En una anterior columna, publicada en este medio el 24 de junio recién pasado, titulada “Pandemia en Chile: evidencias y reflexiones”, hicimos breve referencia a una disminución del suicidio durante la pandemia. En carta a El Mercurio de 2 de julio, el cardiólogo Alberto Estévez plantea con razón sus dudas frente a ciertas informaciones contradictorias. Hace notar que en carta publicada el 1 de julio en El Mercurio, con el título de “Acusación constitucional”, que firman M. Vergara, M. Aylwin, S. Eyzaguirre y T. Recart, afirman que “vinculado a la pandemia y la no asistencia a clases presenciales, se han generado altísimas tasas de suicidios y enfermedades mentales en la población infanto-juvenil”.
El Dr. Estévez pide en su carta aclarar las informaciones contradictorias sobre la variación de los suicidios en Chile y su desagregación por grupos de edad, durante este tiempo de pandemia. Sin duda alguna que la afirmación entregada por los autores de la carta “Acusación constitucional” merece revisar la evidencia, al menos en lo concerniente al suicidio, por la connotación pública de esta afirmación, más aún cuando están en vigencia nuevas medidas del Plan Paso a Paso que implican cambios importantes en la estrategia social para enfrentar la pandemia.
Pues bien, hemos recogido con mucha responsabilidad el guante arrojado por el Dr. Estévez. Hemos revisado según grupos de edad los antecedentes estadísticos que entrega el DEIS / MINSAL acerca de esta causa de muerte (lesiones autoinfligidas intencionalmente) en Chile, comparando la información de 2019 (año no pandémico) con el 2020 (año pandémico).
No es nuestra intención entrar a un debate analítico sobre esta dramática causa de muerte, solamente debemos mencionar que interactúan complejos factores causales personales y determinantes sociales próximos y estructurales. Con todo, cualquier suicidio es una derrota para la sociedad toda, ya sea se trate de población infanto-juvenil, que representa nuestro porvenir como nación, o de personas adultas mayores en el ocaso de su tiempo vital, a quienes debemos honrar por su entrega de toda una vida a la creación y el trabajo.
La OMS / OPS ha llamado la atención a los gobiernos por esta causa de muerte durante la pandemia. Hacen notar que el suicidio es un grave problema de salud pública rodeado de estigma, mitos y tabúes. Cada año cerca de 800.000 personas se quitan la vida en el mundo. Contrariamente a las creencias comunes, señala este organismo internacional, los suicidios se pueden prevenir con intervenciones oportunas, basadas en la evidencia y, a menudo, de bajo costo. Se estima que por cada suicidio consumado, hay más de veinte intentos. Se evidencia asimismo que existe una estrecha relación entre el suicidio y las enfermedades mentales, pues están presentes en más del 90 % de todos los casos de muerte por esta causa.
La OMS / OPS advierte que la pandemia de COVID-19 ha provocado pérdidas, sufrimiento y estrés. Pide centrarse en la prevención del suicidio, permanecer conectados unos con otros y ser conscientes de los signos de riesgo de suicidio y cómo responder. Aun en estos tiempos en que hay mayor distanciamiento físico, es relevante que las personas mantengan las conexiones sociales y cuiden su salud mental.
Según esta organización internacional en la región de las Américas, cada año se registran alrededor de 100.000 muertes prematuras por suicidio. La diferencia de género es muy marcada, pues los hombres constituyen aproximadamente el 79 % de todas las muertes autoinfligidas. Sin embargo, las mujeres presentan mayores intentos suicidas que los hombres. Uno de las razones que explican este escenario es que los hombres emplean métodos más violentos y letales.
Señala la OMS / OPS que, a pesar de un aumento de la investigación y el conocimiento sobre el suicidio y su prevención, el estigma que lo rodea persiste y quienes necesitan ayuda con frecuencia no la buscan, sintiéndose solos ante el riesgo. El desafío es real y debe afrontarse. El impacto de estas muertes en las familias, amigos y comunidades es devastador. Desafortunadamente, con demasiada frecuencia no se da prioridad al suicidio como un problema de salud pública importante.
Veamos datos globales sobre el suicidio en el mundo. Según el Banco Mundial, para el año 2019, la tasa de suicidio es de 9,2 por cien mil habitantes. Existen importantes diferencias según regiones del mundo: en América Latina y el Caribe esta tasa es de 6,2; en América del Norte de 15,7; en la Unión Europea de 11,3; en los países OCDE de 11,9. Ahora, si se compara a los países de ingresos altos con los de ingresos bajos, la tasa es de 13,4 y 6,1, respectivamente. Es claro que esta causa de muerte no se relaciona con la pobreza, como sí es el caso de muchas otras, ni tampoco con el tipo de sociedad o modelo de desarrollo.
En América Latina y el Caribe hay datos impresionantes sobre esta causa de muerte que nos entrega el Banco Mundial: el país con la tasa más alta por cien mil habitantes es Guyana con 40,3, de hecho, la más elevada del mundo. Lo sigue Surinam con 25,2; Cuba con 14,5; Uruguay 21,2. Chile aparece con una tasa de 9,0 en esta referencia, siguiéndolo de cerca Argentina con 8,4.
Para que tengamos una idea de esta tasa en países desarrollados que habitualmente referenciamos, diremos que la tasa de EE.UU es de 16,1 y la de España de 7,7.
Veamos ahora qué ocurre en Chile, de acuerdo con la información que hemos podido recopilar y desagregar de la fuente del DEIS / MINSAL (ver tabla al final del texto).
Una visión histórica reciente muestra un ritmo irregular en el tiempo de la tasa de suicidio por cien mil habitantes: en 1970 era de 6,1; en 1980 de 4,8; en 1990 de 5,6; en 2000 de 9,6; en 2010 de 11,7 (su punto más alto) y en 2018 de 9,7 (ver).
Como veremos a continuación, la evidencia muestra que los suicidios han bajado en Chile durante la pandemia. En una interesante columna publicada en CIPER, publicada el 29 de enero de 2021 por A. Jiménez, F. Duarte y V. Martínez, plantean que la evidencia internacional basada en epidemias anteriores, muestra que los suicidios disminuyen debido a que las personas sometidas a estas difíciles experiencias tienden a apoyarse mutuamente, fortaleciendo sus vínculos sociales. Los autores apuntan que “en la situación actual, la expansión acelerada del virus podría también alterar nuestras percepciones de la salud y la muerte, haciendo que la vida nos parezca más valiosa, la muerte más temible y el suicidio menos probable”.
En Chile, durante el año 2019 (sin pandemia) se registraron 1.901 suicidios, el 1,73 % del total de fallecimientos. El 81,7 % en hombres y el 18,3 % en mujeres. Esta cifra inequitativa de género es coincidente con los antecedentes internacionales presentados anteriormente. En 2020 (año de pandemia) los suicidios disminuyeron a 1.590, el 1,29 % del total de fallecimientos. El 82,7 % en hombres.
Solo a modo referencial diremos que, en lo que va corrido del presente año 2021 (corte 30 de junio), se han registrado 659 muertes por lesiones autoinfligidas intencionalmente. Esto significa un promedio de 110 personas que han fallecido cada mes por esta causa. En 2020 este promedio fue de 133 personas y en 2019 de 158 personas. Los suicidios durante este primer semestre muestran una clara curva descendente respecto de los años previos.
En nuestro país la tasa de mortalidad por suicidio por cien mil habitantes en 2019 fue de 9,95 y en 2020 baja a 8,17. En cuanto a la desagregación por edad y sexo sintetizamos lo siguiente:
La disminución de los suicidios en Chile durante la pandemia no nos debe hacer bajar la guardia en ningún momento respecto de esta sensible causa de muerte. Es más, si algo podemos decir es que, cuanto más nos sintamos parte de una comunidad basada en los afectos y la cercanía social, es mayor la probabilidad de invitar a otro ser humano a tomar cuidados terapéuticos e incluso simplemente escucharlo y de esta forma seguramente podremos motivarlo a una vida digna de ser vivida y no aspirar a terminar con ella.
La era de la pandemia está siendo un aprendizaje para replantear nuestras vidas, nuestras compañías y soledades. Es un tiempo para conectarnos con nuestro ser interior y lograr mayor conexión entre este y el mundo material. Además, si bien la empatía, la solidaridad y la reciprocidad son conceptos conocidos, hoy en día cobran renovada vigencia frente a las vicisitudes de nuestra vida en pandemia.
Finalmente, consideramos necesario hacer una nota de advertencia respecto de este sensible tema. Desde los tiempos de Emile Durkheim, iniciador de los estudios científicos sobre el suicidio, las controversias sobre sus causas y modo de presentación son innumerables. Las cifras indican que siempre una parte de la población cometerá suicidios, y que la tasa de intentos suicidas es muy superior a los suicidios consumados. La atribución de causas sigue siendo motivo de estudio, pues bajo cualquier circunstancia siempre una proporción de las personas elegirá poner fin a su vida por lesiones autoinfligidas. Ante las conmociones sociales, hay que recordar la pluricausalidad del fenómeno; pese a que intuitivamente parece ser una decisión individual, no hay que olvidar la anomia (como fenómeno social de desorientación generalizada) y el llamado suicidio diádico, en que el acto suicida persigue no solamente dañar a quien lo comete sino a otras personas del entorno, son difíciles de dilucidar.
El estudio prospectivo y descriptivo requiere un continuo examen de las causas y, sobre todo, del impacto que la conducta suicida y la ideación suicida (sin llegar a consumar el acto) tienen sobre la población. Esto es relevante al considerar la forma en que los medios de comunicación informan. No debe descuidarse el “síndrome de Wether”, que alude a la “epidemia” de suicidios que siguió a la famosa obra de Goethe, que llama la atención sobre el efecto de contagio que tiene la difusión de estos casos en la prensa, la televisión y, hoy en día, las redes sociales.
Como problema de salud pública, hay que destacar la multifactorialidad de las causas y la necesaria prudencia que debe ejercerse al examinar las cifras. Considerar el fenómeno un problema de salud pública no debe significar censura moral, aunque en algunas tradiciones religiosas y jurídicas siga siendo reprochable y prohibido.