La idea de cambiar el modelo económico que ha imperado durante las últimas décadas se ha posicionado como una idea fuerza presente en todos los escritos y programas de la centroizquierda nacional. No está muy claro, sin embargo, qué es exactamente lo que se quiere cambiar del antiguo modelo y cuál es el modelo que se implantaría como sustituto. Vale la pena, por lo tanto, reflexionar un poco sobre el significado del concepto de modelo y de sus posibilidades y modalidades de cambio.
Durante muchos años, en América Latina imperó lo que se denominó el modelo de industrialización sustitutiva –o de desarrollo hacia adentro–, en el cual se buscaba el desarrollo de una industria interna que reemplazara a muchos de los artículos, sobre todo de consumo, que durante tiempos anteriores se suplían por la vía de las importaciones. Ese modelo tenía sus claros y sus oscuros, pero fue aceptado e implantado por la mayoría de los agentes económicos, políticos y sociales internos y permitió que se generará efectivamente una industria nacional. Eso duró hasta que sus posibilidades de crecimiento se vieron limitadas por su lógica y su dinámica interna y por fenómenos externos que lo condicionan. Se impuso la necesidad de cambiar ese modelo por otro que implica mayores grados de competencia con el exterior y mayores grados de competitividad internacional.
Pero ese cambio –en la mayoría de los países de América Latina, excepto en Chile– no se hizo de un plumazo, de la noche a la mañana. En el resto de los países fueron poco a poco modificándose, por ejemplo, los elevados aranceles que protegían, en muchos casos en forma exorbitante, a la mayoría de las empresas, y se les fue impulsando a mayores grados de competencia con los bienes importados. Pero se mantuvieron muchos elementos del viejo modelo, sobre todo en lo que respecta al apoyo a ciertas empresas básicas o estratégicas y a las responsabilidades estatales en el campo social y de las inversiones públicas. No se partió, por lo tanto, de una página en blanco. No se cambiaron los elementos presentes en el viejo modelo, sino que se cambiaron las relaciones entre ellos, de modo de modificar el rol y las potencialidades de todos y de cada uno de ellos.
Un modelo no se diferencia de otro por el cambio de los agentes o elementos que los componen –que son más o menos los mismos en toda economía– sino por el cambio de las relaciones internas entre ellos. Los modelos, además, no son eternos. Son aptos para un país en un momento determinado de su historia y dejan de serlo en épocas posteriores. No se ha inventado un modelo que sirva a la humanidad por los siglos de los siglos. En algunas oportunidades es la dinámica interna o incluso los éxitos parciales de un determinado modelo los que se convierten en elementos que impulsan el cambio. En otras, son los problemas propios del modelo los que se van incrementando.
Si llevamos estas breves reflexiones a la situación presente del país, cabe preguntarse: ¿qué elementos de los muchos que caracterizan al actual modelo se busca que desaparezcan y que sean sustituidos por un modelo diferente? ¿Se busca, por ejemplo, que no se produzcan ni se exporten más frutas, cobre, madera, salmones o vinos? La respuesta es clara y categóricamente no. Todo nuevo modelo que se introduzca en el país debe tratar de conservar y aumentar la presencia alcanzada por Chile en el mercado internacional, y no es posible, por lo menos en el corto y mediano plazo, cambiar los productos fundamentales que caracterizan esas ventas al exterior.
Repetimos la idea de que no se puede escribir la historia ni la economía como si se tuviera por delante una página en blanco, y como si se pudieran desechar todos y cada uno de los elementos que estaban presentes en un modelo anterior. Pero hay que ir avanzando hacia la modificación de las relaciones que caracterizan a esos elementos, que no son meras relaciones técnicas, sino fundamentalmente relaciones de poder.
Se puede, por ejemplo, modificar la distribución del ingreso interno que fluye de esa forma de relacionamiento con el exterior. Se puede modificar, por medio de nuevas estructuras tributarias, el poder económico –y, por lo tanto, político y mediático– que detentan los grandes grupos económicos que poseen las riquezas nacionales que sustentan ese tipo de exportaciones. Se puede modificar el rol y el peso del Estado en materias sociales y económicas e impulsar el nacimiento de nuevas empresas y nuevas exportaciones.
Esos conjuntos de pasos pueden ir apuntando hacia el nacimiento de un modelo distinto, más social y más humano, pero nada de ello se puede hacer por un mero acto de voluntad.