La invasión marcó el regreso de los conflictos clásicos a Europa, en paz relativa (con la excepción de los Balcanes) desde el término de la Segunda Guerra Mundial y este hecho, aparte de su profundo impacto sicológico, está generando una serie de procesos entre los cuales destaca la revitalización de los esquemas de seguridad y el rearme. En efecto, tanto la OTAN como en menor medida la Unión Europea han salido fortalecidas ante la coyuntura. Además, la OTAN se ha convertido en el principal aliado de Ucrania. Si Putin pretendía alejar a esta alianza de sus fronteras y debilitarla, ha logrado todo lo contrario incluso empujando a Finlandia y Suecia a unirse al bloque, dejando además abierta la puerta para que Ucrania se sume e ingrese a este tratado y también a la UE.
Esta semana se cumple un año desde la invasión de Putin a Ucrania. Es importante no olvidar que este hecho aciago fue ordenado e impulsado por el autócrata Vladimir Putin y su camarilla, sin el concurso ni apoyo de la sociedad rusa, la que mayoritariamente es tan víctima de esta trágica acción como los ucranianos.
Este conflicto deja en evidencia una vez más que las guerras suelen surgir desde los regímenes autoritarios y que, por lo tanto, la desaparición de la democracia no solo implica la pérdida de derechos y libertades, también expone a la población a sufrir una aventura bélica de la mano del dictador de turno. Primero se somete a las personas y luego se les usa como peones y carne de cañón. En este caso, miles han muerto, ucranianos y rusos, por la aspiración expansionista de Putin.
Recordemos que la guerra comenzó porque el gobernante ruso considera que Ucrania no tiene identidad propia y que es parte consustancial de la “Gran Rusia”, correspondiendo su reintegración al conjunto para terminar con una separación que siempre estimó artificial producto del desmembramiento “impuesto” a la Unión Soviética, y crecientemente peligrosa para la seguridad rusa por la injerencia occidental y sus coqueteos con la OTAN.
¿Qué ha pasado después de un año? En primer lugar, la guerra ha demostrado que Ucrania es una nación claramente definida y cuya identidad se ha robustecido. Esto se aprecia por la feroz y exitosa resistencia opuesta por los ucranianos. El presidente Zelenski bien dijo en su discurso a los rusos, a días de iniciada la invasión: “Las localidades ucranianas para ustedes no son más que nombres y palabras, para nosotros son nuestra tierra y hogares”.
El reforzamiento nacional también se aprecia en la dimensión lingüística. Los ucranianos rusoparlantes, que representan un porcentaje relevante de la población, han optado en números significativos por hablar ucraniano, en lo que constituye una notable y espontánea conducta de lealtad para con su patria.
Una segunda consecuencia de esta tragedia, es que se sabe cuándo y cómo comienzan las guerras, pero no cómo ni cuándo terminan. Putin hizo un gigantesco error de cálculo pensando que Kiev caería en unos días y que ello acarrearía el control de todo el país, con el beneplácito de su población.
A pesar de la abrumadora superioridad militar rusa, este país ha pagado un alto precio en vidas humanas (nunca más se dieron cifras por el lado ruso) y en material destruido, dejando en evidencia que sus fuerzas, estrategia y tecnología eran mucho menos que lo que aparentaban inicialmente.
La invasión marcó el regreso de los conflictos clásicos a Europa, en paz relativa (con la excepción de los Balcanes) desde el término de la Segunda Guerra Mundial y este hecho, aparte de su profundo impacto sicológico, está generando una serie de procesos entre los cuales destaca la revitalización de los esquemas de seguridad y el rearme. En efecto, tanto la OTAN como en menor medida la Unión Europea han salido fortalecidas ante la coyuntura. Además, la OTAN se ha convertido en el principal aliado de Ucrania. Si Putin pretendía alejar a esta alianza de sus fronteras y debilitarla, ha logrado todo lo contrario, incluso empujando a Finlandia y Suecia a unirse al bloque, dejando además abierta la puerta para que Ucrania se sume e ingrese a este tratado y también a la UE.
Tras una fuerte erosión en su liderazgo mundial, acentuada por la administración Trump, la invasión ha sido un catalizador para que Estados Unidos, de la mano de Biden, recupere posiciones y un rol protagónico. Este país ha sido el principal sostén de Ucrania, entregando ingentes recursos y armas que han sido cruciales para resistir e incluso recuperar territorio.
El presidente estadounidense desde el comienzo planteó este conflicto como un enfrentamiento entre dictadura y democracia, explicitando que el triunfo ruso no solo significaría el sometimiento de un país, también abriría la puerta para acciones similares por parte de otros regímenes autoritarios.
El apoyo norteamericano sigue siendo vital y Biden demostró la continuidad de su compromiso visitando Kiev sorpresivamente hace unos días con ocasión del primer aniversario de la invasión. Se sumó así a casi todos los líderes del G7 que también se apersonaron en Ucrania en los meses anteriores. La última en concurrir el martes recién pasado fue la primera ministra italiana Giorgia Meloni, lo que, dada su orientación política (y vínculos anteriores con Rusia), constituye un potente mensaje de apoyo para Ucrania y de unidad europea.
Putin también falló en quebrar la unidad europea con su chantaje del gas. A pesar de los cuantiosos perjuicios causados por la interrupción del suministro de este combustible y su búsqueda de alternativas, los europeos se han mantenido unidos en su apoyo a Ucrania. Adicionalmente, las sanciones a las exportaciones rusas de petróleo y gas, junto con el propio boicot energético ruso a Europa, tendrán un gran impacto en la reconfiguración de la matriz mundial. En efecto, a pesar de la momentánea alza en el consumo de los combustibles fósiles, está en marcha un acelerado desarrollo de nuevas tecnologías para producir energía limpia impulsada por la coyuntura, lo que repercutirá positivamente en las metas globales de descarbonización.
Otra consecuencia de la guerra ha sido la profundización de la dictadura en Rusia. Si ya existía poco espacio para el disenso, con la invasión esto se acabó. Todos los medios disidentes fueron cerrados y el parlamento dictó una serie de leyes más represivas para enfrentar cualquier intento de oposición. Rusia volvió así a las oscuras horas soviéticas con un control informativo total y un férreo sistema de vigilancia y represión. El gobierno también procedió a la conscripción obligatoria de 300.000 personas para reforzar las tropas invasoras en Ucrania. Esto llevó a miles de jóvenes a exiliarse para no combatir, lo que ha significado una sangría de talentos que probablemente no se revertirá. Un año después, Rusia es un país aislado y sometido a una dictadura cada vez más opresiva, con un líder que se apoya en una banda de incondicionales que, a cambio de su soporte y adulación, se hacen de las riquezas del país.
¿Qué se puede esperar hacia adelante? Con el fin del invierno se incrementan las posibilidades de movimientos y ofensivas mayores en el frente de guerra. Ambas partes se han estado preparando para ello y ambos quisieran dar un golpe desequilibrante que fuerce al otro a pactar o retirarse. Mientras Ucrania cuente con el apoyo de Estados Unidos y de sus aliados, es muy difícil que las tropas rusas tengan avances significativos y el conflicto seguirá como una guerra de desgaste. Esto podría extenderse por al menos dos años más que restan para el término del mandato de Biden. La cuestión es hasta dónde puede la sociedad rusa aguantar el desangramiento por más desinformación y represión que imponga Putin. No se debe olvidar que en la Primera Guerra Mundial la población se hartó del conflicto (sumado al proceso revolucionario) y forzó el retiro de Rusia del mismo.
Por el lado ucraniano el aguante es sin duda mayor por la sencilla razón de que están peleando por su supervivencia.
Una gran interrogante es si China entrará a apoyar con armas a Rusia, como ha trascendido por varios gobiernos occidentales, lo que ha llevado a EEUU a prevenir a los chinos de no hacerlo. De ocurrir, por la tecnología china y su peso mundial, sin duda que constituiría un escalamiento de insospechadas consecuencias.
De no haber cambios sustantivos en el frente y si se deteriora la economía mundial, los aliados de Ucrania, partiendo por EE.UU., podrían disminuir su apoyo y forzar así a algún tipo de acuerdo. Si ello ocurriera, Ucrania no tendría opciones realistas de recuperar territorio.
Cualquier acuerdo que pudiera suscribirse forzado por las circunstancias, si no significa la salida total de los rusos de Ucrania, no será más que una tregua hasta un próximo episodio. De quedarse Rusia con porciones del territorio ucraniano, tendrá que vivir a la defensiva, con un vecino que no se desarmará y que ha adquirido una notable experiencia de combate, y que además potencialmente podría sumarse a la OTAN y/o a la Unión Europea incrementando así su condición de amenaza para Rusia, esperando un momento propicio para actuar y cobrarse revancha.
La invasión de Putin que ya cumple un año ha puesto en marcha múltiples fuerzas que están teniendo un profundo impacto en el sistema internacional. Putin inició un proceso en cuyo centro está la pugna entre autoritarismo y democracia, y su triunfo o derrota repercutirá fuertemente en favor de uno u otro sistema globalmente.
Por eso gloria a los combatientes ucranianos que, sin quererlo y dolorosamente, no solo están luchando por su supervivencia, también lo hacen por la libertad y el sistema democrático en el mundo.