Nuestra capacidad de conocimiento no admite que todo cambie. Si todo cambiase a la vez, nos hallaríamos ante algo así como una caleidoscópica multiplicidad indiscernible, ante un caos. Para que haya conocimiento, algo tiene que cambiar, pero algo tiene que mantenerse. Hay conocimiento cuando algo cambia mientras algo permanece: cuando, por ejemplo, se despliega el arrebol en un atardecer, mientras los contornos de los cerros se mantienen estables, lo mismo que el sol y -parcialmente- las nubes.
En la existencia práctica pasa de modo parecido. En nuestras vidas, muchas cosas usualmente están cambiando. En medio de los cambios tiene, empero, que persistir algo. Nos apegamos a algún afecto, al hogar, a modos de pensar y sentir, que operan como ejes a partir de los cuales nos dirigimos al mundo. Hay un “adentro” distinto de un “afuera”. Si el “afuera” cambia mucho, al adentro le exigimos permanencia o viceversa. Puro cambio simultáneo en el “adentro” y el “afuera” terminaría en la locura. Del mundo exterior exigimos también alguna estabilidad. Aburren o molestan o agotan los límites, especialmente si son demasiado estrechos, si han perdido sentido. Pero tampoco podemos vivir amenazados persistentemente por la sorpresa a mansalva.
En la política ocurre algo semejante, aunque con características propias. La política se las ve con lo incierto: el pueblo insondable y escurridizo (¿dónde está el pueblo?), situaciones históricas únicas, un dinamismo inabarcable en nociones previas. Hay, sin embargo, aspectos típicos discernibles, en los grupos humanos, en las situaciones. Patentan ciertas maneras de ser del pueblo, algunos rasgos en la conformación telúrica de la realidad, inveteradas constancias históricas, instituciones. La política es ámbito de cambios en medio de ciertas persistencias. De manera parecida a cómo en la vida personal requerimos que durante los cambios consten algunas estabilidades, y esto se vuelve especialmente acuciante cuando enfrentamos cambios importantes, así también, en la vida política necesitamos aferrarnos a algunos hitos firmes y esta necesidad se acentúa en los momentos de grandes reformas.
Chile vive un proceso de grandes reformas. La gran reforma, la más importante de todas, una parte central de la trama, es el proceso constituyente. No podemos reclamar conocimientos constitucionales exhaustivos de parte de toda la población, pero probablemente en extendidas capas de la ciudadanía existe consciencia clara: de que el país está pasando, desde octubre de 2019, por un proceso de cambio profundo, uno que implica dejar atrás la Constitución de Pinochet y, con ella, muchas de las cosas que marcaron las últimas décadas, probablemente la vida entera de gran parte de la población.
El país se parece a un cuerpo abierto al que están operando. Los constituyentes, con sus vestidos multicolores y sus disfraces, con sus llamativos ritos y sus cantos, sus disputas y sus reconciliaciones, sus estridencias y sus calmas, son el símbolo vivo que nos recuerda -día a día- que estamos en uno de los momentos de mayor cambio en nuestra historia reciente, la única de la que, en todo caso, hay memoria viva masiva.
En ese contexto y teniendo presente -insisto en esto- la imprevisibilidad de la política, lo más probable es el triunfo de José Antonio Kast.
¿Por qué?
Gabriel Boric es el candidato del cambio, Kast del orden. Boric es el joven, Kast no es viejo, pero sí le lleva décadas a Boric y su paternidad experimentada lo hace aparecer como más vivido. Boric es apresurado al hablar, no luce tener aún la madurez como para distanciarse suficientemente de sí mismo y tomarse con un poco menos de seriedad, y se equivoca torpemente a cada rato (ha cometido errores severos, al visitar a un terrorista, al sacarse la foto con una polera de Jaime Guzmán asesinado; pero además aparece irritable, severo, al mismo tiempo que se enreda como adolescente con casi cada cifra que le preguntan); Kast, mientras, tiene un aplomo calmo que llega a dar miedo y es capaz de distanciarse de sí en grado suficiente como para reírse de él mismo. Boric viene como ansioso de su extraño árbol en la ignorada Punta Arenas, Kast tranquilo, de una extendida trayectoria política que no se aleja de Santiago y Paine. A Boric lo rodean el Frente Amplio y el Partido Comunista, a Kast, además de sus republicanos, a esta altura: el distrito 11, centro del poder social; la UDI y parte de RN, los dos partidos más grandes de Chile.
El contraste es casi exageradamente nítido. Y para quien tenga ganas de extraviarse, ahí está para volverlo a centrar, esa «juventud dorada», de rostros blancos, contactos oligárquicos, colegios caros, argumentaciones sofisticadas; el mandarinato de jóvenes frenteamplistas importados directamente desde universidades de élite a cargos políticos: haciendo de las suyas en la Municipalidad de Santiago, dándole frívola carta blanca a los ambulantes en desmedro de los modestos comerciantes; en la ciudad de Valparaíso, cuyo plan se encuentra prácticamente devastado; reivindicando -Cariola, Vallejo- a Fidel Castro, Chávez, Maduro, los autócratas del continente, en sendas fotos sonriendo a su lado o incluso recientemente una candidata a diputada, al jactarse de las bondades de sus regímenes; elogiando con cinismo, Camila Vallejo de nuevo (la «vocera» de Boric), a Lenin, al asesino de decenas de miles, a Lenin, el fundador de la policía secreta soviética. De pronto parece como si lo único estable en esa alianza política fuese el rostro imperturbable de Teillier.
En el preciso momento en el que el país se halla en situación de alta inestabilidad política, cuando tiene abierto el proceso de reforma más importante del que haya memoria reciente viva -la redacción de la nueva Constitución por una protagónica Convención Constitucional-; en el instante, además, en el que venimos saliendo del estallido de octubre de 2019, de una crisis sanitaria larga, fundamental y que aún va para largo, así como de un período, que probablemente se extienda, de crisis económica; cuando ya se han experimentado y masivamente cambios importantes, como la política de los apoyos fiscales, los retiros de fondos y el eventual colapso de las AFP; cuando cambios sobre cambios, en el tiempo de mutaciones insospechadas hace tan solo tres años, justo en ese momento, ¿qué candidato, de los dos que pasarán a la segunda vuelta, aparece como más viable?
No es simplemente entre orden (=Kast) y cambio (=Boric), la elección. Eso sería muy difícil de resolver, porque orden y cambio son inclinaciones humanas fundamentales, tendencias irreductibles que lleva cada cual en su interior. La disyuntiva es entre cambio fundamental (constituyente) acompañado de orden (=Kast), o cambio fundamental (constituyente) acompañado de todavía más cambios, conducidos, además, por la pandilla de jóvenes hermosos pero desarraigados, la aglomeración de juventudes que, allí donde gobierna, introduce, para bien o para mal, todavía más e insólitas alteraciones.
La disputa sin cambio constitucional sería entre mero orden y mero cambio, pero el cambio de raíz, el cambio fundamental y con ello los anhelos de cambio, quedan en cierta forma cubiertos por lo que ha pasado en el país en los últimos dos años y por el inevitable, omnipresente y sustancial proceso de cambio constitucional. O sea, aunque se sepa que Kast es un conservador que se centrará eminentemente en el orden, será el suyo, casi necesariamente, un gobierno de orden con cambio sustancial. El de Boric sería, por su parte, un gobierno que, a priori, asoma como difícilmente viable: política, práctica y casi epistemológicamente. Al gran cambio constitucional se sumarían los cambios ya aludidos de su programa y el modo mutante y exaltado de su cofradía. Su gobierno se presenta necesariamente al sentido común nacional -si algo así existe-, al criterio y sensibilidad del votante -basta que haga un simple razonamiento- como: uno de cambios y más cambios, sin algo que permanezca; como uno de eminentes y radicales mutaciones, sin un eje dotado de la contundencia suficiente como para contrapesar los cambios. La vida política, social y hasta personal de los ciudadanos amenaza volverse caótica, sumirse en una totalidad tempestuosa e ininteligible, en la que hasta los protagonistas podrían no llegar a saber después cómo salir a flote.
Todo esto, ciertamente, no importa desconocer -lo digo de nuevo- que la política es imprevisible, que allí se hace lo que se puede y lo que se puede a veces es más que aquello que los propios actores imaginaron. Boric podría dar, por ejemplo, un giro radical al centro, acudiendo a cuadros de la Concertación, traicionando al Partido Comunista y transformarse en la candidatura de reformas aparentemente sensatas, claramente empáticas con los grupos pobres que anhelan crecimiento y especialmente con las masivas y precarias clases medias emergentes, angustiadas ante el riesgo de devenir pobres: con todo el arco que incluye «pequeño-burgueses», consumidores de baja alcurnia, ciudadanos alienados en el mercantil mundo de ahora, «fachos pobres», etc. Hay que recordar, por lo demás, que ya ha dado antes esos giros, al sumarse al acuerdo del 15 de noviembre. Kast, de su lado, podría un día perder la compostura y acentuar sus pretensiones más toscas de Estado policial. El conflicto mapuche podría escalar, con enfrentamientos masivos y entonces nadie sabe qué podría ocurrir. O el Norte verse sobrepasado de inmigrantes y protestas masivas. También cabe que la derecha de “Chile Podemos +” sufra un colapso en las elecciones parlamentarias y que el ánimo de derrota termine contaminando la candidatura de marras. Puede ser que aparezca a último momento algún hecho luctuoso ignorado de alguno de los candidatos o de alguien muy cercano a ellos. En fin, puede ser, puede ser: que lo inimaginado acontezca y altere fundamentalmente la situación. Pero, así como van las cosas, Kast lleva las de ganar.
* Nota aclaratoria: La tesis propuesta es eminentemente descriptiva. El autor deja constancia de que tiene una posición cercana a una centroderecha política, distante del economicismo dominante en partes de ese sector; además, que apoyó en su minuto la precandidatura de Mario Desbordes, colaborando especialmente en la parte ideológica de sus bases programáticas y con el texto justificatorio «Crisis epocal y republicanismo popular» (descargable aquí: https://www.academia.edu/