La asunción de autoridades regionales electas por las propias comunidades territoriales marca el inicio de una primavera que, debiera permitir que a lo largo de nuestra rica y variada geografía, puedan brotar iniciativas y esperanzas largamente acumuladas en el cada día más insoportable invierno centralista.
Las nuevas autoridades deberán liderar procesos de desarrollo escuchando a su gente, definiendo con ella, las políticas y proyectos a que destinarán los siempre insuficientes recursos públicos. A veces acertarán, otras se equivocarán, como todo en la vida, pero en cada caso serán decisiones y responsabilidades autoasumidas y por lo tanto, más legítimas.
Poco a poco irán perdiendo gravitación decisiones tomadas por desconocidos funcionarios que, desde cientos de kilómetros imponían normas y proyectos inadecuados e inoportunos a las necesidades locales. El cambio ocurrido no es menor, los intendentes respondían al poder central, las y los nuevos gobernadores regionales responden a su comunidad. La descentralización no será la panacea, pero nos hará más dignos.
La historia recordará muchas iniciativas que, desde los albores de la república procuraron una distribución más equilibrada del poder y de los beneficios del desarrollo. Algunas de ellas, fueron sometidas por el poder de las armas; otras abortadas por la necesidad de asegurar una evolución política ordenada lo que requería un férreo control centralista; y en épocas recientes se ofreció avanzar con gradualidad, cuya velocidad debía definirse en las ocho cuadras del centro capitalino. Todo lo anterior envuelto en una concepción que siempre, incluso hasta hoy, desconfía de las capacidades de las comunidades territoriales para identificar sus problemas, potencialidades y desafíos, y definir políticas y proyectos para alcanzarlos. A esto es lo que se ha llamado el centralismo cognitivo.
El actual hito descentralizador está jalonado por muchas iniciativas que, lograron florecer rompiendo la aridez centralista. Una de ellas, fue la consagración de las municipalidades que, desde instancias meramente simbólicas, poco a poco fueron adquiriendo mayor peso político y administrativo. La idea de las asambleas provinciales, si bien fallida, abrió una posibilidad, al menos en el debate intelectual. La creación de los Gobiernos Regionales, aunque sometidos al férreo control santiaguino a través de Intendentes designados y presupuestos magros y llenos de regulaciones, fueron una instancia que inició el camino para avanzar en la creación de administraciones supra-comunales con mayor autonomía.
Los Consejos Regionales, más allá de sus limitaciones, han sido una instancia que, por primera vez, permitió a representantes de las diversas provincias y localidades, converger en un espacio lleno de simbolismo, cual asamblea regional, y adquirir experiencia en la definición de políticas públicas y, sobre todo, construir en la discrepancia legítima y en el consenso una mirada sobre el desarrollo de sus regiones.
Sería injusto ignorar los diversos movimientos locales, especialmente en la zona norte y sur, a CORCHILE, Los Federales y la Fundación Chile Descentralizado. Mujeres y hombres que desafiaron el sentido común y se atrevieron a decir Santiago no es Chile.
La historia de la descentralización chilena juzgará a diversos gobiernos que no cumplieron sus promesas, y a parlamentos que, con mayoría de representantes electos en regiones, sistemáticamente aprobaron leyes –como las de financiamiento municipal, de educación superior o anualmente las de presupuesto-, que afianzaban el centralismo.
Probablemente uno de los capítulos más interesantes que rescatarán las y los historiadores, será el aporte histórico y comprobado de las universidades regionales al proceso descentralizador. La creación de las universidades de Concepción, Santa María y Austral, de las sedes regionales de las universidades de Chile y Técnica del Estado, hoy convertidas en 14 instituciones autónomas, de las 5 universidades católicas regionales, y más recientemente de las de O´Higgins y Aysén, fueron una irrupción compleja y resistida por miradas centralistas que las veían como innecesarias o fuentes potenciales de desestabilización del orden académico establecido.
En todos los casos, las 22 universidades regionales fueron producto de demandas y movilizaciones de comunidades locales que anticipaban que su desarrollo requería la formación local de técnicos y profesionales y, de la creación de conocimientos que les permitieran dar respuestas más apropiadas a sus problemas y potencialidades.
El desarrollo de estas instituciones está íntimamente vinculado al de sus comunidades. Ambas han soportado el centralismo abusivo y también han buscado caminos de progreso más auténtico y pertinentes a sus realidades.
Así como las universidades formaron ayer y hoy a quienes a lo largo de Chile enarbolan las banderas regionalistas, ellas también han explicitado su compromiso y convicción de seguir aportando en los nuevos derroteros, profundizando el compromiso que justificó su creación y que, aún con más fuerza y convicción marcará su proyección futura.
José A. Abalos
Director Ejecutivo
Agrupación de Universidades Regionales de Chile (AUR).