Ya se presagiaba en algunos países que la próxima revolución empresarial sería la genómica, con compañías dedicadas a la edición del genoma, que desarrollarían tratamientos basados en su capacidad de cambiarlo. Así llegamos a la referencia del libro: Editando genes: recorta, pega y colorea, de Lluís Montoliu, doctor en Biología y genetista, donde el autor plantea dilemas éticos como: ¿se podrían utilizar estas nuevas tecnologías no solo para curar, sino para mejorar al ser humano? o ¿las necesidades en cuestión de tecnología y salud justifican la edición genética?
Tomando estas interrogantes, es que se comenzó a fraguar, en el Senado de Chile, una normativa que está dando sus primeros pasos para dar un golpe de timón. De esta forma, ya está listo para ser votado por la Sala el proyecto que actualiza la ley sobre la investigación científica en el ser humano, su genoma y que prohíbe la clonación humana, con el objeto de regular la edición de este material genético y tipificar los delitos asociados.
La OMS publicó el año pasado nuevas recomendaciones sobre la edición del genoma humano en pro de la salud pública. En este interesante informe, se menciona que entre los posibles beneficios está la obtención de diagnósticos más rápidos y precisos, la aplicación de tratamientos más específicos y la prevención de trastornos genéticos.
Sin embargo, se pone una alerta en áreas que pueden transgredir la seguridad de los datos o la investigación ilegal.
Nos enfrentamos a una ola investigativa que debe estar supeditada y normada. El tratamiento de enfermedades y su cura, parece que también tienen un límite. No se trata de coartar a la ciencia, sino de defender la dignidad humana. Los expertos que intervinieron ante el Senado lo dejaron claro: la idea de proteger al ser humano de la edición del genoma, es un bien superior que resulta imperioso.
Estamos en un laberinto moral, por lo que se hace urgente unir ciencia y ética. Más que nunca.