Estamos en una etapa en la que, gracias a los logros de nuestras predecesoras, se nos han permitido de forma progresiva ir disfrutando de derechos y oportunidades de los que antes las mujeres estábamos completamente excluidas. Hablo de grandes cosas como estudiar y trabajar, hasta placeres quizás pequeños para algunos, como ir al cine o salir con amigas.
Estas vivencias y tiempos hoy se intentan compatibilizar, sin mucho éxito, con las labores de cuidado, que siguen siendo ejercidas principalmente por las mujeres y que la pandemia puso en evidencia y profundizó a tal punto que hemos retrocedido en logros ya ganado. Esto deriva en lo que hoy se conoce como la “crisis de los cuidados”, que conjuga la desigual distribución del trabajo doméstico y de cuidados entre hombres y mujeres, y el déficit de cuidados que enfrentan los países, según se explicó en un estudio de 2021 de ONU Mujeres y la CEPAL.
En cifras del Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe de la CEPAL, las mujeres dedicamos más del triple de tiempo a las labores de cuidado en comparación a los hombres, brecha que se profundiza cuando hay niñas y niños dentro del hogar, realidad que cierra para muchas la posibilidad de emplearse. Alrededor de un 60% de las mujeres en hogares con presencia de niños y niñas menores de 15 años declara no participar en el mercado laboral por atender responsabilidades familiares. Esta realidad se agudiza para aquellas con menores ingresos, lo que se traduce en un círculo vicioso entre cuidados, pobreza, desigualdad y precariedad. Las personas que están en peor situación económica tienen menos posibilidades de contratar parte de los servicios de cuidados de manera remunerada, teniendo que realizar dichos trabajos ellas mismas.
Entonces nos preguntamos: ¿será posible compatibilizar y lograr al mismo tiempo disfrutar de esta tarea que nos dedica principalmente a las mujeres gran parte de nuestro tiempo y que además por ejercerla se cierra la puerta a otras vivencias y oportunidades tanto estructurales como cotidianas, vinculadas de forma directa con nuestro bienestar?
A esta encrucijada también se enfrentan las miles de mujeres emprendedoras que apoyamos, quienes buscan, principalmente por necesidad, en el emprendimiento un camino para la generación de ingresos y sacar adelante a sus familias, frente a la imposibilidad de compatibilizar el mundo del empleo con las labores de cuidado (61% mujeres emprenden por necesidad y/ 45% hombres). Cuando hablamos de sus tiempos de cuidado, ellas dedican más 45 horas semanales en promedio al cuidado y tareas domésticas versus las 15 que declaran ellos, impactando directamente en la dedicación al negocio y menores ganancias (- 30%).
Para poder generar este proceso de cambio uno de los caminos es entender y creer que el cuidado no debe ser tarea sólo de las mujeres, para lo cual debemos cuestionarnos y modificar la histórica división sexual de los cuidados, instaurando al centro de nuestras formas culturales la corresponsabilidad de género, en donde hombres y mujeres seamos motores de esta esencial labor.
A su vez el tema no se resuelve en casa, sino que debemos asumirlo como sociedad, tanto en nuestros hogares como en las redes comunitarias, que son vitales para poder sobrellevar la carga diaria. Así también, con un sistema nacional de cuidado que integre los niveles anteriores y que contemple a todos los sectores, tanto públicos y privados, siendo corresponsables de esta función tan esencial para las sociedades.
Reconfigurar la organización social del cuidado no sólo impacta puertas adentro, sino que supone una contribución fundamental en términos del bienestar para un sector clave dinamizador para la economía y desarrollo de los países. En cifras de ComunidadMujer, el valor económico del trabajo doméstico y de cuidado no remunerado equivaldría a un 22% del PIB ampliado, más que el de cualquier actividad económica realizada en nuestro país. (ComunidadMujer (2019)).
El llamado a la acción es claro y urgente, sobre todo en contextos actuales en que necesitamos mecanismos transformadores para un nuevo modelo de desarrollo que garantice no sólo nuestra supervivencia, sino un desarrollo que sea sostenible, en dónde las mujeres no podemos seguir perdiendo oportunidades, ni limitando nuestros proyectos de vida, a su vez que se necesita de nosotras en todas las esferas sociales, políticas, económicas y culturales, como protagonistas de un futuro más justo y esperanzador.