Podemos acreditar con certeza que la democracia no está en la Presidencia de la República, es decir, en la cabeza del Estado nación, tampoco está en los partidos políticos que gobiernan, ni en las oposiciones políticas, sino que la democracia, por definición, está en los pueblos que cogobiernan, colegislan y comparten derechos y deberes en una justicia con capacidad restaurativa.
“La mente no está en la cabeza” es un eslogan utilizado por el científico chileno Francisco Varela, en su libro El fenómeno de la vida, para descartar la metáfora en que la mente es considerada como el software y el cuerpo como el hardware. La mente o los procesos cognitivos de todo tipo, incluyendo los diversos flujos sensorio-motrices, vinculados a todas nuestras inteligencias, codeterminan nuestra capacidad de conocer y de reconocer al situarnos en el espacio que coemerge entre lo interno y lo externo. De este modo, no podemos decir qué está afuera o adentro si no es a través de la experiencia, de nuestra capacidad de explorar el o los mundos.
La otra consecuencia que se deriva de esto, y que ha sido menos enfatizada, es que la mente es inseparable del organismo como un todo. Dicho esto, podemos señalar que la democracia es un fenómeno que se manifiesta en la experiencia de las personas. Al respecto, cabe indicar que esto es complicado en un país que por más de 200 años ha cultivado una cultura autoritaria, sostenida en la idea de la representación del poder por parte de élites de distinto signo (conservadoras, liberales, cívico-militares, socialdemócratas, neoliberales) y no precisamente en la idea que la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
El poder constituyente se encuentra actualmente en una página blanca de preñez, para ser coloreada por los pueblos, los territorios y las identidades. De esta manera, la democracia, después de más de dos siglos, se constituye como un espacio vital y dialógico, para abrazar y recorrer trayectorias sobre nuevos derechos, deberes, instituciones, codeterminando nuevas estructuras para el ejercicio del poder, y abre paso a una nueva cultura e infraestructura para construir paz sostenible, en medio de la madre de todas las crisis en curso: la crisis ecológica.
Un fenómeno similar en relación con el planteamiento de Varela –“la mente no está en la cabeza”– lo observamos en los procesos de prevención y gestión de crisis institucional, cuestión no menor a partir del estallido del 18 de octubre del 2019, que develó una crisis de legitimidad institucional sistémica en Chile y que luego, producto del acuerdo político alcanzado en un clima de incertidumbre por las élites parlamentarias el 15 de noviembre de ese año, devino en la apertura del actual proceso constituyente. En este contexto, la comunicación de crisis de la cabeza del gobierno se separó del cuerpo y el alma de Chile, informando que “Estamos en guerra…”, desde una cabeza arraigada en creencias.
La tradición indica que las crisis se sitúan en el área de comunicaciones de las instituciones. La gestión de la comunicación de una institución engloba diversos asuntos, dentro de los que se encuentra la comunicación de crisis. Tomando la idea fenomenológica de Varela, la comunicación de crisis es tratable de forma integrada en las instituciones; sin embargo, su modo de organización responde internamente a personas especializadas en comunicación, ubicadas en órganos específicos como departamentos, áreas o gerencias de comunicaciones. En el caso de ausencia de este órgano interno, la tradición institucional se inclina por convocar a expertos externos en comunicación estratégica y relaciones públicas.
Aunque parezca obvio señalarlo, la comunicación está presente en todo el cuerpo o materialidad espacio temporal de las instituciones y sus vínculos sistémicos y ecosistémicos. Si la mente no está en la cabeza, entonces la comunicación de crisis no debiese estar en el departamento o dirección de comunicaciones de la institución y tampoco lo está en expertos externos. El enfoque compartimentado centrado en un órgano, así como el enfoque de expertos, tiene el problema de manejar un nivel específico de preparación y respuesta reactiva frente a las crisis.
¿Cómo se conecta esta derivada técnica de la comunicación de crisis institucional con la coemergente democracia del Chile constituyente? Se conecta desde las ciudadanías organizadas que cohabitan en los diversos territorios y se hacen parte del fenómeno de las crisis, como también lo expresó el general de Ejército, precisando “yo no estoy en guerra con nadie”, mientras diversas identidades desterritorializadas y descentradas de la política de las élites grababan en sus pancartas, paredes y canticos “No son 30 pesos, son 30 años” o “Chile despertó”.
Cuando la comunicación se aprecia en el conjunto de la organización humana como sangre circulando por un cuerpo vivo y no como un órgano (área o departamento) de ese cuerpo, las instituciones y, por supuesto, los países, las naciones y los pueblos amplifican sus capacidades de prevención y de gestión de crisis e incrementan su potencial como organizaciones e identidades inteligentes abiertas al aprendizaje.
Las áreas u órganos de la institución (gobierno nacional, poder regional o local y barrios) se nutren de información o códigos que, puestos en circulación, hacen más comprensible el rol que sus miembros tienen frente a la prevención y gestión de crisis. El rol que cada miembro puede jugar en forma natural como agente activo de comunicación es clave para comprender la naturaleza y dinámica de las crisis, teniendo un efecto en la cogestión de la imagen o la importancia de la reputación de lo nuestro o de las entidades de las cuales formamos parte.
Pensar y actuar de manera coordinada e integrada es el gran desafío de la comunicación en todo tipo de organización humana y, evidentemente, de la comunicación de crisis en las instituciones. Esto explica, entre otros asuntos, por qué la Lista del Pueblo duró menos que una raya en el agua al pensar su proyección desde la cabeza órgano o por qué, desde el 18 de octubre del 2019, la Presidencia de la República, en tanto cabeza, dejó de gobernar en este nuevo ciclo que emerge en Chile.
Hoy en día es impensable plantear como axioma el hecho de “quien controla los medios, maneja las crisis”. Esta creencia parte del supuesto de un control o poder frente a los medios que dejó de existir ante un cambio gravitacional del poder de la información y el uso de ese poder en circulación de nosotras, las personas con acceso a microdatos y megadatos. El poder de actuación de cualquier miembro de la comunidad local y global y el manejo de las comunicaciones se ejerce de manera oblicua, viral, descentralizada y desterritorializada y, por cierto, fuera del control de quien pretende pautear a los medios, los cuales, por cierto, se suman a las instituciones en crisis.
El Chile constituyente que comienza a surgir en medio de estratagemas de acción y reacción ya no nos incomoda y nos invita a la adaptabilidad, porque estamos entendiendo que las crisis, los conflictos, los procesos de diálogo y negociación son consustanciales a la democracia, algo así como coedificar la materialidad y espiritualidad de un país antisísmico en lo político, social y económico resiliente a las rupturas que, por lo general, han sido propiciadas y auspiciadas por las élites a lo largo de nuestra historia.
El Chile constituyente del “nosotras” de Bassa y de la “plurinacionalidad e interculturalidad” de Loncon ha ido fortaleciendo el aparato inmunológico del país. Estamos entrando en una fase interesante de la historia de Chile, donde la política no está entregada únicamente a la acción de los políticos de cargos, ni la economía va a estar en manos exclusivas de los economistas. Probamente, en las transformaciones que vengan la educación no va a estar constreñida a las salas de clases, ni la salud a las recetas médicas y la mercadería farmacéutica. La crisis ecológica en curso también nos convoca a construir nuestros hábitats compartidos pletóricos de huertos, más allá de los planos de arquitectos y las “soluciones” habitacionales de la autoridad vigente. Techo y sustento a escala de las comunidades resilientes en armonía con la naturaleza.
Dialogar, abordar conflictos y crisis, así como negociar en este siglo XXI, exige cambiar la concepción del poder como gestión de la supremacía de los intereses y necesidades de unos por sobre otros. La crisis ecológica y sus impactos nos advierte de escenarios de mayor complejidad e incertidumbre para la existencia humana. La negociación es ciencia, tecnología, arte y artesanía cuando las personas están al centro de los procesos de innovación colaborativa, impulsando soluciones de diseño adaptativas, apreciativas y policromáticas desde el hogar, lugar de trabajo, barrio, ciudad, región o país.
Con las personas al centro de las decisiones e implementaciones más trascendentales, con tus diez y mis diez, mirándonos a los ojos. Ahora bien, ¿quién quiere ser Presidente de Chile?