Publicidad
Kast y la bolsonarización de la política chilena Opinión

Kast y la bolsonarización de la política chilena

Publicidad
Alexis Cortés
Por : Alexis Cortés Departamento de Sociología UAH, miembro de la Comisión Experta del proceso constitucional.
Ver Más


El escenario electoral chileno se ha vuelto altamente volátil, particularmente por lo que ha pasado en su ala derecha. Si ya fue una sorpresa que un candidato independiente como Sebastián Sichel proveniente del mundo democratacristiano derrotara inapelablemente a los partidos tradicionales de la derecha y a sus principales liderazgos en la primaria del sector, más asombroso ha sido el rápido desplazamiento que el otrora exitoso candidato Sichel ha sufrido ante la emergencia de José Antonio Kast, el candidato de la ultraderecha. 

La situación es inesperada, porque el resultado de la primaria pareció ser una señal clara de que lo que la derecha necesitaba, para enfrentar un escenario que favorecería electoralmente a los proyectos de cambio, era moderación y renovación. Kast es lo contrario, la opción por un discurso extremamente conservador y un retorno a los orígenes de la derecha pinochetista chilena.

El relato de Kast contiene elementos típicamente asociados a la derecha: orden, familia y posturas antimigratorias; pero adosados a una narrativa que lo emparentan con el crecimiento de la nueva derecha populista mundial: antiglobalismo, antifeminismo, negacionismo climático y autoritarismo. Tanto es así que su figura ha sido asociada fuertemente al expresidente Trump y a Bolsonaro de Brasil. 

¿Es Kast el Bolsonaro chileno? ¿Qué elementos compartidos exhiben estos dos políticos latinoamericanos? Antes de intentar responder es necesario puntualizar una diferencia. Si comparamos a uno y otro, el derechista chileno sobresale por sus habilidades comunicativas: es articulado, transmite tranquilidad y autocontrol. Bolsonaro, en cambio, destaca por la tosquedad de su discurso, su irascibilidad e incoherencias lógicas. Tanta es la diferencia que Bolsonaro enfrentó exitosamente la campaña presidencial ausentándose de los debates públicos, primero por el ataque que sufrió al inicio de la campaña y después por conveniencia; mientras que Kast empezó a ascender en las encuestas precisamente por su buen desempeño en los debates televisivos, donde transmitió ideas chocantes con un tono sereno y caballeroso. En ese sentido, Bolsonaro es más coherente en cuanto a forma y fondo que su símil andino.

En relación con sus trayectorias políticas, ambos poseen una historia parlamentaria más o menos intrascendente, sin iniciativas de ley relevantes aprobadas en sus legislaturas. Sin embargo, mientras Bolsonaro perteneció a lo que en Brasil se conocía como “bajo clero”, un grupo de diputados de diversas leyendas altamente móvil en cuanto a sus posicionamientos en la Cámara, por su sensibilidad a los incentivos de quien estuviera gobernando, Kast, en cambio, fue parte de la poderosa bancada de la UDI, partido del cual emigró cuando este empezó a intentar desmarcarse de su herencia dictatorial.

Justamente es este punto el que aproxima con más fuerza a estos dos políticos de extrema derecha: su común pinochetismo. Bolsonaro en múltiples ocasiones ha elogiado al exdictador chileno, entre otras cosas por su mano dura para combatir el comunismo. Por su parte, Kast no solo fue una de las caras visibles de la campaña del “Sí” en el plebiscito que decidía la continuidad de la dictadura, sino que ha declarado sin ambages que, si viviera, Pinochet optaría por su proyecto. 

No es de extrañar que tanto Bolsonaro como Kast se hayan identificado con figuras emblemáticas de la represión de las dictaduras de sus países. Bolsonaro ya en la presidencia ha elevado a la condición de héroe nacional al fallecido excoronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, el principal torturador del país; es conocida la dedicatoria de su voto para destituir a Dilma Rousseff, quien fue víctima de ese represor cuando estuvo detenida. De modo similar, aunque más cauto, Kast no ha dudado en mostrar solidaridad con uno de los más sangrientos represores chilenos: el brigadier Miguel Krassnoff, vinculado a más de 90 crímenes por violaciones a los DDHH y condenado a más de 600 años por los mismos. Para Kast es difícil creer las cosas que se dicen de Krassnoff y, para su partido, la Justicia se ha equivocado con él.

Por otra parte, las dos figuras han cultivado un fuerte grado de nacionalismo para afirmar sus proyectos. En lo que respecta a Bolsonaro, su lema “Brasil por sobre todos”, su discurso militarista y el uso y abuso de los símbolos patrios, sobre todo la bandera, se combinaron con una fuerte subordinación a los intereses de la gestión de Trump y a un alejamiento del nacionalismo económico que identificó antaño al Ejército brasileño. En paralelo, Kast estéticamente ha jugado con elementos similares, pero sobre todo ha canalizado esta tendencia a través de un discurso antimigración, sacando partido de la crisis migratoria que se vive en la frontera norte del país.

Coherentes con el punto anterior, ambos políticos han incorporado un elemento presente en la derecha populista mundial: el antiglobalismo. Es decir, un discurso y práctica diplomática refractarios al multilateralismo, siendo el principal blanco de sus críticas instancias como la ONU. En el caso de Brasil, los cuestionamientos, sobre todo de su base electoral de apoyo, se concentran contra la OMS, por el componente negacionista del bolsonarismo frente a la pandemia. En cuanto a Kast, su programa promueve una “supremacía soberana” que implicaría, entre otras cosas, abandonar el Consejo de DD.HH. de la ONU y cerrar Flacso.

De la misma forma, destaca en ambos casos el negacionismo frente a la emergencia climática. Para Bolsonaro esa preocupación es una excusa de los países centrales para impedir la explotación de la Amazonía. De hecho, su desforestación ha aumentado extraordinariamente durante su gestión, en la misma medida que ha desmantelado los organismos públicos encargados del cuidado medioambiental. El programa de Kast, por su parte, señala que la abrumadora evidencia de la crisis climática se trata más bien de “correlaciones recientes” propias de un cuestionable discurso hegemónico, promoviendo, en cambio, la recarbonización de la matriz energética.

El conservadurismo extremo que estos políticos representan puede ser leído como una reacción ante el avance de las pautas feministas y LGBTIQ+ que han permitido igualar derechos, reconocer identidades y posibilitar mayores grados de autonomía para las mujeres. Para ellos, esta agenda no es más que “ideología de género” que debe ser prohibida, según Bolsonaro, porque “corrompe a los niños”, tal como señala Kast. Desde esta perspectiva, el feminismo forma parte de un proyecto de hegemonización cultural de la izquierda (marxismo cultural) proveniente de las universidades públicas. Los sistemáticos ataques contra académicos y la institucionalidad universitaria en general durante el gobierno de Bolsonaro atestiguan la prioridad de esta preocupación para la extrema derecha. En el caso de Chile, el amedrentamiento que están realizando algunos diputados próximos a Kast contra la Universidad de Chile y la Universidad de Santiago y contra una académica de la Universidad de Valparaíso, a quienes se les ha exigido entregar la información de quiénes enseñan cursos con perspectiva de género, incluyendo presupuestos, evaluaciones, individualizaciones, etc., puede ser visto como un anticipo de lo que sería un gobierno de Kast en esta materia.

Los rasgos autoritarios, aunque transversales a todos estos temas, tienen un capítulo especial en ambos casos. Durante la campaña presidencial, Bolsonaro no solo no dudó en amenazar a los militantes del PT y, cuando ganó, los invitó a marcharse del país, sino que además extendió sus amenazas a otros poderes del Estado: el Legislativo y Judicial. Propiciando un clima institucional altamente inestable. Por su lado, la propuesta programática de Kast es explícita al proponer una “coordinación internacional antirradicales de izquierda”. Al mismo tiempo, plantea entregarle atribuciones al Presidente para “interceptar, abrir o registrar documentos y toda clase de comunicaciones y arrestar a las personas en sus propias moradas o en lugares que no sean cárceles ni estén destinadas a la detención”. 

Los elementos expuestos muestran claramente una matriz común entre ambos políticos derechistas. Sin embargo, Kast no es Bolsonaro, pues las debilidades de este último son fortalezas del primero, lo que podría hacer del chileno un peligro aún más grande. Tal como escribiera Pablo Stefanoni cuando el excapitán ganó la elección presidencial en Brasil, la cuestión no será si aparecerán otros bolsonaros en la región, sino qué tanto se bolsonarizarán los discursos políticos. No cabe duda que Kast lo está haciendo terriblemente.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias