Desde hace ya varios años el problema de la violencia ha estado en el centro de la agenda de Espacio Público. Diversos estudios, entre ellos “Millennials en América Latina y el Caribe, ¿trabajar o estudiar?” y “Jóvenes en la mira: discriminación, violencia y estigmatización”, han revelado que la violencia está entre los principales obstáculos que los jóvenes encuentran para la realización de sus proyectos de vida.
Como violencia estructural o exclusión en el acceso a oportunidades, como violencia directa – física, sexual o psicológica- o como violencia simbólica -o la privación de reconocimiento por parte de otros actores- la violencia es parte de la vida cotidiana de los habitantes de la región y, particularmente de ciertos grupos, entre ellos, jóvenes y mujeres.
Uno de los ámbitos donde ésta más claramente se expresa es en el mercado laboral. Desde la desconfianza en las entrevistas a situaciones de acoso en los lugares de trabajo, los jóvenes y las mujeres relatan un sinnúmero de prácticas que los mantienen alejados de la posibilidad de acceder, por la vía de un trabajo formal y de calidad, a mejores posiciones sociales.
Para ahondar más en este tema, durante los últimos dos años, con el apoyo de FLACSO Costa Rica y de IDRC, Espacio Público indagó en los efectos que un buen empleo podía tener sobre la incidencia de la violencia en la vida de los trabajadores. Si bien existe evidencia acerca de los efectos de la exclusión sobre la violencia, menos se ha dicho acerca de los efectos de la inclusión sobre estas prácticas. Para ellos, se analizó el caso de Arbusta, una empresa argentina dedicada a prestar servicios de tecnología, cuya principal característica es que emplea a jóvenes, mayoritariamente mujeres, provenientes de barrios vulnerables y sin formación previa en este ámbito.
Los resultados son abrumadores. El contar con un trabajo de calidad, en cuanto a salario, seguridad, posibilidades de aprendizaje, flexibilidad y espacios de participación, logra desarticular las dinámicas de la violencia en la que las jóvenes viven inmersas. Un modelo de contratación basado en al aprender-trabajando y el potencial del talento no mirado, antes que en credenciales educativas previas, les permite a ellas capacitarse en un ámbito pujante de la economía y a la empresa, por su lado, contar con trabajadoras capaces de realizar las tareas requeridas con compromiso y sentido de pertenencia en la organización. Entre las colaboradoras, los sentimientos de inseguridad e incapacidad y la baja autoestima que resultan de experiencias sistemáticas de discriminación y exclusión, ceden su lugar a mujeres empoderadas que logran salir de situaciones domésticas abusivas, de trabajos precarios e informales o de entornos que representan un riesgo para su integridad.
El modelo de Arbusta no es sin intención. El efecto transformador que este trabajo tiene sobre sus colaboradoras no es casual ni ajeno a la búsqueda de utilidades. Es fruto de una decisión deliberada por revertir prácticas tradicionales que prevalecen en el mercado laboral y que, lejos de favorecer a las empresas, las privan de los talentos de la juventud y de la posibilidad de crecer, potenciando además un desarrollo inclusivo en su entorno. Creemos que este puede ser un aprendizaje clave en el contexto de una región que enfrenta el desafío de reinvertarse tras una pandemia que transformará el mundo del trabajo. Esperemos que sea para mejor.