“Cuidado con lo que deseas porque se te puede cumplir”, reza el refrán.
Esta parece ser la situación por la que atraviesa Kast.
Así es, Kast desde su salida de la UDI construyó un personaje político cuya identidad esencial consistía en autoasignarse el rol de reserva moral, o más bien de reserva inmoral, para quienes estaban en disposición de defender el legado de la dictadura cívico-militar a cualquier precio y sin siquiera repudiar las atrocidades cometidas en el ámbito de los derechos humanos.
Su estrategia electoral era de nicho, su proyecto político de largo plazo y su impronta era de un político de Twitter. Así se entiende su desprolijidad e ignorancia a la hora de formular su programa de gobierno para la primera vuelta. No era lo importante. Todo se reducía a la cuña provocadora sin moderación y asumiendo el riesgo de ser amenazante y ofensivo para miles de chilenos y chilenas.
Su programa de gobierno, en palabras de Freud, estaba dotado de un cúmulo de revelaciones del inconsciente. Revelaban sus más profundas convicciones. Mal que mal, él se movía por principios y, por lo mismo, se había alejado de una derecha que se dejó influir por las mayorías ruidosas que reclamaban un Chile más justo o que habían sido permeadas por la ideología de género o, peor aún, por la dictadura gay.
Lo que para una buena parte de las chilenas y chilenos era un avance civilizatorio en materias de igualdad de género, respecto a la diversidad sexual, rechazo frente al abuso policial, más y mejores políticas de protección del medio ambiente y de nuestros recursos naturales, política tributaria más progresiva y construcción de un sistema de protección social que garantice el acceso universal y de calidad a derechos sociales como salud, educación, pensiones y vivienda, para el candidato Kast representan un retroceso y una desviación del camino correcto que Chile debe seguir.
Son sus convicciones las que explican sus propuestas programáticas. Por cierto, tiene todo el derecho a creer en su recetario neoliberal en lo económico y conservador en lo cultural y valórico, aun cuando la experiencia comparada del mundo desarrollado demuestre que ese no es camino adecuado.
Pero Kast decidió –hasta ahora– convertir su mayor debilidad en su mayor virtud. Por eso, nos propone achicar el Estado cuando lo que el país necesita es fortalecerlo para dar protección social a sus habitantes y emprender la transformación de su base productiva y apoyar a los nuevos emprendimientos; terminar con el Ministerio de la Mujer cuando tenemos una enorme tarea en materia de igualdad de género; disminuir los impuestos cuando nuestra actual estructura tributaria, además de ser regresiva, contribuye muy poco a la tarea de una mayor igualdad en la distribución de ingresos; negar o subestimar la amenaza del cambio climático cuando la comunidad científica a nivel mundial alerta sobre la misma; alejar a Chile del multilateralismo cuando la globalización nos exige más cooperación entre los países, entre otras formulaciones.
¿Fracasó Kast en su proyecto?
Desgraciadamente, no. Sacó la primera mayoría relativa con un 27,9% de los votos en la primera vuelta presidencial y aventajó al candidato de una derecha más soft, representada en la candidatura de Sichel, en 15 puntos porcentuales.
Entonces, es ahora cuando Kast se enfrentará a Kast.
Sus deseos se cumplieron, aun cuando es probable que a semanas de la primera vuelta creyera que no iba a ganar, pero que seguiría en la senda de fortalecer su proyecto de largo plazo.
Pero ganó y esa nueva realidad lo obligará a tomar una decisión compleja. O persevera en sus convicciones más profundas y defiende sus principios o claudica ante la derecha soft, que le impondrá un ajuste a su programa con el único propósito de mejorar su opción de mantenerse en el poder.
Lo triste de esta historia es que ese electorado de derecha votará por él, haga o no lo que le exigen los perdedores.