La semana pasada fue el día del peatón, o sea, de las y los caminantes de la ciudad. Caminar es un modo de transporte sustentable, inclusivo y democrático: niños, jóvenes, adultos y personas mayores pueden caminar por la ciudad. Caminar es además saludable: varias investigaciones han mostrado que la caminata ayuda a regular la presión arterial, a mantener el colesterol en niveles adecuados y permite conservar un peso adecuado. Otros estudios revelan que caminar contribuye al bienestar mental.
En un contexto de emergencia climática, que requiere reducir drásticamente emisiones y donde Chile ha sido considerado como uno de los diez países más afectados a nivel mundial, parece conveniente preguntarse sobre las condiciones y los entornos urbanos por donde se mueven los peatones, y si nuestras ciudades facilitan la caminata.
Por el lado de la norma, está claro que estamos al debe. La Ordenanza General de Urbanismo y Construcciones (OGUC) define estándares muy bajos para las veredas (ancho mínimo de 1.2 metros) que no permiten que, por ejemplo, dos sillas de ruedas puedan pasar al mismo tiempo o que dos personas caminen cómodamente por ellas. Al mismo tiempo, el estado de las veredas tiene diferencias muy importantes a nivel comunal: según la Cámara Chilena de la Construcción (2017), mientras las veredas de Ñuñoa tienen un valor de 1.53 (de un máximo posible de 1.72, que equivale a veredas óptimas), las veredas de La Pintana tienen un valor promedio de 1.14.
Junto con la norma y el estado de las veredas, existen otros obstáculos importantes para quienes caminan. Uno de ellos son los tiempos de los semáforos, que definen el tiempo necesario para cruzar una calle. Si el tiempo es muy corto, una persona mayor o una persona que camina más lento, no podrá cruzar la calle o lo hará con temor de ser atropellada, y al poco tiempo dejará de cruzar esa calle. Por ejemplo, una calle como Avenida Grecia, de 40 metros, ofrece a los peatones 27 segundos para ser cruzada, lo que significa una velocidad promedio de casi 1.5 metros por segundo. Eso considerando que las personas crucen la calle justo en el cambio de luz, lo que no siempre ocurre, pues hay muchos autos que pasan cuando la luz cambia a rojo.
Sin embargo, las personas mayores se mueven a velocidades mucho menores y muy diversas (entre 0.8 y 1.3 metros por segundo), lo que obliga a muchas a esperar en el bandejón para poder cruzar. El caso de Avenida Grecia ilustra lo que sucede con numerosas calles del país. Es decir, muchos de los semáforos están programados con tiempos peatonales insuficientes, por lo que los peatones no alcanzan a cruzar las calles, o bien tienen tiempos de espera muy altos, lo que desincentiva la caminata.
Se suele pensar que el tiempo de los semáforos es algo muy técnico, que nada tiene que ver con la gestión urbana. La realidad es justamente la contraria: el tiempo de los semáforos refleja una idea sobre quién debiera tener prioridad en la ciudad. Si creemos que son los autos, no las personas, los que debieran moverse rápido, haremos que los autos esperen poco; si pensamos que es al revés, los tiempos de los semáforos debieran estar pensados para todos los tipos de caminantes, incluyendo las personas mayores. Es importante destacar que cambiar los tiempos de los semáforos es algo que no exige grandes inversiones, sino un cambio de mirada sobre a quiénes priorizar en la ciudad.
Es hora de que las autoridades urbanas promuevan condiciones y entornos que faciliten la caminata. Esto con el fin que caminar sea seguro, cómodo y placentero para todas las personas, independientemente de su edad, género o condición. Partamos por cambiar los tiempos de los semáforos.