Las “guerras culturales” han llegado a las costas chilenas. En realidad, hace tiempo ya que se vienen librando en la polarizada sociedad post estallido de octubre del 19’. De acuerdo a un estudio publicado recientemente por el Policy Institute de King’s College London, el término “guerras culturales”, en sí mismo tan guerreado como impreciso y cargado de ambigüedad, fue popularizado por James Davison Hunter en su libro de 1991 titulado “Culture Wars: The Struggle to Define America”. En su obra, Hunter describe una lucha ideológica entre dos posturas extremas que defienden visiones opuestas de la sociedad estadounidense: una ortodoxa o conservadora y otra progresista o moderna. Dicha confrontación es el síntoma de las grandes transformaciones que la sociedad moderna norteamericana ha experimentado desde la década de 1960 y que se han agudizado con posterioridad a la Guerra Fría – acaso, a falta de un enemigo externo formidable – en especial durante los últimos años con la elección presidencial de Donald Trump, el cambio climático, la pandemia del Covid-19 y el movimiento “Black Lives Matter”.
¿Los campos de batalla? Las guerras culturales se libran en torno a una diversidad de tópicos, incluyendo los en Chile denominados “temas valóricos” como el aborto y el matrimonio igualitario, así como otras problemáticas sociales como el sexismo, el clasismo y el racismo. Habiendo salpicado ya al otro lado del Atlántico, las guerras culturales han adoptado últimamente en Reino Unido la forma de la confrontación entre los revisionistas de la historia colonial británica y los conservadores empeñados en hacerle la guerra a la cultura “woke”. Y aunque Chile, en su proverbial insularidad, crea estar exento de tales polémicas, en los últimos días una oblea rellena con crema y bañada en chocolate se ha encontrado en medio del fuego cruzado.
La reciente decisión de Nestlé de cambiar el nombre de la popular galleta “Negrita” por el de “Chokita” ha provocado una ola de reacciones y comentarios en redes sociales. Pero no se trata simplemente de una decisión corporativa trivial, sino que ésta ha alcanzado los salones donde se conduce, en este momento, la más alta política nacional: la Convención Constitucional, donde un grupo de Convencionales de derecha decidieron aparecer consumiendo la tradicional oblea en su empaque original.
¿Se trató de una continuación de la humorada de redes sociales? Difícilmente, puesto que la Convención Constitucional es en estos momentos el epicentro donde se desarrolla una hazaña política que hará época: nada menos que la redacción de una nueva Carta Fundamental, la más participativa y democrática que ha visto la historia de Chile. Nada de lo que ocurre en la Convención es trivial, o cuando menos, no debería serlo.
En efecto, lo que los Convencionales transmitieron con este mensaje es un claro rechazo al contenido de la decisión corporativa de Nestlé, la cual señaló: «Esta decisión es el resultado de una evaluación impulsada por la compañía que busca identificar conceptos que pudieran considerarse inapropiados, a la luz de la mayor conciencia sobre las marcas y su lenguaje visual respecto del uso de estereotipos o representaciones culturales». Habiendo podido sencillamente omitir cualquier pronunciamiento sobre el episodio, estos Convencionales decidieron emitir su propia opinión, evidentemente contraria y en resistencia a la mirada progresista o “woke” de Nestlé. ¿Lo que está en juego? La identidad de un país y sus valores tradicionales, una lucha por definir el “significado” de una nación en palabras de Hunter, o por defender lo que Ignacio Socías ha denominado en su hilarante nuevo podcast “El Carácter de la República”.
En efecto, este episodio aparentemente banal es sintomático de ciertas tensiones y confrontaciones que se han venido incubando en Chile cuando menos desde el estallido social. El hecho de que durante las masivas protestas de 2019 se haya enarbolado la Wenufoye o bandera de la nación Mapuche con mucho mayor frecuencia que el pabellón nacional; la protesta frente a la entonación del himno durante la ceremonia de instalación de la Convención Constitucional; la polémica acerca del uso de la lengua Mapudungún durante las sesiones de la Convención; y este reciente despliegue de Negritas en el edificio del ex Congreso por parte de algunos Convencionales, son todos señales de nuestra propia versión criolla de las “guerras culturales”, sea que le llamemos de este o de otro modo.
Pero, ¿se ve realmente amenazada la identidad nacional por una maniobra comercial como la descrita? ¿Quién define lo que es Chile? O más bien ¿quién es Chile? “¡Colo-Colo!” se aprontarán a responder los hinchas del equipo más popular del país. De hecho, muchas de las banderas que se podían observar ondeando junto a la Wenufoye en las masivas protestas del estallido social correspondían, precisamente, a los colores de equipos de fútbol – quizás una de las últimas grandes fuerzas de integración social – incluyendo al cacique Colo-Colo. ¿Por qué el emblema de Colo-Colo no es racista y el nombre “Negrita” sí lo es? La respuesta está en el fútbol, pero el americano, así como también en el azúcar, pero la del jarabe de maíz y los panqueques.
La trágica muerte de George Floyd en Estados Unidos, asesinado por un policía en mayo de 2020, provocó un movimiento de protestas en todo el mundo, bajo la rúbrica “Black Lives Matter”. Entre las múltiples repercusiones de este movimiento, a mediados de 2020 dos compañías estadounidenses decidieron cambiar el nombre a sus productos: tras años de controversias, el equipo de fútbol americano de los Washington “Redskins” (“pieles rojas”) pasó a denominarse “Washington Football Team”; mientras que la popular marca de productos de desayuno “Aunt Jemima” (la “Tía Jemima”, un personaje ficticio de raza negra evocativo del Sur esclavista) pasó a llamarse “Pearl Milling Company”. Las razones de tales cambios están directamente vinculadas al racismo endémico que ha caracterizado a la historia de Estados Unidos, sea en la forma de su expansión territorial genocida en desmedro de los pueblos indígenas de aquella masa continental, o bajo el brutal régimen de esclavitud y posterior segregación legal y social en contra de personas de ascendencia africana.
A la luz de estos ejemplos comparados, cabe la pregunta: ¿Es la marca “Colo-Colo” racista, como lo era la marca “Redskins”? En los logos de ambos equipos deportivos puede observarse el orgulloso perfil de un indígena americano. ¿Por qué el escudo de los Redskins provocó años de polémica, mientras el escudo de Colo-Colo ondea majestuoso en todas las calles de nuestro país? La respuesta salta a la vista: en Estados Unidos casi ninguna persona posee la apariencia física de un “Redskin” o piel roja, pues fueron casi todos exterminados; en Chile, muchos de nosotros podríamos vernos reflejados en la efigie del cacique, producto del mestizaje practicado en el Imperio Español. En otras palabras, el logo de los Redskins era un recordatorio constante para la sociedad estadounidense de uno de los mayores crímenes cometidos por sus ancestros, mientras que el logo de Colo-Colo nos remite a una historia que comienza de manera plurinacional y continúa viva gracias al vehículo del mestizaje. Al revisar esta, nuestra historia, debemos siempre cuidarnos tanto de la autocomplacencia ciega al racismo atávico, como también de lo que María Elvira Roca ha denominado “imperiofobia”.
¿Y la Negrita? ¿Es tan racista como Aunt Jemima? Admisiblemente, la Negrita no tiene asociada una imagen particular. Es simplemente un nombre, una palabra. Sin embargo, las palabras importan, construyen y modifican realidades, tanto como las imágenes – y a veces más que éstas. Si bien Chile no posee una trágica historia de esclavismo y discriminación racial en contra de personas de ascendencia africana al nivel de lo que puede observarse en Estados Unidos, lo cierto es que Chile continúa siendo una sociedad racista, con todo y mestizaje, en la cual mientras más claro sea el color de nuestra piel, más fácil será nuestra vida porque estaremos expuestos a menor discriminación en base a nuestra apariencia física. Al contrario, las personas de ascendencia africana en Chile, cuyos números han aumentado significativamente durante las últimas décadas producto de la inmigración, están constantemente expuestas al prejuicio y la discriminación basados únicamente en el color de su piel.
Tal vez la Negrita no sea tan racista como Aunt Jemima, pero en el espectro de la discriminación/no-discriminación definitivamente se ubica más cerca de la Tía y de los Redskins que de Colo-Colo. La pregunta que debemos hacernos, ahora que la decisión de cambio de nombre ya está tomada y ha rendido todo el interés público que habría podido ofrecer una acción corporativa tal, es el tipo de sociedad en la que queremos continuar viviendo: una históricamente plurinacional, continuada en la forma del mestizaje y la inmigración ininterrumpida, o una donde nuestra apariencia sea usada como recurso para recordarnos nuestros pecados, nuestras diferencias, y, por supuesto, para vendernos cosas.