La integración regional en América Latina no avanza, al menos desde la perspectiva del comercio. La ALADI (Asociación Latinoamericana de Integración) ha sido definida como el mayor grupo de integración de países de la Región y sus miembros incluyen a Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Cuba, Ecuador, México, Panamá, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela. Según el Tratado de Montevideo (1980) se estableció entre sus objetivos “… la convergencia progresiva de acciones parciales hacia la formación de un mercado común latinoamericano …”. Y desde Uruguay, su Secretariado destaca que la ALADI “…propicia la creación de un área de preferencias económicas en la región, con el objetivo final de lograr un mercado común latinoamericano …”. (ALADI Quienes Somos).
Parece que, por ahora, estamos lejos de formar un mercado común latinoamericano. Los logros de la ALADI son pobres y esa es la triste realidad de la integración, desde la perspectiva del comercio. Durante el período de 2018 – 2020, el valor de las exportaciones entre los países miembros de la ALADI alcanzó un promedio de poco más de $110.065 millones de dólares, creciendo en 156% durante las dos últimas décadas. Las cifras no son despreciables, pero contrastan negativamente con las de exportación de la ALADI al resto del mundo, que se elevan a $847.880 millones de dólares y a un crecimiento de 195%, durante el mismo período. Es cierto, los grandes mercados se encuentran fuera de la Región. Además, los países de América Latina escogieron firmar un importante número de acuerdos comerciales, muchos entre países del área, pero los de mayor relevancia han sido con naciones de fuera del grupo. Tengo la firme impresión de que esa ha sido la opción preferida.
Lamentablemente, la proliferación de acuerdos bilaterales con países de otras regiones, nos “ha distraído” de los posibles esfuerzos de integración en América Latina.
A modo de ilustración, según la Secretaría de Economía de México, México cuenta en la actualidad con una red de 12 Tratados de Libre Comercio con 44 países, 28 Acuerdos para la Promoción y Protección Recíproca de las Inversiones y 9 Acuerdos de Complementación Económica y Acuerdos de Alcance Parcial. Por su parte, Colombia tiene 17 Tratados de Libre Comercio que incluyen a 65 países y 1.500 millones de personas (PROCOLOMBIA). A su vez, Perú tiene 21 TLC con 54 países, y los que aún deben ser ratificados con Guatemala, Brasil y el CPTPP, más las negociaciones con El Salvador, Turquía e India (El Comercio). Pero, sin duda, nosotros “batimos el récord” con 31 acuerdos, que abarcan 65 economías, el 88% del PIB mundial y el 65% de la población (SUBREI). ¡Que récord!
En este contexto, los países de la ALADI -como grupo- tienen actualmente una participación mínima en el total de las exportaciones mundiales (5.2%). En el caso de Chile, su contribución al comercio en la ALADI cae del 9.2% a 8.2% durante las dos últimas décadas. Es más notoria aún, la caída de la participación de esta Asociación en las exportaciones de Chile, que se redujo de más de 20% a menos de 13%, durante el mismo período. La importancia de nuestro comercio con Latinoamérica “pierde terreno”. El crecimiento de las exportaciones de Chile a la Región estuvo muy por debajo del comercio con el resto del mundo y, más importante aún, con nuestros vecinos más cercanos, Sudamérica. Su participación se redujo del 15.3% a sólo 10.8%. El resto de la Región no ha mostrado mejores resultados.
Parece que estamos muy lejos de avanzar hacia la integración sólo por la vía del comercio y de los acuerdos comerciales. ¿Recuerdan el Área de Libre Comercio de las Américas, impulsada por los Estados Unidos en el marco de la OEA? El ALCA tuvo un nacimiento difícil y luego murió -sin pena ni gloria- a mediados de la primera década de este siglo. Son muchas las razones. Algunos culpan al tipo de “liderazgo que ejercía” los Estados Unidos y las exigencias que impuso durante las negociaciones, por ejemplo, en los temas de propiedad intelectual y patentes. Pero México y Brasil no se quedaron atrás al tratar de imponer sus propios intereses de “países grandes” en la Región. También influyó la negativa de Estados Unidos y Canadá para negociar la eliminación de sus subsidios y de numerosos mecanismos de apoyo a la agricultura e industria de alimentos que aún utilizan. No ayudó la falta de transparencia de las negociaciones y la prácticamente nula participación ciudadana. En mi opinión -tal como fue propuesto el ALCA- no existía la posibilidad de alcanzar un acuerdo. Competíamos palmo a palmo por cada “centavo” de intercambio comercial, sin haber antes expresado un mínimo interés de dejar de lado mezquinos intereses nacionalista y buscar un común denominador para un acuerdo político – económico amplio, que implicase la posibilidad de obtener algo, a cambio de ceder en algunas otras materias.
¿Podemos intentar la integración regional? Difícil, pero no imposible. Debemos que recordar que Europa vivió dos guerras mundiales y el holocausto -que causaron millones de muertes- antes de llegar en 1952 a la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) (Tratado de Paris) para avanzar en 1957, a la firma de los Tratados de Roma, que llevaron a la creación de la Comunidad Económica Europea (CEE) y de la Comunidad Europea de Energía Atómica (Euraton).
Mediante la creación de un mercado común y el progresivo acercamiento de las políticas económicas de los países miembros (en esos años Alemania, Francia, Italia, Bélgica, Luxemburgo y Holanda) el Tratado que estableció la CEE buscó “… la promoción del desarrollo armónico de las actividades económicas de la Comunidad … y una relación más estrecha entre …[sus] … Estados …”. (European Economic Community, 1973). Para el cumplimiento de estos objetivos, el Tratado de Roma estableció una serie de medidas económicas y financieras que serían implementadas de manera progresivo en un plazo de, aproximadamente, 12 años. Entre las medidas propuestas e implementadas por la CEE, se encuentran aquellas correspondientes a la “política común agrícola”, que tantos dolores de cabeza nos dio en las negociaciones del TLC. Durante las varias décadas de su existencia, la Comunidad Europea ha incorporado a nuevos miembros (hoy 27 en total, y varios “al aguaite”) y se han efectuado numerosos cambios y ajustes al texto original del Tratado firmado por los primeros seis miembros.
Los europeos no han dejado de competir, pero sí han buscado áreas de convergencia y de apoyo mutuo en la UE. No ha sido fácil, ni han estado libres de conflictos, pero la cooperación y la voluntad de parte de los miembros que podían aportar más, ha facilitado el progreso de los que tenían menos. No olvidemos que cuando España, Grecia y Portugal accedieron a la Unión, los tres tenían áreas con un campesinado muy pobre y, por ello, muchos afirman que el “norte de Europa ha financiado el desarrollo del Sur más pobre”. Hoy, la Unión Europea crece y funciona gracias al trabajo que realizan diversas entidades dependientes de su institucionalidad central (Consejo, Comisión, Parlamento, Tribunal de Justicia y Banco Central, entre otros) y otras que fueron creadas para llevar a cabo tareas tan diversas como exploración e investigación espacial, medioambiente, medicamentos, cooperación policial, propiedad intelectual, educación, seguridad marítima, prevención y control de enfermedades, cooperación aduanera, e higiene y seguridad alimentaria, entre otras. Hoy, los europeos se mueven libremente de país a país, existe movilidad laboral entre las varias economías, el comercio fluye entre sus fronteras y miles de estudiantes europeos pueden acceder a la educación superior de su agrado.
¿Estamos en condiciones de seguir un camino similar? Dicen que en la adversidad se mide el real carácter y el temple de la gente. Y vaya que estamos pasando por un momento difícil: crisis climática, pandemia, y desigualdades que se hacen cada vez más intolerables, pero esto no es suficiente. Debemos pensar a mediano y largo plazo, y “calibrar” los cambios que se gestan a nivel global, en términos económicos y políticos, y con quiénes y cómo nos asociamos. Necesitamos un cambio de actitud, pero todo esto requiere también que los socios potenciales pongan mucho de su parte.
Me atrevo a sugerir que, si hacemos el esfuerzo, descubriremos un número significativo de áreas en las cuales existe convergencia y espacio para la cooperación en nuestra Región. La pandemia y la gigantesca crisis migratoria que hoy enfrentamos, ofrecen la oportunidad única de mostrar liderazgo, buscar nuevos caminos y diseñar los mecanismos que se requiere para asociarnos en torno a un sistema regional de integración. Así, no basta con ceder vacunas a nuestros vecinos. Chile tiene también, una experiencia enorme en las áreas de salud pública, controles epidémicos y sistemas de vacunación. Pongamos todo eso sobre la mesa, junto a ofertas concretas de capacitación y asistencia técnica en esas materias.
Y dado que estamos conversando acerca de comercio, por qué no pensamos en formas de facilitar el intercambio que -luego- puedan dar origen a medidas más amplias de cooperación y asociación. ¿Se ha buscado, por ejemplo, la armonización y/o estandarización de normas y regulaciones en el comercio alimentario a nivel regional? Obviamente, hay normas en materia de salud animal y vegetal, pero no recuerdo que exista –o lo desconozco- ese equivalente en materias de higiene e inocuidad alimentaria, rotulado, atributos y estándares de calidad, así como otras regulaciones similares en el comercio de alimentos. Esto podría ser una manera práctica de facilitar el intercambio entre nuestros países y movernos hacia formas más avanzadas de cooperación. Podríamos pensar también en medidas de cooperación similares, por ejemplo, en el campo de la aprobación y comercio de medicamentos.
Y asociado al tema migratorio ¿Por qué no buscamos el reconocimiento de títulos de la educación superior y facilitamos la movilidad laboral entre países de la Región? Entiendo que ya tenemos algo así con Ecuador. Y no olvidemos la inversión extranjera y la transferencia de tecnologías, en particular de tecnologías verdes. La lista de áreas potenciales de asistencia, colaboración y asociación regional es larga. Acá estamos sólo tratando de mostrar que -con las voluntades y disposición política adecuada- existe “espacio” para la cooperación a nivel regional y con ello podemos sentar las bases de esquemas más amplios de asociatividad -y, por qué no, de integración- regional. Debemos decidir pronto qué ruta seguiremos en la globalización.