Son hijos fieles de la República. Saben exactamente lo que es correcto y lo que no. Tienen sus valores claros y los harán valer ante cualquier instancia. Son los hijos del Hagamos Grande a América (MAGA). Se saben inspirados por mandatos superiores y así se lo hacen saber los sacerdotes de esta nueva religión que, como Steve Bannon, les instan a ir más allá de sus propios pagos: su deber es instalar la nueva fe en el país y, dado el carácter divino de la misión, deben llevar la palabra hasta los últimos confines del planeta.
Los hijos fieles de la República reconocen a los infieles: de una sola mirada son capaces de identificar los signos demoníacos que amenazan el orden cuya sacralidad habrán de defender. Más todavía, saben que en el país no caben otras naciones y que en la civilización que proclaman no hay lugar para apóstatas ni “desviados”. No hay espacio para prácticas heréticas que pudiesen trizar los delicados tejidos de la Patria. Los pecadores y sus pecados amenazan desde cada rincón del territorio, en cada gesto que no se ajuste a las virtudes republicanas y es preciso estar alertas.
Los hijos fieles de la República tienen claro que la ineptitud de los políticos amenaza con la pérdida de las buenas costumbres de la Patria. Hay que defender “con orgullo la obra del Gobierno Militar” que pudo poner freno a la bancarrota moral del país en los años setenta. Hoy las revueltas de las primeras décadas del siglo XXI (Teherán, 2009; Túnez, El Cairo y Damasco, 2011; Kiev, 2014; París, 2018; Santiago, 2019) son la demostración palpable de la urgencia de reinstalar los órdenes amenazados. Los patriotas recuerdan las lecciones pretéritas: si la voluntad popular lo permite, la causa será restablecida a través de las urnas y, en caso contrario –como en Egipto o Sudán–, las urnas se habrán de transformar en sarcófagos. Primará la Patria por sobre su gente.
Saben, los hijos fieles de la República, que no basta con el sentido común o con la obediencia ciega a las leyes, normas, reglamentos y ordenanzas. Saben que las “perversiones” van más allá de los simples delitos y que, incluso, hay peligros mayores que el terrorismo o las insurrecciones populares. Lo saben porque –dicen– los desviados no siempre tienen rostro político; porque –reafirman– el mal nace desde adentro, de las tentaciones, de los deseos, del cuerpo.
La protección de la Nación es lo fundamental para los Republicanos de corazón, quienes piensan que es tarea de las mujeres gestar patriotas. Para ellos, la mujer es la máquina reproductiva que asegura un buen futuro para la Nación. “Solo una maquinación intelectual es capaz de decir que la mujer tiene derecho a decidir sobre su cuerpo”, sostienen. No en vano el otrora presidente de Argelia, Houari Boumédiène, en 1974, proclamó ante las Naciones Unidas: “Los vientres de nuestras mujeres nos darán la victoria”. Los vientres se convierten en preocupación de Estado y no basta con la aplicación de las leyes de la República para asegurar su control.
¿Qué duda cabe?, plantean los retoños de la República. Es preciso contar con una Policía de la Moral. Con hombres de buen sentido que puedan, disimuladamente, inmiscuirse en lo cotidiano y detectar a tiempo –porque la detección oportuna es lo más importante– los signos inequívocos de los infieles que amenazan con pervertir a la población. Policías que puedan percibir, denunciar y reprimir cualquier asomo de una cabellera femenina, un tatuaje, una voz masculina en ropa femenina, un rasgo indígena en un lugar equivocado, una cátedra de género en alguna universidad, un eco de la Internacional en alguna esquina del barrio, algo de teñido en la cabellera, el uso de cosmética provocativa. Mejor aún si la tarea se delega en otros, capataces de antaño o agitadores del presente.
Es en la denuncia, represión y castigo donde se juega el futuro de la Patria. Frente a lo que los hijos de la República ven como signos inequívocos de decadencia, serán ellos o sus mercenarios quienes, mediante la fuerza, la amenaza o el insulto, se preocupen de conservar su inmaculada pureza. Así se pensó en el siglo XII con la creación de la Inquisición y lo vuelven a pensar ochocientos años después los talibanes en Afganistán y los fundamentalistas en Irán, Malasia, Brasil, Nigeria, Estados Unidos, Hungría, Arabia Saudita y Sudán.
Es la Patria, en definitiva, la que merece la devoción del pueblo y es la que reclama de una Policía de la Moral. Por supuesto que no es la república de los ciudadanos (escrita con minúsculas para diferenciarla de aquella que nos es ajena): es la República, Estado o Reino de los mandatos divinos, de los iluminados, de los elegidos. Los hijos de la República lo pueden ser del Islam, del soviet, del sionismo o de los fundamentalismos cristianos, y aspiran a serlo las versiones criollas de un republicanismo que, de corazón –y de poder hacerlo– encarcelarían mujeres en nombre de la Patria.