La forma de recolectar, producir, comercializar y consumir los alimentos está volviéndose insostenible. Los contrastes sociales, efectos en la naturaleza y resultados negativos en la salud (nunca antes vistos en los indicadores de enfermedades no transmisibles y en situaciones de malnutrición), ponen en evidencia las interrelaciones de los sistemas alimentarios con la salud, la vida y el desarrollo.
Se entiende por sistemas alimentarios el conjunto de elementos técnicos, medios de vida, relaciones y prácticas culturales, que permiten el cultivo, procesamiento, transformación, distribución, comercialización, consumo de los alimentos, así como su disposición final (perdidas y desperdicios), y aprovechamiento biológico (nutrición).
En el mundo hay más de 800 millones de personas que sufren hambre (más del 10% de la población mundial), 2.000 millones de personas tienen sobrepeso y obesidad, y 3.000 millones de personas carecen de una dieta saludable, todo lo cual está íntimamente ligado a determinantes sociales estructurales como pobreza, falta de educación y otros, así como a entornos alimentarios poco saludables, con baja disponibilidad y acceso a alimentos saludables, nutritivos y seguros. Esta situación no se mejora sólo con más dinero. Recientemente conocimos la inquietud de super millonarios de aportar su riqueza para solucionar el hambre en el mundo, pero ¿será eso suficiente? ¿Qué pasa con las políticas públicas y los cambios de enfoque necesarios para superar este problema global?
La función de los sistemas alimentarios no es solo acabar con el hambre, esta fuera una visión estrecha, que superpone la cantidad de comida por encima de la nutrición y el planeta. Desde una perspectiva del deber ser, como garantes de derechos en sociedades democráticas y equilibradas, los sistemas alimentarios deben actuar de forma armónica para garantizar al mismo tiempo la salud y nutrición humanas, además de ser sostenibles ambiental, cultural y socialmente. Es entonces una compleja red de factores lo que impacta la capacidad para satisfacer simultáneamente las necesidades nutricionales, mantener la biodiversidad y proteger el medio ambiente.
El acceso a la alimentación está estrechamente relacionado con el ingreso, el lugar social que se ocupe y en extensión, con los medios de vida que la permiten. Por ejemplo, las interacciones del modelo socioeconómico global con los sistemas alimentarios, sustentadas en la productividad a gran escala, la tecnificación de los recursos naturales para la producción agrícola, así como la intervención bioquímica de los alimentos en la fase de producción y transformación, están mostrando como resultados la degradación de la biosfera (la capa de lo vivo), mayor carga de enfermedades no trasmisibles y vulnerabilidades ante los virus e infecciones, además de desigualdades socioeconómicas preexistentes, interacciones todas que se exacerban por situaciones como la actual pandemia por Covid-19.
El papel de las industrias ha impuesto la tendencia dietaría en el mundo y los medios de comunicación y el marketing la han reafirmado, menguando la capacidad de las personas de elegir en un marco amplio de opciones sus alimentos, su comida y por tanto su nutrición.
El consumo y la disposición final de alimentos acorde con el índice global de desperdicio de alimentos realizado por el Programa Mundial para el Medio, señala perdidas colosales de alimentos y productos aprovechables para el consumo humano; en el mundo se pierden 931 millones de toneladas de alimentos cada año lo que equivale a un desperdicio cerca de 74 kg per cápita por año. La magnitud global del desperdicio en las fases de transformación, producción y comercialización de alimentos (a cargo de la industria de alimentos y establecimientos minoristas), y la pérdida de alimentos en la fase de consumo (a cargo de individuos y hogares), lo que se suma a la pérdida de los recursos naturales usados para su producción y a la emisión de grandes cargas de dióxido de carbono y presiones innecesarias sobre la tierra, el agua y los sistemas vivos.
La salud del planeta también está en riesgo, los patrones alimentarios sustentados en gran parte por el alto consumo de productos ultraprocesados y consumo de carne, marca una demanda de alimentos exigentes para el planeta. Por ello, las alarmantes tasas de obesidad y de enfermedades derivadas de la alimentación, guardan relación con la “supermercadización” de los sistemas alimentarios, donde hay más facilidades por parte de las personas para comprar alimentos ultra elaborados en lugar de alimentos frescos y variados.
Como respuesta a esta situación y reconociendo la intersección de problemáticas contemporáneas de la humanidad con afectaciones sindémicas de los sistemas alimentarios, la Cumbre de las Naciones Unidas realizada en septiembre del 2021, hizo un llamado de transformación sobre sistemas alimentarios, con cambios que deben estar sustentados en tres pilares catalizadores: Social, Ambiental y Político, en mira de cumplir para este decenio con la agenda global de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Para cumplir con tal cometido, en los preparativos de la Cumbre y su desarrollo, se abogó por tener una visión inclusiva y por ende, una apuesta por no dejar a nadie atrás, movilizando una serie de encuentros regionales y diálogos nacionales para proponer soluciones innovadoras orquestadas desde los diferentes grupos de actores que hacen parte de la preproducción, producción y consumo para i) garantizar el acceso a alimentos sanos y nutritivos para todos, ii) adoptar modalidades de consumo sostenibles, iii) impulsar la producción favorable a la naturaleza, iv) promover medios de vida equitativos y, v) crear resiliencia ante las vulnerabilidades, las conmociones y las tensiones a través de la innovación y la sostenibilidad.
Empero, muchos grupos de la sociedad civil se sintieron excluidos de esta Cumbre, denunciando ante la opinión pública que estuvo capturada por una narrativa de la industria que prioriza la cadena agroalimentaria y producción a gran escala de comida que favorece a las principales marcas de la industria de alimentos. Un argumento central es que el derecho humano a la alimentación y nutrición adecuadas fue el gran olvidado de la Cumbre, no reconociendo la trayectoria evolutiva del enfoque de seguridad alimentaria al de soberanía alimentaria.
Es necesario proceder con enfoques analíticos más robustos para acercarse a los sistemas alimentarios con la mirada puesta en las interacciones y no solo en los productos, y comprender que esta transformación debería venir desde el conocimiento de sus dinámicas e interrelaciones, considerando específicamente aquellas influencias (más que sustentadas) de las prioridades políticas y las funciones que tienen todos los actores del sistema en las pandemias de malnutrición, crisis climática y desigualdad social.
Creemos fehacientemente que se requieren políticas públicas construidas participativamente, que aborden las causas más estructurales del problema, para solucionarlo de raíz.
Referencias