El Presidente electo Gabriel Boric Font anunció su gabinete el viernes pasado, y mientras hablaba repitió más de 10 veces la palabra diversidad. Veinticuatro personas nombradas, 14 mujeres, 10 personas que nacieron en regiones, 14 carreras profesionales representadas. “Aquí hay una diversidad que empieza a parecerse a Chile”, dijo la actriz Paulina García, quien co-moderaba el acto.
El valor de la diversidad ha sido reconocido en distintas esferas sociales. En el mundo empresarial, la conocida consultora McKinsey realizó un estudio en 346 empresas de distintos países para evaluar en qué medida tener equipos directivos diversos afectaba la productividad de las empresas (McKinsey, 2016). Sus resultados muestran que hay una correlación positiva entre las empresas que tienen equipos diversos y su nivel de productividad.
En los procesos de producción científica, distintos estudios muestran que no da lo mismo tener un equipo de investigadores homogéneo que tener un equipo de investigadores diverso en términos culturales (Stahl et al., 2010) y disciplinarios (Nee et al., 2015). Desde un punto de vista redes de información, las instituciones que logran conformar equipos diversos en términos disciplinarios y culturales tienen acceso a un mayor número de ideas, experticias y/o experiencias que enriquecen los procesos creativos. Ahora bien, la misma evidencia da cuenta que integrar lo diverso en forma efectiva requiere ambientes que puedan acoger dicha diversidad. Es más difícil entenderse con personas que piensan distinto, por ende, se requiere una intencionalidad explícita y consciente de quienes concentran el poder para permitir que la diversidad de experiencias se exprese y ejerza su poder.
A pesar de la evidencia que muestra el valor de diversidad en la producción de conocimiento, la disciplina económica parece ser menos receptiva a este hallazgo. Hay al menos dos dimensiones vinculadas que podrían explicar este fenómeno: a) la homogeneidad de las personas que componen la disciplina; b) la idea predominante del ser racional y estratégico.
Por un lado, hay barreras estructurales que privilegian la sobrerrepresentación de personas de estrato social alto. En Chile y en otros países, el ingreso a la disciplina está condicionado por un sistema de educación superior altamente estratificado por la clase social de origen de las personas. En el caso de Estados Unidos, los economistas Robert Schultz y Anna Stansbury reportaron, en noviembre del año pasado, que la economía tenía el menor porcentaje de economistas con estudios doctorales que son primera generación en comparación con el resto de disciplinas. En Chile, entre 2013 y 2021, 51% de las personas que recibieron Becas Chile para realizar un doctorado en economía provino de colegios particulares pagados, lo que es significativamente mayor que en otras disciplinas.
Asimismo, la economía es un campo históricamente dominado por hombres. Un análisis de las páginas web de los 12 departamentos de economía que enseñan la especialidad en Chile, muestra que alrededor del 19% del profesorado contratado son mujeres. En Estados Unidos, este porcentaje es equivalente al 28.3%, pero solo el 20% de mujeres logra llegar a las posiciones más altas de la carrera académica (CSWEP, 2017), fenómeno conocido como la cañería rota (leaky pipeline). Estos números muestran que la representación de las minorías en la economía es aún más baja que otras ciencias sociales e incluso que en disciplinas STEM (acrónimo en inglés para referirse a las disciplinas académicas de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), y que se ha mantenido relativamente constante en los últimos 30 años (Bayer & Rouse, 2019).
Por otro lado, el estudio ortodoxo de la economía se basa en teorías que dan menos relevancia a la diversidad en comparación con el comportamiento racional y estratégico. Los modelos económicos convencionales describen a las personas como agentes procesadores de información y maximizadores de beneficios, olvidando la importancia que la neurociencia les ha atribuido a las experiencias personales en la toma de decisiones (Malmendier, 2021). Algunos estudios experimentales han mostrado que esta perspectiva acrítica y tradicional de entender a los individuos podría fomentar la reticencia a la diversidad que observamos en la academia. Por ejemplo, hay evidencia de que cuando se presentan las desigualdades de género en términos de elecciones individuales racionales, las personas tienen mayores dificultades identificando las barreras estructurales que causan estos fenómenos (Stephens & Levin, 2011). De forma similar, hay evidencia de que aquellos individuos que se describen a sí mismos como lógicos y objetivos son más propensos a discriminar mujeres en ambientes laborales (Uhlmann & Cohen, 2007).
Esta contradicción entre las teorías económicas prevalentes y la diversidad se ve crudamente reflejada en la formación profesional de los economistas. Un estudio realizado en la Facultad de Economía de la Universidad de Chile muestra que los estudiantes de economía presentan un sesgo de género en contra de las mujeres más pronunciado que sus pares en otras carreras (Paredes, Paserman & Pino, 2020). Este fenómeno se explica por dos efectos distintos relacionados con la influencia de la experiencia en la toma de decisiones. Por un lado, existe una componente de autoselección. Individuos más religiosos y que tienen tendencias políticas de derecha son más propensos a escoger estudiar ingeniería comercial. Y por otro lado, existe también una dimensión de aprendizaje. Este estudio evidencia que el sesgo en contra de las mujeres se va incrementando a través de los años de estudio en la facultad.
Dada esta homogeneidad de perfiles y esta predominancia de teorías que enfatizan lo racional, no deberíamos esperar que la falta de diversidad en la disciplina económica vaya a cambiar por sí sola. Se requiere que las instituciones académicas se comprometan transversalmente y propicien equipos de investigadores con perfiles heterogéneos que reconozcan el valor científico de contar con diferentes perspectivas en la economía y en la academia en general.
Nuestras investigaciones en curso revelan que las iniciativas que algunas universidades chilenas han implementado para facilitar la entrada de mujeres en la economía actualmente tienen algunos vicios. Por ejemplo, las comisiones de inclusión de género y diversidad con frecuencia están constituidos en su mayoría por mujeres, quienes además de cumplir con todas las funciones de su trabajo, deben participar de estas instancias y representar a sus departamentos o facultades en espacios como charlas, seminarios y conferencias por cumplir con cuotas de género, a costa del tiempo que podrían dedicar a la investigación. Cabe preguntarse por el valor epistémico que se asigna a la diversidad, cuando en la práctica son mayoritariamente mujeres e identidades diversas las que participan de estos espacios. Esto sugiere que los hombres no están dispuestos a asumir los costos asociados a trabajar a favor de la heterogeneidad de quienes construyen el conocimiento.
En conclusión, el valor de la diversidad no responde únicamente a demandas de justicia social por la integración de grupos históricamente discriminados en la academia. Es importante comprender que la diversidad tiene un valor epistémico en sí mismo, el cual ha sido respaldado por la evidencia científica. Integrar mujeres, diversidades y disidencias de género, personas racializadas, en situación de discapacidad, entre muchas otras, es integrar puntos de vista y experiencias diferentes que ponen en tensión la forma en que tradicionalmente se ha producido el conocimiento.
Mientras no exista esta intención y compromiso con la diversidad y disidencia dentro de la academia, es imposible que se desarrolle ciencia que incorpore estos puntos de vistas y experiencias, y debilita la posibilidad de una perspectiva económica que responda a los problemas sociales de hoy. Esto ha comenzado a reconocerse en los espacios políticos y ha llevado a la conformación de la primera Convención Constitucional paritaria del mundo, y a un gabinete ministerial más diverso que nunca en el país, con personas abiertamente homosexuales y de distintas formaciones académicas y que por primera vez en la historia cuenta con más mujeres que hombres. Entonces, ¿cómo hacemos para visibilizar el valor de la diversidad en la ciencia?, ¿cómo ponemos en jaque las estructuras que reproducen la exclusión de diversos puntos de vista y experiencias en la economía?