Mi abuela siempre decía que uno tenía que aprender de sus propios errores, y que eso era lo bueno de equivocarse: poder aprender, que si no aprendíamos entonces no valía la pena el error. También decía que si uno se caía siete veces, había que levantarse ocho, pero es cierto que a veces levantarse se hace complicado. Mi nona estaría muy triste si viviera hoy, porque se daría cuenta de que lo que ella me contaba como su gran experiencia de vida no se está cumpliendo en Chile.
Increíblemente pareciera que, en lugar de avanzar hacia una sociedad más inclusiva donde nos encargamos de disminuir la desigualdad de ingresos y de oportunidades que tanto nos duele, volvemos al pasado donde la pobreza era muy superior a lo que vivimos ahora. La realidad es que estamos como volviendo a los años 70, los que en términos económicos se caracterizaron por inflación y bajo crecimiento económico.
Mi abuela no había terminado la escuela, no sabría definir lo que era la inflación, pero se enojaría mucho si por causa de políticas populistas tuviera que pagar más cara su cuenta de luz, el gas, el teléfono fijo que tenía en su casa o el dividendo. Estoy segura que sus protestas serían cosa de todos los días, si es que cada vez que fuera al almacén su jubilación le alcanzara para comprar menos cosas, o si por culpa del alza de precios tuviera que conformarse con un champú que no le deja el pelo “suave”.
Lo increíble, o insólitamente increíble, es que así estamos en pleno siglo XXI en Chile. En este Chile donde hace poco pensábamos que éramos muy diferentes de los países vecinos, cuya política económica era un desastre y donde cada vez más un porcentaje mayor de la población vivía en situación de pobreza y miseria económica. Porque lo cierto es que, con una mayor inflación y con el alza de los precios, todos nos vemos perjudicados, pero quienes menos tienen son los que más lo padecen.
Justamente quienes menos tienen, son aquellos que van a ver que su sueldo no alcanza para llegar a fin de mes, los mismos a los que las medidas populistas decían querer ayudar, pero que al final resultan ser los más perjudicados. Los economistas, los mismos que muchas veces estuvieron desconectados de la gente, no fueron escuchados por quienes prefirieron el populismo. Ahora, resulta que cada vez somos menos un país de la OCDE, con la que tanto nos gusta comprarnos, y más una nación de Sudamérica que no logra dejar atrás de la pobreza y la desigualdad.
Antes hablábamos de desigualdad y de baja productividad, pero también hablábamos de crecimiento, y de reducción de pobreza. Ahora, todos somos más pobres, no hay crecimiento, no hay mejoras en productividad y vuelve la inflación. Quizás ha llegado la hora de entender lo que también decía mi abuela: “Zapatero a tus zapatos”. Es importante escuchar a quienes saben sobre temas económicos y dejar, de una vez por todas, el populismo atrás. Ojalá que frente a esta evidencia que ahora nos golpea en la cara, como es la inflación del mes de septiembre, estemos frente a un punto de inflexión.