Se instaló una polémica interesante entre filósofos, filólogos e historiadores. Ya corre tinta roja bajo el puente. Sucede que en “El Banquete” de Platón, Sócrates dice que una sacerdotisa extranjera llamada Diotima de Mantinea le enseñó sobre el Amor del Eros, y que ella “sabía de esto y muchas otras cosas”. Sócrates, admirado, reproduce palabra por palabra lo que ella le enseñó. Algunos dicen que la tal Diotima, que cita Platón por boca de Sócrates, nunca existió. Que en realidad se referían a Aspasia de Mileto, pero con un nombre falso. Hay argumentos de lado y lado. Defensores de Aspasia como Armand D’Anjour, profesor de Oxford, en “Sócrates Enamorado”. Y defensores de Diotima como Laura Más en “La Maestra de Sócrates”. Para aclarar esta grave controversia conversé con Aspasia sentada frente a Diotima, en mi Banquete de Amor con Mujeres Antiguas.
¿Y tiene alguna importancia esta discusión? Si, varias. Es una mujer la que enseña su filosofía del Amor a Sócrates, un hombre, que luego será la filosofía de Platón sobre el Amor (algunos lo llaman el amor platónico). ¿Y si de verdad se lo enseñó esa mujer, no fue creación de ellos? Otro asunto es la forma en que se desarrolla el diálogo mediante el cual la mujer le enseña a Sócrates sobre el Eros, que es el “método socrático”, que incluye la Ironía para hacerle sentir la ignorancia y luego la mayéutica para hacerle parir la verdad. Un método clave en el desarrollo y pedagogía de la filosofía en la antigüedad. ¿Y si el método socrático en realidad lo inventó esa mujer y no Sócrates? Por último, al borde de la exaltación y el fanatismo algunas señalan que en realidad Sócrates no sería entonces el “padre” de la filosofía, sino que ésta tuvo una “madre” anterior, que serían Aspasia, profesora real y amante de Sócrates en su juventud, o bien la sacerdotisa Diotoma. Según los más entusiastas esto implicaría un cambio copernicano en la historia de la filosofía. ¿Tú crees que será para tanto? ¿Qué opinas?
Te he contado que Aspasia fue una mujer real, de carne y hueso. Brillante, hábil, libre, independiente, empoderada, corajuda, progresista y audaz. ¡Qué más! El sueño de una feminista de hoy. Pero Aspasia lo logró hace 25 siglos atrás, sola, en la ciudad más cosmopolita, poderosa, culta y democrática de entonces, Atenas. En pleno Siglo de Oro o de Pericles. Influyó en la filosofía, la política, la retórica y la persuasión oratoria. Se ganó el amor verdadero de personajes importantísimos como Sócrates y Pericles. Aspasia de Mileto es la mejor de las invitadas a mi Banquete de Amor con Mujeres Antiguas y esta fue la conversación que tuve con ella.
Con belleza y personalidad desbordantes, se levantó de la mesa y se tomó la escena, sentándose en una reposera de madera color jacinto. Parecía toda una diosa iluminada por el fuego cambiante de las antorchas.
Me dijo: – ¡Alejandro, tratemos ahora que tú razones conmigo, dialoguemos! -¿Razonar? -le contesté- ¡Haré lo que pueda Aspasia! Razonar es un hábito extinguido aquí ¡Ya nadie piensa! Tan grave como el calentamiento global del planeta, es el congelamiento global de los cerebros y neuronas. A veces tengo pesadillas, sueño que en los cerebros humanos en vez de una red neuronal nos empieza a crecer una red de telarañas polvorientas. Aspasia se rió y me dijo: -Míralo con perspectiva Alejandro. Enduhanna vino de hace 43 siglos y aquí está, como tuna, hablando con nosotros. Safo de Lesbos de hace 27 siglos y mírala: sentimental, profunda y sutil como siempre. Diotima y yo venimos desde hace 25 siglos y todas estamos con la cabeza buena ¡Nada supera al instinto de supervivencia humana!
Y retomó su discurso: – Ya saben ustedes que, probablemente, lo mejor que se ha escrito sobre el Eros o Amor del deseo en los inicios de la filosofía es el diálogo “El Banquete” de Platón. Cuando interviene Sócrates para describir el Eros, dice que a él se lo enseñó tiempo atrás una sacerdotisa extranjera llamada Diotima de Mantinea, “que era sabia en éstas y otras muchas cosas” ¿Es correcto lo que digo? – Sí, totalmente cierto, le contesté.
– Aquí hay algo que se pasa por alto, dijo Aspasia. El diálogo de Platón es una discusión filosófica, abstracta y racional, entre puros hombres patriarcales. No asiste ninguna mujer. Y un filósofo de la talla de Sócrates, en ese escenario, reconoce que, en realidad, fue una mujer la que le enseñó a él sobre el Eros. ¿Concuerdas conmigo? – Por supuesto, – le dije- eso es lo que dice Sócrates y lo que escribió Platón. Ambos te dan la razón.
– Pues ese, mi querido Alejandro, es el instante de la entrada triunfal de la mujer en la gran filosofía, la razón y la abstracción. La mujer entra de la mano de Sócrates y de Platón pero enseñándoles a éstos, reconociendo ellos un rol fundamental de la mujer en los orígenes de la filosofía. ¿O no?
– No, no. Pienso que no es para tanto Aspasia. Estás exagerando. Primero, ellos no le reconocen eso a esa mujer. ¿Y que sea algo así como una “entrada triunfal” o “rol fundamental” de la mujer en la filosofía de la antigüedad? No estoy de acuerdo. Porque la filosofía siguió en esos tiempos totalmente dominada por los hombres, te guste o no Aspasia. Escucha: ¡Pitágoras, Heráclito, Tales de Mileto, Anaxágoras, Sócrates, Platón, Aristóteles, Epicuro, Zenón, Séneca, Plotino, Epícteto, Cicerón,… recién 800 años después de ti, en el año 400 d.C apareció Hipatia en Alejandría. Y luego hay un salto como de 1.500 años, hasta fines del siglo XIX, cuando nuevas filósofas importantes entran en escena.
– ¡Ya, ya, ya! ¡suficiente Alejandro! –me dijo Aspasia algo enojada- ¡Es cierto! No fue tan fundamental en la antiguedad, pero concédeme que fue un inicio. Es entrar a la cancha, con el balón en el pie, dar el primer chute y meter un golazo, porque reconoce que la mujer le da una tremenda cátedra sobre el Amor a Sócrates, que ha sobrevivido milenios. – Si, le dije -¿Y cómo le enseña?, continuó Aspasia, te lo diré yo misma. ¡Interroga a Sócrates! Le hace preguntas difíciles, lo pone en aprietos, lo ayuda en las respuestas, ironiza con él. ¡Sócrates hasta se hace el sordo o el tonto, cuando no sabe cómo contestarle algunas preguntas a la mujer! ¡Incluso ella le exige a Sócrates que hable de mejor forma! ¿Te imaginas que una mujer de ese tiempo patriarcal le diga eso al gigante Sócrates, y que Platón su discípulo lo ponga así textual en su libro?
Y Aspasia siguió – Dime ahora ¿qué método está ocupando esa mujer para enseñarle a Sócrates sobre el Eros? – Cuando le hace preguntas difíciles a Sócrates, -le dije- lo hace contradecirse, lo confunde, lo deja en ridículo y le demuestra su ignorancia, ella está aplicando entonces la “Ironía Socrática”, que es la primera parte del llamado método socrático, para hacerlo consciente de su ignorancia.
– ¡Bien Alejandro! – dijo Aspasia. Y siguió – ¿Y cómo continua el diálogo sobre el Eros entre esa mujer y Sócrates? Y le dije -Ella y él se alzan de nuevo en un diálogo hacia la verdad y va haciendo descubrir a Sócrates qué es el Eros. Esa es la segunda parte del método socrático, la Mayéutica. Hacer parir la verdad a base de preguntas, como una matrona pero del saber que viene del interior. Y recuerdo Aspasia que tú fuiste profesora de Sócrates cuando era joven y tu eras experta en retórica o argumentación ¿Tú le enseñaste a Sócrates cómo dialogar y convencer a otros a través de preguntas y respuestas?
Aspasia dijo: – Si yo hubiere sido quien le enseñó a Sócrates el método para filosofar y si además le enseñé sobre el Amor y el Eros, entonces Sócrates no sería el “padre” de la filosofía, sino que la filosofía tendría una “madre” anterior a él, que sería yo, Aspasia, o bien sería Diotima.
-¡No, no, no, Aspasia, te pasaste varios pueblos! Sócrates, Platón y Aristóteles, no sólo hablaron del Eros o del Amor, ni tampoco usaron solamente el método socrático. Pensaron sobre la política, las formas de gobierno, la ética, el bien y el mal, el alma, el conocimiento, la teoría de las ideas, el dualismo, las formas, la astronomía, el átomo, la medicina, la retórica, la dialéctica, la justicia, las artes, la ciudad, y una infinidad de otros temas. Imagínate que hay algunos sostienen que toda la filosofía se hizo con ellos, y en los siguientes 23 siglos los filósofos lo único que han hecho es hacer apostillas o notas al pie de página sobre la filosofía de ellos. Además, recuerda que Sócrates decía que era discípulo de Anaxágoras no de ti Aspasia. Además, hubo otros filósofos anteriores a ti mucho más importantes e influyentes, como Tales de Mileto, Anaximandro, Heráclito, Pitágoras, Anaxágoras, etc. Y el que generó un antes y un después de la filosofía en esos tiempos fue Sócrates, por eso se le considera el padre de la filosofía. Por lo tanto, no comparto tu teoría de la madre de la filosofía solo por haber presuntamente enseñado a Sócrates una idea del Amor y el método del diálogo socrático. Declararte madre de la filosofía sería sólo una “discriminación positiva” en favor de la mujer absolutamente infundada y exagerada en un ámbito del conocimiento tan importante como la filosofía. Eso pienso yo.
Aspasia –astuta- reculó y volvió a centrarse en la parte de la controversia en que sí podía ganar: si era ella o bien Diotima la mujer que le enseñó a Sócrates sobre el Eros, y me preguntó. -Y dime ahora ¿tú crees que Sócrates se enamoró de mí? – ¡Ah no, Aspasia!, –le dije- ¿Por qué me preguntas eso? ¿qué tiene que ver con lo que estamos conversando? ¡No te pongas vanidosa!
Y me contestó turbada – ¡No, no, no. Debes contestarme! Es parte de mi razonamiento, de mi silogismo. Es pura lógica. Soy experta en retórica, no me lo puedes objetar. Verás cómo a veces también puede emanar la razón desde el Eros.
– Iré al grano Aspasia, sólo para darte el gusto. En realidad no tengo dudas que Sócrates se enamoró de ti, joven. Tú fuiste su profesora, hay testimonios de eso. Además eres una mujer interesante, inteligente, atractiva, encantadora ¿cómo no se enamoraría Sócrates de ti? Dicen algunos poetas que él se enamoró como “un fuego inextinguible”. Pero fue un amor truncado. Pericles se le adelantó. Le ganó el quién vive.
– Entonces Alejandro, ¿No te parece lógico que haya sido yo la que realmente le enseñó a Sócrates sobre el Amor del Eros, en cuerpo y alma, si él estaba enamorado de mí? – Que tú le hayas enseñado el amor con tu cuerpo no lo sé Aspasia, eso es parte de tu intimidad y la de Sócrates. Pero sí es probable que estando él enamorado de ti, le hayas enseñado explícita o implícitamente del Eros, desde el alma. Es curioso, pero el Eros del enamorado es un deseo que va más allá de lo físico o sexual, lo trasciende o lo sublima. En el Eros hay un deseo incontenible en que priman las ganas de estar con el otro, de re-unirse con aquel que “estaba separado”, de pensar en el otro permanentemente y de preocuparse genuinamente de que él o ella estén bien. Es una atracción idealizada, elevada y muy fina a su vez, muy del alma, es un sentimiento exquisito.
– ¡Excelente Alejandro! – Ahora te lo preguntaré al revés ¿Hay testimonios históricos de la existencia de una sacerdotisa extranjera llamada Diotima de Mantinea, de carne y hueso, que haya sido una gran intelectual, filosofa, influyente en Sócrates, Atenas o Grecia? ¿Se sabe dónde nació, cómo era su familia, dónde murió, con quiénes vivió o dónde estuvo?
– No lo sé, yo no he visto eso en ninguna parte. Hubo una sacerdotisa Diotima que llamó Pericles para contener la peste, pero como 10 años antes. Pero ni siquiera eso está claro. Le contesté. – y ella prosiguió ¿Y si Diotima era sacerdotisa, entonces dime, sabes cómo eran las sacerdotisas de los templos en Grecia? – Hasta donde sé, las sacerdotisas no necesitaban grandes cualidades, preparación ni conocimientos. Eran niñas jóvenes que cumplían la función de recaderas. Llevaban los mensajes desde afuera del templo al interior con las consultas de los fieles al oráculo de los dioses o sacerdotes y luego volvían con las respuestas de éstos hacia aquellos. Las respuestas del oráculo eran cortas y genéricas. Algo así como sería un horóscopo hoy. Al final,… yo diría que era casi un negociado de sacerdotes y sacerdotisas para ganar dinero a costas de la superstición de los griegos.
Y entonces Aspasia arremetió con sus estocadas finales – Dime, ¿existe algún testimonio histórico de que Sócrates fue alumno de Diotima? – No, yo no conozco -le contesté- Salvo lo que dice Platón y Sócrates en el texto de El Banquete.
– ¿Y entonces por qué invitaste a Diotima a este Banquete del Amor de Mujeres Antiguas? ¡Para qué! me preguntó Aspasia indignada.
– Bueno, le contesté, ella aparece en El Banquete de Platón ¿no es así? Y Sócrates dice que fue la sacerdotisa Diotima quien le enseñó sobre el Eros y otras cosas ¿no es cierto? ¿Cómo podría yo desentenderme de lo que dice Platón en su libro y de lo que allí dice Sócrates?
– ¡Tienes razón!. Pero es muy simple de resolver –contestó Aspasia- ¿Acaso los diálogos de Platón no son obras de literatura, de narrativa, de ficción, a través de los cuáles Platón –que era un magnífico escritor- da a conocer en esos diálogos sus ideas y también las de Sócrates, enseñándonos la filosofía?
– Es cierto, -le dije-, ¿entonces me quieres decir que la sacerdotisa Diotima podría ser un personaje de ficción que Platón puso en su obra?
– ¡Claro que sí! ¡Diotima es un personaje o nombre de ficción! Exclamó Aspasia ¡Diotima no es un personaje real ni histórico! La que habla y le enseña a Sócrates soy yo, ¡Aspasia de Mileto, Amor eterno de Pericles y de Sócrates, la que sabía de éstas y muchas otras cosas! ¡La sacerdotisa Diotima no es nadie, es una impostora de ficción, un personaje o un nombre de libro, ella es apenas, cómo diría, …es…es apenas una suma de letras!
Esas palabras de Aspasia cayeron como un hacha filosa en la mitad de la mesa. Se silenció todo. Diotima, que estaba allí, se puso de pie furiosa, apoyando sus puños en la mesa. Pero ante mi perplejidad toda su piel, su rostro, su pelo, sus ojos, su ropa, su cuerpo entero se pusieron de color sepia, luego se fragmentó en mil pedazos como un mosaico formado por letras del alfabeto griego. Y de un momento a otro se desmoronó de la cabeza a los pies, como un castillo de naipes, cayendo al suelo cientos de letras griegas color sepia. Pensé que podrían ser las letras manuscritas del mismo Platón cuando escribió sobre a Diotima en El Banquete. Corrí a buscar una escoba y una pala. Barrí cuidadosamente cada letra dispersa de la sacerdotisa Diotima de Mantinea, echándolas dentro de un sobre grande y antiguo que tengo bien guardado en mi escritorio, con su nombre.