En nuestro país la violencia ha llegado nuevamente a la política. Es significativo que las agresiones que sufrieron algunos dirigentes políticos el fin de semana pasado tengan como origen la oposición al diálogo. Es muy similar a lo que le ocurrió al entonces diputado Boric cuando fue agredido por algunos manifestantes por haber firmado el acuerdo del 15 de noviembre de 2019.
Estas son algunas de las demostraciones más extremas de quienes rechazan el encuentro con personas que piensan distinto. Observemos cómo hemos venido escalando en intolerancia política para llegar a este umbral. Es posible que hayamos pasado por alto o incentivado expresiones que –desde hace tiempo– vienen haciéndonos creer que la sociedad chilena vive a uno u otro lado de la grieta.
En las sociedades con menos niveles de confianza interpersonal, sus individuos se sienten menos corresponsables de su comunidad. Nos resulta cómodo permitirnos generalizar con prejuicios y estereotipos, presuponer intenciones, hacer nuestros relatos polarizadores y dejarnos atrapar en las burbujas de redes sociales que, como ha dicho António Guterres, secretario general de ONU, son plataformas basadas en un modelo comercial que monetiza la ira y la negatividad y que están causando un daño incalculable a las sociedades. Si continuamos avanzando en el camino de encasillarnos en uno de dos grupos -los míos o los otros-, corremos el riesgo de que los extremos sean el todo.
Convendría preguntarse, de vez en cuando, ¿cuántos puentes tengo disponibles?, ¿cuántos amigos o amigas tenemos que voten distinto? Son “pares improbables” con los cuales dialogar sobre lo que nos importa, lo que queremos cuidar o temas concretos que afecten nuestras vidas. Posiblemente nos llevaríamos sorpresas, descubriendo que no estamos demasiado lejos en nuestras miradas y que, entre blancos y negros, se tejen grises y multicolores formas de encontrarnos.
Nuestra convivencia nacional, así como los sentimientos de identidad que llevan asociados, se construyen día a día con las historias de todos y todas. Tengamos en cuenta que, en estas historias, conservamos grietas profundas que habitan no solo en nuestro pensamiento, sino también en nuestras emociones.
Reconocer que estamos envueltos en prejuicios y estereotipos es el acto de coraje que nos permite saltar las grietas, provocar encuentros, y hacer transformaciones en paz, a base de diálogo y acuerdos, en el desafío de construir un clima de confianza. Todos tenemos autoevaluaciones que hacer, grietas que saltar y puentes que construir en corresponsabilidad.