La llegada de Elisa Loncon a la presidencia de la Convención Constitucional, además de ser un orgullo, representa una oportunidad real para aspirar a una Constitución pluralista. En su discurso, esta docente y lingüista, de gran trayectoria en el trabajo sobre interculturalidad, enunció sus intenciones sobre construir una nueva Constitución que tribute a la construcción de un país plurilingüe y pluricultural. Si bien su intención suena ambiciosa, no deja de ser esperanzadora para quienes esperamos por un reconocimiento y valoración de la diversidad cultural y lingüística, lo que, en un mundo globalizado, permitiría fortalecer un contrato social inclusivo y con perspectiva de futuro.
Las nociones de plurilingüismo y pluriculturalidad son urgentes para países como Chile. Dichas concepciones han predominado en países como Paraguay, Bolivia, Canadá y el continente europeo, los que, al haber avanzado en estas materias, han podido otorgar oportunidades más igualitarias para el ejercicio de la ciudadanía y la construcción de identidades tanto individuales como colectivas, basadas en el reconocimiento y la afirmación de dichos actores. Dichas nociones requieren de un cambio paradigmático de cómo se entienden la lengua y el lenguaje.
Las denominadas ciencias del lenguaje han convergido en una idea más culturalista que se plasma en una visión de las competencias lingüísticas, en la que se integran y desarrollan la identidad y la cultura, en un proceso dinámico y cambiante de las personas y las comunidades. Esto implica el reconocimiento del patrimonio lingüístico y cultural como las bases necesarias para lograr un aprendizaje de calidad en el desarrollo de tales competencias.
En Chile, contrariamente a lo que indica la literatura especializada, además de entregar respuestas tardías e incompletas para el trabajo educativo de las poblaciones indígenas, se ha mantenido una tradición pedagógica centrada en la hegemonía del castellano o español como lengua única. Es a partir de esa visión que, hasta el día de hoy, en las escuelas se mantienen formas de enseñanza que niegan los patrimonios lingüísticos y se abocan a una mirada unívoca del lenguaje, coartando la expresión natural y necesaria de niños y jóvenes que traen al espacio escolar, formas personales de decir y estar en el mundo.
De allí que instalar los conceptos de plurilingüismo y pluriculturalidad en una nueva Constitución no solo tendría consecuencias relevantes para una nueva visión de país, sino que impactaría directamente en los procesos educativos, desde el currículum escolar hasta la didáctica del lenguaje, incluyendo la formación inicial y continua de los docentes y una nueva manera de gestionar los espacios escolares. En este escenario la multivocalidad sería el medio y el horizonte, reformular las aulas y saldar la deuda que el sistema educativo chileno tiene para con las comunidades de pueblos originarios, cuestión a la que hoy se suma la difícil integración de estudiantes migrantes, en particular, de lenguas distintas al castellano. Gracias a dichos cambios, se podría fortalecer el aseguramiento de trayectorias educativas más equitativas, con posibilidades de crecimiento reales para todos y todas, y, en especial, para estos nuevos chilenos quienes, en las condiciones actuales, corren el riesgo que ya sufrieron las poblaciones que existían en Chile desde mucho antes de la llegada de los españoles.
La figura de Elisa Loncon y los lineamientos que ella representa, son una oportunidad que Chile no puede despreciar para avanzar hacia una sociedad inclusiva que reconozca, desde las aulas, formas lingüísticas diversas, con repertorios lingüísticos y conocimientos de mundo plurales, luchando contra las actuales asimetrías de poder entre lenguas, culturas y prácticas letradas.