Los problemas que tenemos con el agua son diversos, van desde inundaciones hasta sequías. La seguridad hídrica ha sido un desafío de la humanidad desde que se tiene registros. Históricamente se ha implementado infraestructura y tecnología para solucionar este tipo de dificultades. Por ejemplo, para evitar inundaciones se construyen tajamares, represas y otra infraestructura de control aluvional, mientras que para sequías se desarrollan embalses. Para problemas de calidad del agua se desarrollan plantas de tratamiento de agua potable y aguas servidas. En el pasado, las soluciones por medio de infraestructura ha sido la respuesta a nuestros problemas.
Queda la pregunta, ¿por qué, con todos los avances tecnológicos y de infraestructura, seguimos teniendo problemas de agua? Respuestas rápidas hay muchas y no se demoran en llegar; sin embargo, si nuestra coexistencia con el agua fuese simple, tuviese un culpable fácil de identificar o una solución clara, estos problemas no existirían. En lo personal, me inclino por creer que nos falta comprender mejor los problemas hídricos y, por ende, abordarlos con nuevos enfoques. Hay que entender que, si el enfoque adoptado hasta ahora no ha dado soluciones, probablemente es más sabio cambiar de enfoque.
Rápidamente aparecerán expertos a decir que los problemas están bien identificados y que lo que falta es…; no obstante, hay muchos temas que nos confundimos o nos cuesta comprender. Por ejemplo, se suele decir que hay mucha más agua subterránea que superficial, lo cual es cierto. Hay más agua almacenada en las napas que en la superficie. Sin embargo, si uno analiza los flujos, las escorrentías superficiales son mucho mayores que los flujos subterráneos. Por lo tanto, si uno habla de agua renovable, hay una mayor disponibilidad superficial que subterránea. Una mala comprensión de estos conceptos nos puede llevar rápidamente a sobre explotar los acuíferos, mostrando que el enfoque adoptado puede no ser el mejor.
En particular, es relevante entender que vivimos en un constante conflicto entre el desarrollo económico, el aumentar la producción y el bienestar, por un lado, mientras que, por otro, están los ecosistemas y la sostenibilidad de largo plazo. Si vivimos como si los ecosistemas no existieran, caemos rápidamente en destruirlos, lo cual además de conllevar a catástrofes ambientales, termina mermando los servicios ecosistémicos brindados y, por ende, el bienestar de la sociedad. Luego, ¿cómo podemos desarrollarnos, sin destruir los ecosistemas?
En parte tenemos que entender que, dentro de los usuarios de agua, están los ecosistemas, los que son usuarios silenciosos. Estos no realizan protestas cuando les llega menos agua; simplemente sufren. En nuestros modelos y comprensión de los problemas hídricos, tenemos que no solo cuantificar la cantidad del agua, sino que también pensar en los ecosistemas y cómo la sociedad evoluciona y se desarrolla en conjunto con ellos y con el agua. De haber cambios en la disponibilidad de agua o en los ecosistemas, esto terminará cambiando nuestra sociedad.
En particular, en Chile la gran megasequía que vivimos desde el año 2010, ha generado grandes reducciones en la disponibilidad de agua. En este contexto, y considerando que el cambio climático proyecta un futuro más seco y caluroso, hay que replantearse ¿qué niveles de consumo de agua son sostenibles en el tiempo? ¿Cómo adaptamos nuestros consumos a dichos niveles? ¿Qué consumos podemos reducir, modificar o adaptar? Sequías tan prolongadas como la que estamos viviendo nos llevarán a adaptarnos, ya sea voluntariamente o forzosamente luego de catástrofes ambientales. Probablemente es mejor que busquemos la adaptación voluntaria.