Es posible establecer que el nazismo ha sido recibido de diversas maneras dentro de Chile, y en la mayoría de los casos estos vínculos implican la promoción de ideas eugénicas, racistas, autoritarias y deshumanizadoras de uno o más grupos humanos. Por lo mismo, es importante afinar la mirada para reconocer resabios o relaciones con dichas formulaciones en discursos y posiciones actuales. De ahí también que los intentos que se han desplegado, en los últimos días y semanas, por blanquear a algunos de los jerarcas y participantes de dicho régimen sean tan inquietantes. La cuestión fundamental no parece ya estar necesariamente en el pasado, clausurada en su rol de reliquia de museo, sino más bien en las formas que puede tomar el futuro, como advirtió el escritor Carl Amery, al preguntar si Hitler no podría ser visto también como un precursor del siglo XXI, y que dicha conciencia debe ponernos en alerta.
El nazismo es un fenómeno muy complejo de abordar, entre otras cosas, porque supone un límite entre lo aceptable y lo abyecto para las sociedades modernas. Pero establecer de modo exacto ese límite es difícil. Si bien hay formas manifiestas de adherir a dicha ideología política, también existen otras maneras de reproducir o promover sus ideas y prácticas.
Es por eso que resulta tan importante el estudio detallado y riguroso de las recepciones del nazismo y de los fascismos más en general, dentro de Chile y América Latina. En ese sentido, es posible establecer que dichas posiciones políticas dialogaron y se amalgamaron con perspectivas más generales. Por ejemplo, el mito ario ha sido recientemente estudiado en la obra de Miguel Serrano, donde se despliega entroncado con posturas nacionalistas como la de Nicolás Palacios, así como también con miradas que licúan las concepciones más biologicistas del racismo. Dicho flagelo se proyectó hacia cuestiones más abstractas, como pueden ser luchas espirituales entre grupos llamados creadores y otros destructores.
Lo anterior abre una tensión significativa, que tiene que ver con las diferencias entre reproducir ideas o discursos emparentados con el nazismo versus ser resueltamente nazi, al punto de utilizar simbología o explicitar públicamente ese tipo de filiaciones. Es evidente que esto último resultaría muy difícil de soportar para cualquier dirigencia política o social medianamente relevante y, por lo mismo, parece problemático reducir el problema tan solo a esas manifestaciones. Sin embargo, también es complejo utilizar esta categoría de forma ligera o especulativa, precisamente por la gravedad de la acusación, pero también porque puede terminar vaciando de sentido concreto dicha palabra.
De ahí que sea valioso distinguir algunas de las formas en que estos procesos de recepción se desarrollaron en el país. En primera instancia, son bastante conocidos los movimientos y partidos adeptos a tales ideas que existieron en la década de entre 1930 y 1940, varios de los cuales tuvieron relación con el ibañismo, corriente que a su vez se entronca con movimientos nacionalistas que vienen desarrollándose desde finales del siglo XIX y principios del XX, y que de una u otra manera bebieron de perspectivas culturalistas y organicistas que prefiguran algunas expresiones del nazismo. Varios dirigentes de esa época continuaron participando de la vida política y pública una vez derrotado el eje en la Segunda Guerra Mundial, como son los casos de Juan Gómez Millas, Guillermo Izquierdo o Jorge González von Marées.
A nivel intelectual y disciplinar, también son significativas las presencias de ideas y figuras nazis. Por ejemplo, a nivel geopolítico, el general Ramón Cañas se nutrió del pensamiento de Karl Haushofer, uno de los geógrafos de mayor influencia en el pensamiento imperial nazi. Asimismo, el pensamiento de Friederich Ratzel es muy influyente en figuras como Luis Galdames, dirigente nacionalista, ibañista y quien fuera decano de la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile por una década. Estamos hablando de perspectivas teóricas que acuñan términos como el espacio vital, que despliegan la relación entre sangre y tierra como esencial para la comprensión del desenvolvimiento histórico de los pueblos, y que desarrollan teorías que distinguen a grupos creadores de cultura, de los difusores y de los destructores. Estas ideas se entroncaron con el mito ario, que asignaba a dicho grupo el lugar de creadores, y les otorgaba a los judíos el lugar de destructores.
En el marco de la educación física, también se puede encontrar una mirada positiva del nazismo, por ejemplo, por parte de Luis Bisquertt, quien propugnaba ideas eugénicas mezcladas con propuestas como la educación física social. En este caso, también confluye un filohelenismo radical, que veía en Esparta o Atenas, dependiendo del momento, un modelo a seguir. Esto último se relaciona también con posiciones antimodernas que llegaban a rescatar a los Mapuche a propósito de sus prácticas deportivas y su belleza plástica, cuestión derivada especialmente de interpretaciones de La Araucana de Alonso de Ercilla.
En cuanto a la medicina, existen varios casos donde ideas y posiciones nazis se relacionan con Chile, y además existen figuras alemanas que realizan conferencias en el país, o que se desarrollan laboralmente aquí, y que antes, durante o después de su estadía participaron del nazismo. Un caso claro es el de Max Westenhöfer, que fue rescatado de la Alemania derrotada en 1945 por sus discípulos chilenos para darle un refugio seguro en Chile en su vejez, después de haber sido una figura destacada de la diplomacia científica nazi. Este doctor había trabajado en nuestro país, realizando, entre otras tareas, autopsias a indígenas con el propósito de probar que la teoría darwinista de la evolución estaba errada, y que los mapuches representaban un proceso de decadencia con respecto a un origen primigenio. Otro caso destacable es el Otto Aichel, primer profesor de Ginecología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile y director de la primera clínica privada de ginecología en el país, que llegó a ser un antropólogo importante del nazismo y miembro de los tribunales hereditarios que legislaban sobre la esterilización obligatoria que impuso la eugenesia nazi.
Después de la derrota en la Segunda Guerra Mundial, los rumbos del hitlerismo han sido diversos y múltiples y el énfasis de unas “ideologías totalitarias”, en que se engloba tanto a la URSS como a los fascismos europeos, sigue teniendo vigencia en la arena política pero no así en la historiografía y las ciencias sociales, en que se ha logrado ver nítidamente que no se puede describir con justicia y rigor conceptual a todos esos procesos bajo la etiqueta fácil del totalitarismo.
Tal como con el racismo genocida y la eugenesia, puede resultar muy cómodo clausurar esas tendencias con el fin de la Segunda Guerra Mundial y la derrota militar del nazismo. Pero toda la evidencia histórica indica que se trata de una ficción tranquilizadora y cosmética, ya que algunas formas de pensamiento del nazismo pulsan con intensidad variable en espacios como el del esoterismo hitleriano, las ideas de pureza nacional, el nacionalismo vociferante, la xenofobia, la aversión a las formas familiares diversas, el control de la población en países pobres y el culto a la apariencia física según cánones filohelenos, por nombrar tan solo algunos ámbitos en que las ideas del nazismo siguen peligrosamente vigentes.
En definitiva, es posible establecer que el nazismo ha sido recibido de diversas maneras dentro de Chile, y en la mayoría de los casos estos vínculos implican la promoción de ideas eugénicas, racistas, autoritarias y deshumanizadoras de uno o más grupos humanos. Por lo mismo, es importante afinar la mirada para reconocer resabios o relaciones con dichas formulaciones en discursos y posiciones actuales. De ahí también que los intentos que se han desplegado, en los últimos días y semanas, por blanquear a algunos de los jerarcas y participantes de dicho régimen sean tan inquietantes. La cuestión fundamental no parece ya estar necesariamente en el pasado, clausurada en su rol de reliquia de museo, sino más bien en las formas que puede tomar el futuro, como advirtió el ensayista Carl Amery, al preguntar si Hitler no podría ser visto también como un precursor del siglo XXI, y que dicha conciencia debe ponernos en alerta.