Las élites que nos gobiernan cultivan un miedo atávico a decir las cosas por su nombre y, a su vez, reproducen y retrucan el miedo como componente fundamental de su estrategia de dominación. Los conceptos “conflicto” y “crisis” asustan a las élites y a las instituciones que las niegan, aborrecen, evitan o las ocultan como expresión de una pulsión que va más allá de la comprensión de lectura del escenario en curso.
Los actores que edifican la cultura autoritaria que prevalece hasta nuestros días son bipolares: evitan o confrontan las crisis y conflictos sin indagar, antes del ataque o el pasar por el costado, cuál es la dimensión o peso; la dinámica con sus fases e interfases y naturaleza originaria de las crisis, los conflictos o los problemas que se manifiestan para su abordaje. Tampoco se toman en consideración aquellos fenómenos conflictivos y críticos en estado de latencia, inhibiendo la posibilidad de fomentar una cultura preventiva, así como avanzar en nuestros aprendizajes posconflictos y poscrisis. El desprecio por el aprendizaje solo se explica por el tamaño de las creencias arraigadas que parasitan en las élites.
Piñera, desde su sistema de creencias especulativo, dijo: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable”. Su esposa, con el mismo casco de guerra, metaforizó el estallido indicando: “Estamos absolutamente sobrepasados. Es como una invasión extranjera, alienígena, y no tenemos las herramientas para combatirla”. Los sectores neoliberales y socialdemócratas creen y sostienen que la violencia es el conflicto o es la crisis y no una expresión proactiva o reactiva, organizada o anómica que surge en medio de las crisis, conflictos o problemas, restándose a la comprensión de las claves del ejercicio de las violencias cotidianas (cultural, estructural, directa). Ven lo que quieren ver. Hay que recordar que todavía la guerra es considerada la octava forma o mecanismo de resolución de conflictos (no de crisis) en nuestro sistema interamericano frente a siete mecanismos pacíficos para el tratamiento de conflictos.
Tampoco se han alfabetizado para comprender las diferencias entre crisis, conflictos y problemas, menos sobre los tipos de crisis, tipos de conflictos y tipos de problemas existentes en sociedades dinámicas y complejas. Sincerando el asunto, ¿qué tanto se les puede exigir a los lideres de los clubes electorales llamados partidos políticos si las propias universidades no han sido capaces de levantar en todos estos años una episteme plausible que dialogue con los avances científicos y tecnológicos a nivel internacional sobre estos fenómenos adversariales y pletóricos de oportunidades como son las crisis, los conflictos y los problemas?
Tenemos universidades que han participado en proyectos millonarios (en dólares), como el COES, un centro de estudios de conflicto y cohesión social, reducido desde su origen a la ignorancia y la soberbia de situarse en la moda de los fondos y sus fondas. Un centro que estudia el conflicto y (para) la cohesión social es un animal mal parido, al más puro estilo del partido del orden y su pax romana (orden y autoridad). Aquí, el conflicto, como su supuesto objeto de estudio, no arranca como investigación transdisciplinaria aplicada, sino que aparece como “el problema a resolver” para que sea posible la cohesión social. En ello radica la incongruencia entre objetivo y estrategia. Un problema mal planteado desde el comienzo. Algunos lo llaman “la estrategia del tero” (donde canta el tero, jamás se encuentran los huevos).
Chile vive y sobrevive una crisis de legitimidad institucional sistémica, que se hizo visible por un estallido social de magnitudes insospechadas, con una cadena de réplicas que liberaron la energía suficiente para abrir un proceso constituyente a la altura de una salida sostenible para este tipo de crisis, que impactó la línea de flotación de los partidos políticos, haciendo posible una elección histórica para redactar una nueva Constitución con la suficiente legitimidad, para que sus redactores expresaran un Chile que por décadas o siglos las élites habían ocultado tras la cortina de la democracia representativa en su versión blindada o protegida, cuyo objetivo era evitar o confrontar la participación de los comunes y corrientes, con más nivel educacional que los congresistas, con más calle que los gobiernos de turno y con más emoción y pasión por entrarle a la crisis sin miedos ni cocinas con menús restrictivos para pocos comensales.
Las crisis anidan conflictos y problemas de diversa índole cuando se hace evidente la incompatibilidad de intereses, necesidades y beneficios proyectados por los actores que generan crisis o que surgen en torno a ellas, así como ciertas condiciones estructurales y culturales que perviven en medio de los cambios y las transformaciones. No estamos en presencia de un conflicto político o social de turno o determinados problemas de gobernabilidad y progreso económico. La tectónica de la crisis de legitimidad institucional sistémica va a continuar derribando instituciones del viejo orden y aquellas que sobrevivan, así como las nuevas que emerjan del proceso constituyente tendrán que convivir con las leyes de la adaptabilidad.
La adaptabilidad de las personas, las instituciones, los sistemas y los ecosistemas es el lienzo que se comienza a trazar y a pintar en el marco de la madre de todas las crisis: la crisis ecológica. La forma en que la ilegitimidad de nuestros actuales sistemas políticos, económicos, sociales, educacionales y culturales se vuelvan legítimos tiene que ver, por una parte, con las nuevas reglas del juego que emanen del proceso constituyente, más allá de la aprobación de una nueva Constitución para navegar en este nuevo ciclo. Esto recién comienza, ya que, por otra parte, tiene que ver con que esas reglas del juego encuentren a jugadores que se entrenen para lo que viene, participando de comunidades resilientes polivalentes, abiertas al aprendizaje, para co-construir la sociedad de los afectos y la república del bien común.
Para los que aún se encuentran parapetados en sus trincheras, asomando dientes y armas, aguantando las réplicas del estallido nacional y la pandemia global, la invitación que el nuevo Chile constituyente nos hace es a salir de las trincheras y fronteras prefabricadas, de esa posición incómoda e incierta, atiborrada de temores y prejuicios. La invitación espacio-temporal es a salir de esa zanja moral y psicológica para ir al encuentro de los que ya están viviendo y compartiendo los desafíos de la adaptabilidad.
Mari Mari. Tus diez y mis diez, mirándonos a los ojos. Nuestras manos a la obra para explorar las oportunidades que nos brindan las crisis, ya que estas nos ponen en común desafíos y trayectorias por caminos antes no recorridos. Ya sabemos lo principal de esos caminos. A todas y todos nos espera la muerte, la poderosa muerte, que no es otra cosa que atrevernos a hacer de nuestras vidas un momento sublime para nosotras las personas con un mágico sentido de herencia y generosidad para nuestras comunidades herederas. Ahí vamos a continuar viviendo en esta o en otras cuerdas. Los espacio-tiempos por venir son pura adaptabilidad.
Dejando atrás los problemas de comprensión de lectura sobre crisis, conflictos y problemas, podemos aplicarnos a las soluciones de diseño con creatividad dialógica e innovación colaborativa. Todo lo que viene va a ser experimental hasta alcanzar los óptimos sostenibles. La experimentación no es privativa de científicos y artistas. La experimentación es más que nunca ciudadana con personas comunes y corrientes participando de las decisiones que afectan directamente nuestras vidas. Vamos a aprender a hablar en plural y en colores.