El sorpresivo pacto tecnológico estratégico AUKUS (Australia, United Kingdom, United States), un pacto exclusivo y hasta ahora excluyente, de lo que muchos geopolíticamente comienzan a llamar la Anglosfera, nos recordó de manera brusca y súbita que estamos frente a una nueva o segunda Guerra Fría.
Firmado tras previas negociaciones secretas, imagino que había que mantener el secreto respecto a los chinos, a los rusos y a los ¡franceses!, estos últimos, aliados no anglosajones de la OTAN, el nuevo pacto estratégico del Indo-Pacífico nos obliga a tener presente que los principales desafíos de las Fuerzas Armadas chilenas no son solo tecnológicos, o de adaptación constitucional o presupuestarios, como tampoco son de orden público, son geoestratégicos.
El mundo del siglo XXI le ofrece a Chile oportunidades geopolíticas, geoeconómicas y tecnológicas de viable accesibilidad, para adquirir como país una mayor autonomía político-estratégica respecto a las grandes potencias, no obstante los intentos de alineamiento por parte de la potencia hegemónica estadounidense o de la potencia desafiante china.
A diferencia de la primera, la nueva Guerra Fría, que hasta ahora es más geopolítica y geoeconómica que ideológica, se desenvuelve en un contexto y en una dinámica más multipolar que bipolar. Arabia Saudita firmó varios acuerdos militares para la producción de armamento en territorio saudí. Turquía, país de la OTAN comprando misiles antiaéreos rusos de última generación (S-400), transferencias tecnológicas israelíes hacia China, son todos ejemplos de esta dinámica multipolar.
La dinámica multipolar sin duda puede aportar mayores márgenes de maniobra para que países emergentes como Chile adquieran una mayor autonomía político-estratégica y un perfil o estatura estratégica de potencia mediana y regional. Lo que no solo nos permitirá aumentar nuestra estatura en el mundo, sino que enfrentar con mayor pertinencia los cíclicos conflictos limítrofes que se nos presentan y se nos seguirán presentando con periódica frecuencia. A modo de ejemplo, hoy Argentina está empleando el Tratado de la Convención del Mar (CONVEMAR) para erosionar tratados bilaterales de límites y alterar los acuerdos del Tratado Antártico.
Por otra parte, la pandemia debe hacernos tomar conciencia de que la consecución del objetivo de una mayor autonomía político-estratégica requiere dotar a las Fuerzas Armadas de las capacidades para proteger a distancia, las cadenas de suministro de la piratería estatal o paraestatal, por ejemplo, mediante el desarrollo de una capacidad para convoyes navales y puentes aéreos, así como adquirir equipamientos NBQ (Nuclear, Biológico, Químico), suficientes y adecuados.
Por último, el cambio climático, un problema estructural de mayor envergadura y duración que la actual pandemia, plantea desafíos y oportunidades a los países circundantes a los polos. Rusia, China y EE.UU., esperan explotar nuevas rutas y zonas comerciales en el Ártico, aprovechando el proceso de deshielo.
En la zona polar austral, se percibe un creciente cuestionamiento al sistema del Tratado Antártico y al statu quo del tratado propiamente tal. No se descarta para un futuro próximo: la prospección minera y la inclusión en nuevos circuitos de aviación y transportes. El plazo de revisión del Tratado Antártico se acerca (2048).
Desde el punto de vista geoestratégico, Chile y sus Fuerzas Armadas deben estar conscientes de que existen potencias abiertamente revisionistas sobre los títulos de posible soberanía de Chile y de otros países en la Antártica.
Mientras, diversos países planean y construyen flotas de rompehielos convencionales y/o de propulsión nuclear.
El futuro sigue abierto para Chile, como potencia polar.