La intención de esta columna al respecto es dar cuenta que la Filosofía no ha estado al margen de la preocupación y reflexión sobre nuestra era tecnológica. No sólo no ha llegado tarde en muchos de estos tópicos, incluso ha sido capaz de adelantarse, por ejemplo, en el ámbito de la bioética. Basta destacar al respecto los trabajos de pensadores chilenos como Fernando Lolas, Raúl Villarroel o Miguel Kottow, quienes han sido capaces de dar cuenta del alcance ético y axiológico que implica el predominio de la técnica, en tanto que concreción fáctica del quehacer científico, en el área de la Biomedicina. Es importante relevar este punto ya que la Filosofía sí ha pensado este tema. De aquí la importancia de la rigurosidad, la revisión de fuentes, así como del conocimiento disciplinar que se exige a quienes escriben sobre Filosofía, de manera de poder instalar un debate serio y argumentado.
En el artículo de opinión titulado La IA llamada “Charles Darwin” y el potencial epistemológico de la tecnología, que trata respecto del potencial epistemológico de la tecnología, se echa en falta una revisión más sistemática y prolija respecto de lo que los filósofos han reflexionado en torno de la tecnología. No sólo se piensa en Heidegger, sino también en Ortega y Gasset entre otros. El propio Heidegger, al reflexionar sobre el tema, no le confiere un carácter demonizante al imperio de la tecnología, más bien devela la relevancia ontológica que ésta tiene y que va a tener en un futuro inmediato. Futuro para Heidegger, presente para nosotros. Lo que le preocupa en este ámbito al pensador de Friburgo es, sobre todo, la degradación del lenguaje que trae aparejado el desarrollo de la “cibernética”, concepto que usa para referirse a las incipientes Tecnologías de la Comunicación e Información. Para Heidegger, en el contexto del siglo XX, nuestra época es una época técnica (al respecto ver del autor La pregunta por la técnica, Ciencia y meditación), en el sentido que el desocultamiento o develamiento del ser se realiza a través y por medio de la técnica. Esta deja de ser un medio para ser un fin en sí mismo. Esto es lo relevante de ser pensado, entendiendo pensar en el sentido ontológico del filósofo alemán.
Por su parte, Ortega y Gasset también había anticipado en la Meditación de la técnica el imperio que iba a lograr la tecnología, en una reflexión temprana pero anticipadora. Invito a que los lectores, a partir de las referencias, procuren hacerse de estos textos y así puedan reconocer que la Filosofía sí ha pensado sobre la técnica.
Por otra parte, también los filósofos latinoamericanos han reflexionado sobre este tema. La preocupación por la ciencia y la técnica no es sólo un tema europeo, también permea a nuestros pensadores, como Rodolfo Kusch (América profunda), Mario Bunge (La ciencia: su método y su filosofía) o Hugo Zemelman (Pensar Teórico y Pensar Epistémico: los retos de las Ciencias Sociales latinoamericanas). No es un tópico excluyente para la filosofía de nuestro continente.
La intención de esta columna al respecto es dar cuenta que la Filosofía no ha estado al margen de la preocupación y reflexión sobre nuestra era tecnológica. No sólo no ha llegado tarde en muchos de estos tópicos, incluso ha sido capaz de adelantarse, por ejemplo, en el ámbito de la bioética. Basta destacar al respecto los trabajos de pensadores chilenos como Fernando Lolas, Raúl Villarroel o Miguel Kottow, quienes han sido capaces de dar cuenta del alcance ético y axiológico que implica el predominio de la técnica, en tanto que concreción fáctica del quehacer científico, en el área de la Biomedicina. Es importante relevar este punto ya que la Filosofía sí ha pensado este tema. De aquí la importancia de la rigurosidad, la revisión de fuentes, así como del conocimiento disciplinar que se exige a quienes escriben sobre Filosofía, de manera de poder instalar un debate serio y argumentado.
En este sentido, y revisando las publicaciones anteriores del autor que suscita esta columna, no podemos dejar de poner en cuestión algunas de sus aseveraciones, por ejemplo, en lo que respecta al Día Mundial de la Filosofía, sobre todo en lo que respecta a la rigurosidad inherente al momento de escribir reflexivamente sobre este espacio del saber.
La formación y cultivo de la Filosofía no es, en sí misma, una experiencia sencilla. Sus resultados no son inmediatos, exigen la lectura de una multiplicidad de autores al momento de poner en situación un tema a ser discutido, procura poner a dialogar diversos pensadores, se sostiene en la premisa del encuentro dialógico de uno con uno mismo, con vistas a llegar a una propuesta que permita abrir un debate al respecto. El conocimiento no es algo dado, es producto de una creación, de una invención y reinvención constante. No hay verdades absolutas.
No podemos hacer de la enseñanza y formación en Filosofía un ejercicio mediado por la didáctica estilo Patch Adams (con el respeto que me merece su enfoque terapéutico). Quien se atreve a enfrentar a los grandes dilemas que asolan al ser humano, sabe que su abordaje es difícil, complejo, constante y sistemático. No implica, necesariamente ser entretenido, como cuando leemos una novela de misterio; o gozoso en sí mismo al leer poesía o cuentos. El goce inherente al leer a un filósofo radica en la comprensión que obtenemos al final de su escrito o durante su lectura. Leer filosofía es, en sí mismo, un ejercicio de hermenéutica, de interpretación, de exigencia léxica. Demanda concentración, necesidad de comprensión y un tiempo para meditar lo leído. Se debe recordar que a lo largo de toda su historia la Filosofía permanentemente ha tenido que validarse, justificarse y, una y otra vez, su ejercicio reflexivo termina por establecer los fundamentos que interpretan una época y anticipan lo por-venir.
Es importante ser riguroso al momento de hacer evaluaciones sobre esta disciplina, se debe partir de premisas sólidas y fundamentadas. La validación y pertinencia de la reflexión filosófica, más aún, en épocas de incertidumbre, exige que no se abran flancos de impostura intelectual.
No toda disciplina tiene una utilidad, menos aún la Filosofía. Basta recordar las palabras de Deleuze: “Cuando alguien pregunta para qué sirve la filosofía, la respuesta debe ser agresiva, ya que la pregunta se tiene por irónica y mordaz; la Filosofía sirve para detestar la estupidez, hace de la estupidez una cosa vergonzosa. Sólo tiene este uso: denunciar la bajeza del pensamiento en todas sus formas.”