Para sorpresa de muchos, los resultados de la elección presidencial se han acercado bastante a lo que apuntaban las encuestas. Con un Kast tomando la delantera y un alto porcentaje de Parisi que claramente decidirá la elección presidencial, el margen de error de Boric disminuye drásticamente para esta segunda vuelta. Pero, ¿qué le falló a Boric, exactamente?
El programa de Boric tiene una estructura transversal bastante compuesta y sólida, con una mirada pluralista e inclusiva, que apuntaba a salir a buscar los votos del Apruebo y de la mayoría disconforme con la manera en que las viejas coaliciones han gobernado el país en las últimas décadas. Pese a lo anterior, el primer error que comete Boric es enfocar su programa mirando hacia el votante joven y más bien universitario de nicho urbano, el que, por lo demás, siempre ha sido su nicho, excepto en su distrito. Su marca personal y su campaña, entonces, en vez de ampliar la red de pesca, la han disminuido creyendo que la aumentaban. ¿Cómo se explica esto? La razón es bastante pedestre y en ella confluyen, por un lado, un Chile que es extremadamente conservador (incluso en sus brazos izquierdos) y, por otro, que los jóvenes en nuestro país no votan más que las personas mayores.
Con esta mezcla, enfocar la campaña y los debates presidenciales a derechos de última generación, como lo pueden ser el aborto, matrimonio igualitario, derechos LGQBTIA+, medioambiente y similares, no solamente puede parecer alejado de la realidad chilena para algunos, sino que, de plano, puede espantar electores que después de un estallido social persiguen un piso social y tienen necesidades tan básicas como recuperar empleos, perseguir estabilidad económica y observar paz en la calle. Con estas consignas, Boric se ha autoaislado, tratando de perseguir ese electorado duro del Apruebo, creyendo erróneamente –y lo sigue haciendo– que los votos del Apruebo se iban a transferir a la candidatura presidencial progresista con mayores posibilidades de éxito, en este caso, la suya.
En la misma línea anterior, en un país sumamente polarizado, en vez de despejar interrogantes en esas personas, abriéndose a este tipo de demandas sociales, Boric ha cometido otro error muy grave: se ha encerrado en su propio personaje, tendiendo a creer y proyectar que las demandas ya mencionadas, especialmente las relativas a narcotráfico, delincuencia, empleo y paz social que, coincidentemente, constituyen caballos de batalla de Kast, son demandas de la derecha o de un elector que no le iba a preferir. Nada más errado y, por lo demás, altamente prejuicioso. Preferir el empleo, la seguridad y la estabilidad económica antes que las demandas más fuertes de la propaganda de Boric no representan, como se ha expresado a mares en las redes sociales, que el electorado de Kast no tenga empatía, sean “privilegiados”, o que todos sus electores sean pinochetistas, significa que, sencillamente, las personas tenemos prioridades diferentes en nuestras vidas, cuestión que no es de extrañar y que, por lo demás, es precisamente la riqueza de un sistema democrático.
Boric se ve forzado, tal vez muy tarde, a correrse hacia el centro en su estrategia electoral a buscar al votante de clase media que aspira precisamente a la proyección personal, económica –que vio en Parisi una luz– y que busca estabilidad y seguridad en su día a día, no porque no haya tenido propuestas en estas materias con anterioridad, sino precisamente porque se ha dibujado en él un discurso antiélites donde incluso él mismo ha señalado que cambiará la forma de hacer las cosas como se han hecho hasta ahora. Esto, aparentemente, ha desembocado en que muchos votantes lo asocien a mayor inestabilidad, prefiriendo un discurso de ultraderecha antes que uno moderado, pero con una proyección personal y personaje que vienen a probar fórmulas nuevas en un país, otra vez, sumamente conservador.
Boric y la izquierda han creado, tal vez sin quererlo, gran parte de lo que Kast es hoy. Mientras Boric ha ido excluyendo gente apuntando a nichos muy específicos y que, con o sin la línea de propaganda, de todas formas habrían votado por él antes que por la derecha, como es el nicho LGQBTIA+, Kast ha apuntado a necesidades que cualquier ciudadano promedio querría, como seguridad en sus barrios y aumento de empleos, recogiendo además a todos aquellos que han quedado huérfanos de un Piñera que les terminó pareciendo débil. La estrategia de romper con el molde tradicional de Boric ha cedido espacio para que Kast pueda enarbolar “la paz” de Chile como una bandera que solamente podemos atribuirle a él. Su “no te preocupes, todo va a estar bien” se abre paso a los ojos del votante promedio entre medias tintas y demandas que no son escuchadas.
Sería del todo equivocado e, incluso, caricaturesco, sostener que el programa de gobierno de Boric no tiene como un pilar fundamental el desarrollo y el crecimiento económico a largo plazo, pero la desconexión aparece aquí en un candidato que arriesga ser concebido en su composición estética y su lenguaje político como un outsider de tomo y lomo, pero que ha adoptado a los ojos del público general varias de las viejas prácticas de la política. El electorado chileno no acostumbra asociar desarrollo o progreso a candidatos que ni siquiera se ponen corbata y rompen cánones y formalidades que, más allá de ser inútiles o no, conservadoras o no, reflejan tradiciones que, por una u otra razón, históricamente han inspirado confianza en Chile.
No todo está perdido para Boric, pero está obligado a quebrar alianzas. Su mayor compañero, el Partido Comunista, es el enemigo más potente del discurso de Kast y como Boric ha optado por aislarse para rescatar consignas comunistas, Kast queda en libertad de acción para recolectar todo lo que Boric ha dejado fuera, incluyendo una parte considerable del perfil de votantes de Parisi. Si consideramos que, con matices, se ha puesto públicamente codo a codo con el Partido Comunista, no es de extrañar que la dispersión haya aumentado y, los votos, escapado de su canasta.
Kast está también forzado a llevar su discurso (en una línea muy similar a la que le permitió a Piñera uno y dos ser electo) a un terreno más moderado, lo que a su vez fuerza a Boric a correrse al centro y jugar en la cancha de Kast, quien claramente le lleva la delantera aplanando este terreno. Boric debe abandonar la errada creencia de que los votantes del Rechazo son los votantes de Kast, porque, aunque encajen numéricamente, no son las mismas personas, habiendo captado –y todavía con enorme potencial de captar– a una porción importante de la centroderecha suave que ha quedado decepcionada de Piñera dos, quienes también, qué duda cabe, votaron Apruebo.
Boric tiene, entonces, la difícil tarea de reformular no solamente su personaje político, sino también cambiar drásticamente su lenguaje y aproximación teórica de lo que Chile piensa y sueña. El extremo, a diferencia de Kast en la primera vuelta, ya no le sirve a ninguno de los dos.