Hay experiencias inspiradoras como la “geringonça” portuguesa (jerigonza, en español), que fue capaz de sustentar un gobierno de centro-izquierda e izquierda estable y progresista, en medio de las turbulencias de una profunda crisis económica y social. En 2015, el Partido Socialista de ese país ibérico se hizo cargo del Ejecutivo sin mayoría propia, pero tomó la iniciativa de impulsar una alianza inédita que pudo suavizar el ajuste brutal que exigía la llamada “troika”, formada por la Comisión Europea (CE), el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), y asegurar un rumbo de recuperación de la economía sin provocarle mayores costos al grueso de la población.
El entendimiento que el Primer Ministro António Costa forjó, entonces, junto al Partido Comunista Portugués (PCP), al Bloque de la Izquierda (BI) y al Partido Ecologista “Los Verdes” (PEV), significaba sellar una combinación política de apoyo mutuo en el Parlamento, que no incluía la participación de estos últimos partidos en el gobierno sino sólo su apoyo a nivel parlamentario, alrededor de grandes acuerdos e iniciativas puntuales acordadas previamente. Fórmula a la cual la derecha llamó, en forma despreciativa, “la jerigonza” (“lenguaje complicado y difícil de entender”, según el diccionario de la RAE).
Desde el punto de vista de las fuerzas políticas involucradas, nos encontramos con un Partido Socialista de orientación socialdemócrata y europeísta que, junto con reconocer la importancia de la economía de mercado, agrega un componente de fuerte regulación estatal y la adopción de mecanismos que garanticen el bienestar social. El Partido Comunista, por su parte, se mantiene fiel a la ortodoxia marxista-leninista, aunque es políticamente pragmático, posee una fuerte presencia sindical y participa activamente en las movilizaciones sociales. Además, el Bloque de Izquierda —que se siente “primo hermano” de Podemos en España y de Francia Insumisa, plataforma liderada por Jean-Luc Mélenchon— es un partido con fuerte arraigo en la juventud urbana y en el trabajo de protección al medio ambiente, la promoción de los derechos humanos, del feminismo, de los derechos de los inmigrantes y del colectivo LGBTIQ+. Por último, los Verdes, pretenden responder a los acuciantes desafíos ecológicos contemporáneos. Y existe, además, un partido animalista, el PAN (Personas, Animales, Naturaleza), creado en 1999, y que ha tenido un veloz crecimiento.
La “jerigonza”, como pacto funcional de nuevo tipo, se materializó en un sistema político mixto, con base parlamentaria, donde la soberanía se expresa en el Parlamento, el Gobierno y el Presidente de la República. Cuando existen mayorías claras, el eje político central pasa por el Gobierno y el Parlamento, aunque el Presidente tiene legitimidad propia por ser elegido directamente por el pueblo y mantener importantes poderes de intervención, como el veto a proyectos de ley y la disolución de la Asamblea, según estime oportuno y necesario. El Parlamento tiene distintas competencias políticas y legislativas, así como el Gobierno es el órgano de dirección general del país y de la administración pública.
El Primer Ministro es nombrado por el Presidente, previa consulta a los partidos representados en el Parlamento y teniendo en cuenta los resultados electorales. El Gobierno y el Primer Ministro tienen una doble responsabilidad ante el Jefe del Estado y el Parlamento, y el programa de gobierno debe ser aprobado por la Asamblea. De hecho, a fines de octubre pasado, estalló una crisis política, cuando en la Asamblea de la República tanto el Bloque de Izquierda como el PCP se alinearon —por distintas razones, es claro— con la oposición de derecha para rechazar la ley de presupuestos para 2022. Y así establecieron un paréntesis, que está muy lejos de ser definitivo, en la continuidad de un proyecto de entente exitosísimo, que se ha mantenido en el poder desde 2015. Y que es la segunda alianza más longeva en el apoyo a un gobierno desde la redemocratización del país (seis años, en total), frente a los diez años durante los cuales gobernó como Primer Ministro Aníbal Cavaco Silva (1985-1995), del centroderechista PSD, mientras el Presidente era Mario Soares, histórico líder del Partido Socialista.
¿Qué buscaba el proyecto de presupuesto presentado por Costa? Garantizar la llegada rápida al país de los fondos de recuperación prometidos por la Unión Europea —16.600 millones de euros, entre transferencias directas y préstamos, hasta el 2026—, según una información de la Deutsche Welle, de los cuales mil millones irán a la inversión pública para el 2022. ¿Por qué se cayó? Porque el PCP y el BI creían que este incremento era insuficiente y “anémico”. Y, básicamente, porque estimaban que ya era tiempo de cambiar la legislación laboral heredada de los dictados impuestos por la “troika” antes mencionada.
¿Resultado? La oposición en todas sus expresiones —desde el principal partido de derecha, el PSD (que se llama, sin embargo, Social Demócrata, en otra demostración de la rareza de la política portuguesa), hasta los liberales, los verdes y el ultraderechista Chega (Basta), que tiene un solo escaño en el Parlamento, además de la izquierda no PS—, derrotaron por 117 votos a 108 al Primer Ministro Costa. Y, a consecuencia de ello, y haciendo uso de sus facultades, el Presidente de Portugal, Marcelo Rebelo de Sousa, de origen conservador, anunció el 4 de noviembre pasado que disolverá el Parlamento y convocará a elecciones anticipadas para el 30 de enero de 2022, para resolver la crisis de gobernabilidad y despejar el tema presupuestario.
¿Previsiones para el futuro? Las hay de todo tipo. Para el analista José Reis, de la Universidad de Coimbra, el PS puede hasta salir fortalecido en los próximos comicios, al atraer eventualmente a descontentos de los otros partidos de izquierda. Pero al mismo tiempo es muy temprano para decretar que la “jerigonza” está muerta. Aunque sí pasa por una crisis fuerte, pues sus integrantes deben resolver el dilema siempre complejo de ser pragmáticos sin comprometer sus propios principios ideológicos ni sus identidades.
Ayuda, en una perspectiva positiva para el gobierno de Costa, el hecho de que la centroderecha esté dividida y también que si las elecciones fueran hoy “la centroizquierda mantendría –opina Reis- la mayoría en la Asamblea”. Para el cientista político brasileño Márcio Coimbra, la “jerigonza” fue saboteada por la propia izquierda. “Los comunistas y otros querían más gastos sociales, lo que complicaría las metas fiscales establecidas por la Comisión Europea, cuando Portugal firmó el acuerdo con la troika en la década pasada”. El PS, en tanto, intenta respetar escrupulosamente el acuerdo con la UE. Según el diario Público, la crisis política abierta tendrá costos electorales para toda la izquierda, de los que podría beneficiarse el líder de Chega, André Ventura, quien explota un discurso antiinmigración y crece incluso en algunos antiguos bastiones izquierdistas.
Lo curioso del caso es que el “modelo portugués”, implementado por la “jerigonza”, ha cosechado múltiples elogios en el mundo por su eficiencia, tanto al enfrentar los efectos de la crisis financiera mundial, que estalló en 2007/2008, como las desastrosas derivaciones de la pandemia, que privó a Portugal del turismo, una de sus principales fuentes de ingresos.
A causa de la emergencia sanitaria y la suspensión del turismo, la economía retrocedió un 7,6% en 2020, pero en 2021 el crecimiento debe ser de 4,8% y la proyección del Banco Central de Portugal y de organismos internacionales para 2022 es de otra expansión de 5,6%, lo que colocaría a esa nación en una posición superior a la que se encontraba antes de la crisis del Covid-19.
De hecho, en septiembre de este año, Michael Moran, escribió un elogioso artículo en Foreign Policy, bajo el título de “El capitalismo de sardinas de Portugal es un modelo para el mundo”. Allí señala, por ejemplo, qué de los países apodados, a comienzos de los años 2000, despectivamente como PIIGS (sigla en inglés que juega con el poco elegante adjetivo de “cerdos”, y que incluye a Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España), los únicos que se vienen librando de esa calificación destructiva son, precisamente, Portugal e Irlanda. Mientras que el resto sigue con alta deuda pública y serios problemas macroeconómicos.
Dice Moran allí que “a pesar de las trabas fiscales que esta cohabitación impone a los miembros más pequeños de la eurozona, Portugal ha encontrado una fórmula para mantener el costo de la vida más razonable de Europa Occidental, un desempleo relativamente bajo, un crecimiento económico constante y la satisfacción general de los ciudadanos en una época de polarización”. No es poco para los tiempos que corren. Tampoco lo es que la izquierda, a la que sectores interesados habitualmente señalan como poco prolija en el manejo de la economía, haya demostrado que puede hacerlo bien en situaciones extremamente complicadas.
Ahora bien, ¿hay lecciones que se puedan extraer del modelo de gobernabilidad portugués y que puedan ser útiles para Chile, que vive hoy un momento constituyente y que insinúa, a su vez, aires refundacionales en todo lo que tiene que ver con la reconfiguración de un pacto social más equitativo y menos excluyente? A nuestro juicio, sí es posible pensar en una experiencia inspiradora que sirva como referencia concreta para asumir alianzas nuevas y flexibles, en el marco de una emergencia nacional tan grave que requerirá, sin duda, de soluciones extraordinarias.
Si bien las condiciones son distintas en nuestro régimen presidencial, vale la pena explorar la viabilidad de concretar un esquema parecido al de la “jerigonza”, que permita coordinar los esfuerzos de los sectores progresistas para superar, en forma conjunta y con espíritu generoso y abierto, la crisis de la pandemia y echar a andar un nuevo Chile. Si alguna de las dos grandes combinaciones políticas con esta orientación —Apruebo Dignidad o el Nuevo Pacto Social— gana las elecciones de este año, deberá tener presente que, aunque se encontrará con rigideces que no tiene el semipresidencialismo atenuado del régimen político portugués, éstas exigen, de igual manera, una mayoría suficiente en el Congreso para aprobar las leyes que harían realidad las propuestas del entrante oficialismo.
Como es difícil que una sola alianza reciba un apoyo tan definitorio y contundente, tanto en el Ejecutivo como en el Legislativo, las profundas transformaciones que reclama nuestra sociedad sólo serán viables a condición de convocar a un bloque social y político muy amplio, participativo, coherente y ordenado, que se exprese más allá del gobierno mediante coincidencias programáticas pactadas, con objetivos y metas evaluables por la ciudadanía.
El desafío de desmontar el modelo neoliberal consagrado por la Constitución de 1980 y montar otro a partir de nuevos paradigmas que, en lo posible, ojalá queden registrados en una nueva Carta Magna, demanda más que un simple acuerdo de gobernabilidad que asegure el respeto a ciertas reglas del juego, ya que se deben establecer instituciones democráticas plenas y alcanzar un pacto social más incluyente. Para ello se requieren reformas profundas y responsables en áreas tales como la descentralización del Estado, la legislación tributaria, laboral y previsional, la educación y la salud, al mismo tiempo que lograr un crecimiento sostenido post pandemia y la recuperación del empleo, asegurando una transformación productiva verde y que supere la lógica extractivista, que hasta ahora ha prevalecido sin contrapesos en nuestra economía y nuestro modelo de desarrollo.
No basta con ganar las próximas elecciones, sino que se debe fundar un proyecto hegemónico que convoque a las mayorías “impuras”, porque si de “puros” se trata, siempre serán minoría. La idea es gobernar bien y proyectarse en el tiempo para poder hacer los cambios que Chile necesita. Solo la unidad sin exclusiones de la izquierda y la centroizquierda, en el sentido más abarcador de ambos términos, puede ofrecer el horizonte de transformaciones estable y cierto que los chilenos demandan.