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Crisis de los partidos políticos y tendencias al suicidio Opinión

Crisis de los partidos políticos y tendencias al suicidio

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Carlos Mena K.
Por : Carlos Mena K. Ex Embajador de Chile en Brasil.
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Es evidente que esto afecta a la totalidad del sistema de partidos políticos, pero de manera muy grave a los llamados partidos de izquierda o progresistas. Pareciera que estos aún no son capaces de entender que en democracia las transformaciones requieren mayorías amplias, de fuerzas sociales y políticas, que se expresen de manera nítida en proyectos para toda la sociedad, y que permanezcan en el tiempo. A pesar de la inmensa mayoría que obtuvo el Presidente Boric para conducir este proceso en esta etapa, no hay un apoyo suficiente y sólido en las fuerzas políticas que dicen estar de acuerdo con las transformaciones.


Los ciudadanos observan atónitos el desmembramiento y la crisis de los partidos que se supone sustentan al Gobierno del Presidente Gabriel Boric. Más allá de los cálculos electorales, o de la retórica de algunos dirigentes, es necesario detenerse en los argumentos que se han dado para la división de la coalición de partidos políticos que se supone apoyan la gestión del Gobierno. Básicamente, el argumento parte de una hipótesis que sería el hecho de que esta elección de Consejo Constitucional sería mejor enfrentarla dividida en dos coaliciones, lo que permitiría convocar a nuevos electores que, producto del voto obligatorio, se incorporarían al proceso electoral y, por lo tanto, existiría una voluntad diferente a la que tradicionalmente se expresaba con el voto voluntario.

Más allá de estos y otros argumentos, lo que demostró el resultado del plebiscito del 4 de septiembre de 2022, es el desprestigio y la dispersión del sistema de partidos políticos en nuestro país. Naturalmente son múltiples y diversas las causas. Me referiré solamente a dos, que a mi juicio son centrales para explicarse lo ocurrido:

1) Crisis en la función mediadora de los partidos. Los partidos ven obstaculizados los roles tradicionales, especialmente en su función mediadora por los grupos de interés y, sobre todo, por tendencias existentes en la sociedad a la autonomía de las estructuras político-administrativas, y por la multiplicación de asociaciones y grupos, que se constituyen en torno a problemas concretos. Esta diferenciación funcional se refiere a que diversos campos y funciones específicas de la sociedad han ido desarrollando racionalidades propias, acordes con sus funciones, hasta constituir subsistemas funcionales autónomos. Expresión de ello, es la relativa independencia o impermeabilidad que muestran, por ejemplo, la economía, la cultura, la ciencia y la misma política, cada cual obedeciendo a sus propias lógicas. Estas operan como campos autorreferidos y, por tanto, solo asimilan señales externas en la medida en que sean asimilables en la lógica interna de su propio subsistema. Tal vez un caso paradigmático sea el de Perú, en donde se ha generado un divorcio entre la economía y la política porque, a pesar de la dispersión de partidos y posiciones políticas, el sistema económico funciona de manera absolutamente autónoma.

Pese a los grandes flujos de información, la vida social se ha vuelto opaca y, por lo tanto, más impenetrable a un ordenamiento deliberado. Existe un descentramiento del ordenamiento social que modifica el lugar de la política: la política ha perdido centralidad. Ha dejado de ser aquel núcleo central y exclusivo a partir del cual se ordenaba el conjunto de la sociedad. La capacidad de convocatoria, y la identificación de las lógicas autorreferidas con un proyecto total que constituye la esencia de un partido que pretende articular el conjunto de la sociedad, colocan obstáculos muy significativos, o a la manera y la forma en que los partidos pretenden conducir y orientar a la sociedad. No cabe ninguna duda de que esto genera un distanciamiento de los ciudadanos respecto a la política y los partidos.

2) Cambios en el sentido del tiempo. Las ofertas políticas de los partidos políticos, el proyecto político que se debe proponer a la sociedad, constituyen una construcción deliberada de futuro. Sin embargo, en la actualidad, los partidos carecen de horizonte del futuro, de una causa que se realiza en un tiempo histórico. Con la pérdida de perspectiva, el presente se hace omnipresente. Los tiempos de la política son distintos a los del mercado, porque implican manejo de la coyuntura, gobernabilidad y, a la vez, proyección, sentido de futuro. Los tiempos del mercado, caracterizados por la velocidad y voracidad del consumo, tienden a transformar todo en presente. En épocas anteriores, la aceleración del tiempo era domesticado y controlado, por una noción de futuro progresivo, que estaba dado por las ideas de progreso técnico o de emancipación humana. El futuro representaba un horizonte de sentido, en nombre del cual se interpretaba el presente.

Esto repercute en cada uno de los partidos en diversas y distintas formas. Se genera una exacerbación de la lucha por el poder inmediato. Se trata de obtener retribuciones simbólicas y a veces no tan simbólicas, aquí, ahora, lo más rápidamente posible. La política y la tarea de los partidos muchas veces se han transformado en quién obtiene qué cosa, cómo y cuándo. Esto se percibe por la ciudadanía y, por tanto, se genera un aislamiento de los partidos respecto de los ciudadanos, y un desprestigio de la política democrática de incalculables consecuencias.

Tendencias a la dispersión y al suicidio político. Es evidente que esto afecta a la totalidad del sistema de partidos políticos, pero de manera muy grave a los llamados partidos de izquierda o progresistas. Pareciera que estos aún no son capaces de entender que en democracia las transformaciones requieren mayorías amplias, de fuerzas sociales y políticas, que se expresen de manera nítida en proyectos para toda la sociedad, y que permanezcan en el tiempo. A pesar de la inmensa mayoría que obtuvo el Presidente Boric para conducir este proceso en esta etapa, no hay un apoyo suficiente y sólido en las fuerzas políticas que dicen estar de acuerdo con las transformaciones.

Esto no es nuevo. Con las debidas diferencias, el país ha vivido experiencias similares. En 1964, el Gobierno del Presidente Eduardo Frei Montalva inició un proceso de transformaciones inédito que fue boicoteado por los partidos de derecha, pero, también, por sectores muy importantes de los partidos de izquierda. Posteriormente, para darle continuidad a este proceso, el candidato presidencial Radomiro Tomic planteó la necesidad de la llamada unidad “social y política del pueblo”. Su propuesta no tuvo eco. Ni aún después de la elección presidencial que ganara Salvador Allende, pues este no fue capaz de imponerse a sus partidos, para impulsar un amplio acuerdo para las elecciones municipales de 1971. En el Gobierno del Presidente Allende se produjo un distanciamiento de la Democracia Cristiana con respecto a la Unidad Popular, a pesar de que los programas de Allende y Tomic eran similares, lo que dificultó la implementación del programa de transformaciones, contribuyendo al aislamiento del Gobierno y a la posterior crisis institucional.

En los llamados partidos de izquierda o progresistas hay una tendencia irrefrenable hacia la dispersión y el suicidio político. Así, la disputa en el Gobierno del Presidente Allende entre distintos sectores y grupos de la Unidad Popular, y específicamente las diferencias entre el senador Altamirano y el Presidente Allende, contribuyeron decisivamente a la parálisis del Gobierno y a la posterior ruptura institucional.

Nunca los procesos históricos pueden ser iguales. Pero es evidente que la dispersión, la falta de unidad para realizar las transformaciones estructurales que el país requiere, generan un proceso de inestabilidad. Es de esperar que haya una reacción clara, y a tiempo, para no entrar en un camino de impredecibles consecuencias.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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