por qué el Ejército de Chile lo habría hecho?
Analizando los mismos archivos, se evidencia que la relación entre el Ejército de Chile y EE.UU., en forma directa o mediante organismos interamericanos, se desarrolló en los mismos términos.
Los mandos de esa Institución, en conocimiento del poder político y obedeciendo sus orientaciones, buscaron referentes doctrinarios modernos, ante el nuevo escenario internacional, según las nuevas tipologías de conflicto y amenaza, guiados por la necesidad de actualización de conocimientos estrictamente profesionales.
Dicho lo anterior, es posible afirmar que la propia historia institucional de nuestro Ejército -con más luces que sombras- es garantía de su espíritu de servicio y entrega al conjunto de la sociedad chilena.