Los giros de las últimas semanas del Gobierno han sido claves para emprender una posición mucho más de centro, intentando cautivar una adhesión ciudadana alejada del nicho de la izquierda. Y, por cierto, también intentando poder llegar a aquellos sectores del Congreso que se han descolgado de las decisiones anteriores, pero que son necesarios para poder levantar los intereses programáticos de La Moneda. Esta encrucijada obliga al Gobierno a ampararse dentro de su sector y afiatar los lazos con el Socialismo Democrático y, de la misma manera, compromete estrechar las relaciones con el Congreso, pese a las dificultades por la suma de movimientos políticos. De no ser así, el ambicioso programa de Gabriel Boric sigue muy frágil frente a las fluctuaciones políticas que se presenten.
Distintos hechos han marcado la agenda del Gobierno en las últimas semanas: rechazo a la reforma tributaria, reestructuración del programa, cambios de gabinete. Estos han significado una reorganización política del Ejecutivo y han traído como consecuencia una encrucijada de difícil solución, entre el Gobierno y el Congreso, e incluso entre los mismos partidos de la izquierda.
Desde el estallido social en 2019, la surgencia de partidos y movimientos políticos ha fraccionado la capacidad de negociación, e incluso posterior al rechazo de la propuesta constitucional, la atomización de estas fuerzas políticas se ha hecho particularmente expresa con el surgimiento de Demócratas y Amarillos por Chile. La convivencia entre estos distintos grupos políticos implica que el Gobierno deba tener una relación estrecha, al menos con su sector, para asegurar la suma de votos que le favorezca, pero de igual manera ciertos diputados y diputadas de izquierda se han descolgado de las decisiones y votaciones a favor de La Moneda. Quedando de manifiesto, al votar la reforma tributaria, que la fragmentación dentro del Congreso entorpece la actividad legislativa del Gobierno.
El cambio de gabinete fue un punto de reformulación cosmética de los ministerios para acercar al Gobierno hacia la centroizquierda, reestructurando profundamente las subsecretarías. La estrategia detrás de esto ha traído críticas incluso dentro de la izquierda; el Partido Liberal se quedó sin el único ministerio que tenía, y el giro hacia personeros de la ex Concertación deja entrever un intento por reconquistar sectores cercanos al centro.
En general, los giros de las últimas semanas del Gobierno han sido claves para emprender una posición mucho más de centro, intentando cautivar una adhesión ciudadana alejada del nicho de la izquierda. Y por cierto, también intentando poder llegar a aquellos sectores del Congreso que se han descolgado de las decisiones anteriores, pero que son necesarios para poder levantar los intereses programáticos de La Moneda. Esta encrucijada obliga al Gobierno a ampararse dentro de su sector y afiatar los lazos con el Socialismo Democrático y, de la misma manera, compromete estrechar las relaciones con el Congreso, pese a las dificultades por la suma de movimientos políticos. De no ser así, el ambicioso programa de Gabriel Boric sigue muy frágil frente a las fluctuaciones políticas que se presenten.