Un hombre que fue capaz de reconocer que algo no estaba funcionando bien en la sociedad chilena. Un presidente que reconoció que había ciertas situaciones de injusticia que era necesario corregir y que además, como un político visionario, tuvo el valor y la nobleza de enfrentarse a su propia clase, a esa oligarquía a la cual pertenecía, y atreverse a introducir los cambios necesarios que le darían progreso al país. A 130 años del sacrificio de José Manuel Balmaceda, bien vale la pena recordarlo y dar testimonio, a través de distintos documentos y escritos, de su gran espíritu democrático, su amor por la patria y su insuperable vocación de servidor público.
José Manuel Balmaceda, el presidente mártir, el gran visionario de la República del siglo XIX, como primer mandatario aplicó un programa de gobierno de la más alta clarividencia de estadista, lo que lo hizo trascender como uno de los presidentes más notables que ha tenido Chile.
En su discurso programa de la convención del 17 de enero de 1886. pronunciado en Valparaíso al presentarse ante la convención a aceptar la candidatura que se le había ofrecido el futuro presidente de Chile, decía:
“Siento en este momento una justificada zozobra de espíritu, al contemplar la vasta y ardua tarea encargada a mi solicitud y esfuerzos. Me alientan, no obstante los votos de esta numerosa asamblea, que espero habrá de presentarme siempre el concurso eficaz de sus luces y de su patriotismo”.
“Todo el régimen liberal descansa en el ejercicio regular de los derechos individuales. No existe propiamente libertad individual allí donde prevalece un régimen de excepción o privilegiado. La reforma, ya civil o política, que entiende y robustece la igualdad y el imperio del derecho común, no vulnera el principio de autoridad ni ofende la libertad de conciencia”.
“La reforma así realizada, ha fundado la libertad individual en el orden civil, como la ratificación de la reforma constitucional pendiente consagrará la libertad de los cultos, la independencia y la soberanía del Estado.- (Aplausos.)”
“Afirmar esta conquista liberal, perfeccionarla y consolidarla gradualmente, a fin de arraigarla más en el espíritu y en las prácticas de la sociedad, debe ser la tarea del hombre de Estado que previene las reacciones que engendran las empresas precipitadas”.
“Y el medio más eficaz para consolidar la reforma es la difusión amplia i completa de la instrucción pública”.
En el mismo discurso, Balmaceda estaba convencido de que la educación constituye la más seria garantía de la prosperidad general y afirmaba.
“Es la instrucción, la luz del espíritu y la moral aplicada con discernimiento a las acciones de los hombres. Ella constituye el más seguro fundamento de los derechos individuales y la más seria garantía de la prosperidad general. La influencia intelectual, los progresos del siglo, la experiencia y la previsión política, señalan el campo de la instrucción pública como el punto cardinal en que el liberalismo chileno habrá de probar su inteligencia, la superioridad de su doctrina, y su positivo anhelo por los intereses del pueblo”.
“En la organización completa del preceptorado, en la aplicación general de los métodos más adelantados de enseñanza, en la creación de nuevas escuelas, en la preparación de los medios prácticos que nos conduzcan a la enseñanza primaria, gratuita y obligatoria, en el ensanche y mejoramiento de los internados y esternados de la instrucción secundaria, en la adopción de métodos y textos adecuados a los sistemas de enseñanza experimental y práctica, en la constitución del profesorado por la especialidad del profesor en cada ramo, en la fundación de escuelas especiales y propias para servir las industrias del país, y finalmente , en la reforma de la ley de instrucción pública, encontraremos labor considerable que requiere gran meditación y estudio, la consagración enérgica de nuestros más sanos esfuerzos”.
“Considero que para emprender con fruto esta interesante reforma, es necesario aplicar las fuerzas vivas del Estado, y desterrar de los recintos de la enseñanza pública todo espíritu de intolerancia o de secta”.
“La enseñanza no debe ser escéptica ni intolerante: debe ser sencillamente respetuosa de la conciencia individual”.
En la ceremonia de fundación de la primera piedra de la escuela pública Nº 1, en Santiago, 17 de septiembre de 1887, dice:
“Un pueblo con verdadera instrucción pública forma, en la colectividad de los estados cultos, un centro de poder y de influencia universal, que señala los derroteros del arte, de la ciencia y de la industria, y alza sobre la faz de la tierra la antorcha de la razón que prepara y alumbra el porvenir con las investigaciones de la verdad”.
“Señores: he observado entre nosotros que el padre previsor y solícito, y aun el simple obrero cuando cultivan una heredad, construyen albergue para su familia, y en su derredor plantan árboles que en breve producen frutos sazonados y sombra bienhechora. A nosotros corresponde, en el ejercicio de la autoridad pública, plantar estos árboles intelectuales que darán a la sociedad chilena los frutos del espíritu, los útiles y legítimos anhelos del trabajo, el ramaje a cuya sombra podrán vivir y descansar felices las generaciones venideras”.
“Si gobernar es querer y poder hacer el bien, yo tengo la aspiración de realizarlo, con el concurso de todos mis conciudadanos, a fin de que la posterioridad recuerde y bendiga vuestra obra y nuestra obra”
El primer mandatario, que ya generaba desconfianzas entre los miembros de su clase, quería que las entradas del salitre fueran consideradas ingresos extraordinarios, que se aplicaran exclusivamente a la construcción de obras extraordinarias, que sirvieran para promover el progreso material e intelectual de la República. Con una visión clarísima del porvenir, anunció que algún día el progreso de la ciencia reemplazaría esta riqueza que nos había deparado la naturaleza. Quiso capitalizar esa renta, que intuyó transitoria, en acervo permanente de riqueza.
Su ideario económico social lo comunica a lo largo del país, poniéndose en contacto directo con los ciudadanos. En un discurso pronunciado en la Serena expone sus claras ideas:
“Procuro que la riqueza fiscal se aplique a la construcción de liceos, escuelas y establecimientos de aplicación de todo género, que mejoren la capacidad intelectual de Chile. No cesaré en emprender la construcción de vías férreas, caminos, puentes, muelles y puertos que faciliten la producción, que estimulen el trabajo, que alienten a los débiles y que aumenten la savia por donde circula la vitalidad de la nación. Ilustrar al pueblo y enriquecerlo, después de haber asegurado sus libertades civiles y políticas, es la obra del momento y bien podríamos decir que es la confirmación anticipada de la grandeza de Chile”
El Presidente Balmaceda, poniendo en ejecución sus ideas, emprendió la más vasta construcción de obras públicas. Los innumerables caminos, puentes, escuelas, cárceles, edificios públicos de todo orden que ejecutó, prestan hasta el día de hoy servicio eficiente en la satisfacción de las necesidades económicas y sociales de la República.
En una carta dirigida a su hermano Exequiel, en febrero de 1889, da cuenta de algunos de los logros alcanzados en su magistratura.
“Vas a llegar a Chile y te vas a sorprender cuando veas el desarrollo material y de su riqueza económica”.
“Los ferrocarriles están ya en trabajo y espero que en mayo haya 12 mil obreros en actividad. Hay hoy 180 edificios fiscales en construcción, de los cuales 100 son escuelas, 22 cárceles, 9liceos, un gran internado en Santiago, edificio dos veces superior a la Moneda, tres grandes escuelas de preceptores, cuatro escuelas de agricultura, la primera escuela de Artes de Sud América, y otros edificios de Administración general, todos de cal y piedra y ladrillo de forma monumental, y hechos a todo costo. En breve el número de edificios llegará a 200. Iniciaremos este año la construcción de ocho grandes muelles de fierro y fundamento de fierro tubular, el puerto de Llico y los planes y presupuestos del ferrocarril de La Serena a Tarapacá. Se invertirán dos millones en la construcción de los puentes definitivos del ferrocarril sur, en Bío Bío, Teno, Lontué y otros.”
“En marzo se inaugurarán la Escuela de Medicina, que ha costado 400 mil pesos, y la cárcel de Santiago, que ha costado 600 mil. Se ha iniciado en estos días en Valparaíso un liceo de niñas que cuesta medio millón de pesos… Somos un país modesto y pequeño, pero nuestra riqueza y la energía de nuestra Administración ha llegado a ser relativamente superiora la de todos los países de la tierra. Ninguno tiene en relación a nuestra población más renta y menor gravamen…”.
Entre otras grandes obras durante su magistratura, crea el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile y contrata en Alemania a un grupo de eminentes profesores, que organizan en forma científica nuestros primeros métodos educacionales.
La agitación política del momento, mal enfocada por un parlamentarismo totalmente ajeno a la vida nacional, desobedeció la constitucionalidad de su legítimo gobierno liberal y arrojó al país a una guerra civil que dejaría como saldo la pérdida de innumerables vidas humanas.
El 11 de enero de 1991, ya habiendo estallado la revolución, le escribe a uno de sus ministros de su primer gabinete, don Evaristo Sánchez Fontecilla:
“Ayer por la armonía cambié once gabinetes, lo que no tiene precedentes en la historia política de Chile ni de ninguna nación que quiera ser bien regida”.
“Ya sólo se trata del principio de autoridad”.
“En pocos meses más dejaré el mando. Nada puedo esperar para mí, pero entregaré mil veces la vida antes que permitir que se destruya la obra de Portales, base angular del progreso incesante de mi patria”.
Días antes le había escrito a don Aníbal Zañartu:
“Los sucesos, provocados por los que no quisieron oír a Ud. y a mí en octubre último, tuvieron toda la proporción de un grave acontecimiento”.
“Debí reflexionar mucho en octubre porque no podía ocultárseme el plano inclinado a que me lanzaron mis adversarios».
“Mi partido quedó tomado entonces, pero dispuesto a oír acuerdos razonables. Usted fue testigo de este anhelo”.
“Hoy no cabe sino cumplir el deber”.
“Lo menos que puedo estimar en esta gran partida de honor y de orden público es la vida, que entregaría cien veces antes que abandonar mi autoridad y el mandato que recibí de mis conciudadanos”.
“Mi cariño por Ud. se aumenta en estas horas, porque lo encuentro como siempre, caballero y generoso”.
A Enrique Salvador Sanfuentes, que se ofrece para promover un acuerdo con la oposición, le escribe:
“Si yo fuese a pedir a la escuadra sublevada y a mis enemigos implacables, avenimientos que serían mi perdición y la de Chile por muchos años, merecería el desprecio de los que me conocen y el de la historia”.
El 11 de abril le escribe a su ministro don Juan Mackenna:
“Chile no se salva en el futuro sino sosteniéndome, aunque sea con mi sacrificio final; pero no voluntario, sino sacrificado por los que han podido más y me venzan”.
Cuando inaugura el Congreso Constituyente en abril de 1891, deja parte de su testimonio:
“Próximo a dejar el poder volveré a la vida privada como llegué al Gobierno, sin odios y sin prevenciones, extrañas a la rectitud de mi espíritu e indignas de un Jefe de Estado».
“Es cierto que pocos gobernantes han tenido que sufrir como yo agravios más inmerecidos y más gratuitas inculpaciones. Nunca he perdido por esto la serenidad de mi espíritu y la perfecta tranquilidad de mi conciencia. Estoy acostumbrado a afrontar las injusticias de los hombres”.
“Después de los furores de la tormenta vendrá la calma y como nada duradero puede fundarse por la injusticia y la violencia, llegará la hora de la verdad histórica, y los actores del tremendo drama que se consuma sobre el territorio de la República, tendrán la parte de honor, de reprobación o de responsabilidad que merezcan por sus hechos”.
“Descanso tranquilo en el favor de Dios, que preside los destinos de las naciones y que ve distintamente el fondo de las conciencias. Él se ha de servir alumbrar el patriotismo de los chilenos y trazar a vuestra sagacidad y sabiduría los senderos que conducen al afianzamiento del orden y a la solución final de las desgracias y de la contienda que hoy dividen a la familia chilena”.
Con la primera derrota en Concón en agosto de 1891, le escribe a su amada madre, doña Encarnación Fernández:
“Estos hechos y pruebas no me han producido a mí la impresión que, a otros, porque ya me he familiarizado con los rigores de la tormenta. Si en ella caigo no será por temor o negligencia. Su hijo, como un romano, sabrá morir peleando de pie”.
“Tiene Ud. a Dios y santa fe que la conforta y la levanta”.
“Dios se apiadará de nosotros”.
“Cuídese para sus hijos y nietos”.
“Y crea que la ama de todo corazón el hijo que le dedicó siempre sus más tiernos, sus más vivos afectos”.
Ya con la derrota definitiva en Placilla, en el trance que lo llevará a tomar la decisión de sacrificar su vida por la patria, escribe a sus hermanos:
“Después vendrá la justicia de la historia”.
“La distancia de esta región a la otra es menos de lo que nos imaginamos”.
“Nos veremos de nuevo alguna vez, y entonces, sin los dolores y las amarguras que hoy nos envuelven y despedazan”.
“Cuiden y acompañen siempre a mi madre y sean siempre amigos de los que fueron de nosotros”.
A su esposa Emilia Toro, despidiéndose, le escribe:
“Es necesario dedicarse por entero a la formación, prácticas religiosas y modo de ser de nuestros hijos”.
“Quiero que sean buenos cristianos, que no ofendan ni hablen mal de nadie, que olviden las ofensas de mis enemigos”.
“La separación de esta región a la otra es menos de lo que nos imaginamos; nos veremos de nuevo en un mundo mejor que el que dejo en horas de odios y de venganzas, que yo cubro con mi olvido y mi sacrificio”.
Ya cuando la decisión de su sacrificio estaba tomada, también le habla al país, a la historia en su gran Testamento Político que dirige a sus amigos don Claudio Vicuña y don Julio Bañados Espinoza, en su definitiva despedida:
«Mis amigos:
“Dirijo esta carta a un amigo para que la publique en los diarios de esta capital y pueda así llegar a conocimiento de ustedes, cuya residencia ignoro”.
“Deseo que ustedes, mis amigos y mis conciudadanos conozcan algunos hechos de actualidad y formen juicio acerca de ellos…”.
“Este es el destino de Chile y ojalá que las crueles experiencias del pasado y los sacrificios del presente induzcan la adopción de las reformas que me hagan fructuosa la organización del nuevo Gobierno, seria y estable la constitución de los partidos políticos, libre e independiente la vida y el funcionamiento de los poderes públicos y sosegada y activa la elaboración común del progreso de la República”.
“No hay que desesperar de la causa que hemos sostenido ni del porvenir”.
“Mi vida pública ha concluido. Debo, por lo mismo, a mis amigos y a mis conciudadanos la palabra íntima de mi experiencia y de mi convencimiento político”.
“Si nuestra bandera, encarnación del gobierno del pueblo verdaderamente republicano, ha caído plegada y ensangrentada en los campos de batalla, será levantada de nuevo en tiempo no lejano, y con defensores numerosos y más afortunados que nosotros, flameará un día para honra de las instituciones chilenas y para dicha de mi patria, a la cual he amado sobre todas las cosas de mi vida”.
“Cuando ustedes y mis amigos me recuerden, crean que mi espíritu con todos sus más delicados afectos estará en medio de ustedes”.
Ante el paso de los años hay figuras que trascienden a la historia y José Manuel Balmaceda, sin duda, es una de ellas. En nuestro Chile actual, donde las instituciones y la legitimidad de las autoridades están cada día más cuestionadas, resulta ser un buen ejercicio mirar al pasado y rescatar a aquellas personas reconocidas y anónimas que con una clara vocación de servicio al país hicieron bien las cosas con la noble disposición de servir al Estado y no servirse de él. El recuerdo de Balmaceda, quien amó a su patria incluso por sobre su vida, así nos lo recuerda.