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División global Opinión

División global

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Juan Pablo Glasinovic Vernon
Por : Juan Pablo Glasinovic Vernon Abogado de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC), magíster en Ciencia Política mención Relaciones Internacionales, PUC; Master of Arts in Area Studies (South East Asia), University of London.
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A un año de la invasión, Rusia se ha supeditado a China diplomática y económicamente y ello se acentuará más aún en el futuro. China sin embargo tampoco puede prescindir de Rusia, no por el lado económico o militar, sino porque requiere de los rusos para su transformación del sistema internacional. Por tanto, una derrota rusa sería un serio traspié en su estrategia. Esto desgraciadamente es una mala noticia para la continuidad del conflicto. Además, a China le es beneficioso estratégicamente la continuidad de la guerra porque mantiene a Estados Unidos ocupado en Europa, debilitando su presencia y capacidad militar en Asia. En la vereda opuesta, el gobernante nipón Kishida aseguró a Ucrania que le seguirá proporcionando ayuda económica (por disposición constitucional no puede proporcionar armamento), la que ya supera los USD 7.000 millones e hizo hincapié en la indivisibilidad del tema de la seguridad en el mundo.


Uno de los efectos de la guerra en Ucrania ha sido acentuar la división entre los países a nivel global, básicamente en dos campos: los que apoyan a Rusia y los que apoyan a Ucrania. Esta división ya venía antecedida por otra, la que en términos actuales podríamos reseñar como el Norte Global contra el Sur Global. En otras palabras, países desarrollados versus el resto. Pero, como nada es simple, sobre esto se agrega la dicotomía entre democracia y autoritarismo.

Remontándonos algunas décadas hacia atrás, más precisamente durante la Guerra Fría, el mundo se dividió entre Estados Unidos y sus aliados, con sistemas democráticos y economías capitalistas (al menos en los países desarrollados) y la Unión Soviética y sus aliados, políticamente autoritarios y con economías centralmente planificadas. Entre esos bloques (en la práctica más bien discursivamente) estuvo el Movimiento de los No Alineados, que como su nombre lo indica, buscaba no tomar partido entre las partes en competencia.

Después de la Segunda Guerra Mundial sobrevino el proceso de descolonización e independencia en prácticamente todo el continente africano y en buena parte de Asia. Ese proceso alimentó en lo principal la categorización de países según su nivel de desarrollo, sumando mayoritariamente al grupo de los más pobres o en ese entonces “Tercer Mundo”.

En esa dinámica, que en muchos casos significó movimientos armados, los nacientes estados contaron con el apoyo de la URSS y de sus aliados. Lo mismo ocurrió en Sudáfrica donde el Congreso Nacional Africano recibió un ingente soporte soviético en su lucha contra el apartheid, y en el Medio Oriente los árabes, incluyendo a los palestinos, siempre tuvieron a su lado (hasta hoy) a la Unión Soviética (ahora Rusia) en sus guerras con Israel. Lo mismo ocurrió en Vietnam, cuya guerra partió como un proceso de independencia contra Francia al que se terminó sumando el factor ideológico y la pugna entre los bloques occidental y soviético.

Paradójicamente entonces, para buena parte del mundo y especialmente de los países africanos y asiáticos, la Unión Soviética fue un aliado crucial en sus procesos de emancipación. Un régimen totalitario que sin embargo, los ayudó a liberarse o a asentar su autonomía de regímenes coloniales que gozaban de democracias en sus metrópolis, pero explotaron a sus dominios y con pocas excepciones, no los apoyaron sustantivamente en su consolidación como nuevos estados.

En el caso de América Latina, buena parte de la izquierda en su momento vio con buenos ojos a la URSS como contrapeso a Estados Unidos y su concepto de la zona como su “patio trasero”. Aunque después esto derivó en el sostén de la mayoría de las dictaduras en el continente.

Lo reseñado es muy importante de tener en cuenta, porque como memoria histórica sigue pesando y condicionando el entramado actual de alianzas y la reacción global frente a la guerra y la agresión de Vladimir Putin.

A pesar de que el presidente Biden ha definido este conflicto como un enfrentamiento entre democracia y autoritarismo, que repercutirá globalmente a favor de uno u otro según su desenlace (lo que comparto), esto no ha trascendido más allá del Norte Global. Es cosa de ver cómo se sitúan los países del Sur frente al conflicto partiendo por no sumarse a las sanciones impuestas por Estados Unidos y sus aliados.

En el grupo de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica), exceptuando por razones obvias al binomio Rusia y China, los otros han mantenido una posición que podría definirse como de una neutralidad nominal pero en la práctica manteniendo una relación activa con Rusia. Los tres se han abstenido de condenar a Rusia en la mayoría de las votaciones en los foros multilaterales partiendo por Naciones Unidas y además han mantenido un activo intercambio comercial. En el caso de la India, incrementó en 400% su comercio con Rusia, beneficiándose grandemente de precios rebajados en petróleo y fertilizantes. También ha seguido comprando armas rusas, del que depende el 40% de su arsenal.

Sudáfrica incluso desarrolló un ejercicio naval en sus costas del Índico con buques de guerra rusos y chinos a fines de febrero.

En América Latina, más allá de alguna tibia condena a Rusia (con la notoria excepción de nuestro país en ese plano), la regla general es una neutralidad nominal con la mantención de vínculos con esta potencia.

¿Significa esta postura del Sur Global un apoyo al autoritarismo representado por Rusia y China?

La respuesta es negativa, en la mayoría de los casos. Como se expuso más arriba, las motivaciones tienen que ver con el condicionamiento histórico, el rol de Rusia (y su antecesora la URSS) en las décadas pasadas y su resentimiento con muchas de las potencias occidentales, pero también con su aspiración de sistema internacional. Respecto de esto último, hay un argumento reiterativo de Rusia y China que toca una fibra en estos países: la construcción de un sistema multipolar.

En efecto, Rusia y China se manifiestan como campeones de un sistema multipolar y culpan a Estados Unidos de oponerse a esto, lo que explicaría desde su perspectiva, buena parte de la tensión y conflictos globales.

Frente al argumento de una pugna democracia-autoritarismo que esgrime Estados Unidos, Rusia y China oponen la pugna unipolar versus multipolar. En su discurso esto incide directamente en la libertad de las naciones intentando vincular aquello con lo que fue su apoyo al proceso descolonizador y al tercermundismo consecuente.

Aunque el discurso ruso chino omite explicitar que ese sistema multipolar que proponen no favorece principios como la igualdad de los estados, la intangibilidad de las fronteras, la prohibición del uso de la fuerza entre otros, sino que lo deja entregado al poder del más fuerte (con la aspiración de reemplazar al hegemón de turno), para ese amplio grupo del Sur Global, hace sentido que el poder esté repartido entre varias potencias, lo que favorecería su autonomía e intereses.

Además, bajo esa visión, la mayoría de estos países ven la guerra como un episodio europeo y sus efectos inflacionarios (energía y alimentos principalmente) no solamente como parte del conflicto en sí, sino principalmente como fruto de las sanciones occidentales.

Hay por lo tanto una concepción alimentada por la Historia reciente a la que se agrega la aspiración de un sistema internacional diferente, que Estados Unidos y sus aliados deben considerar si pretenden sumar apoyo, no solo en la guerra en Ucrania, sino en la pugna contra Rusia y China.

Desgraciadamente la dimensión democrática no hace ruido en buena parte del Sur, lo que no significa abandonarla, pero sí hacerse cargo de dejar en evidencia lo que globalmente se perderá si triunfa la postura chino rusa: un sistema en el cual imperará el más fuerte, precisamente en desmedro de la mayor autonomía, certeza y seguridad que buscan los países.

Más allá de ese debate conceptual que ayuda a explicar las actuales posiciones, en estos últimos días hemos visto otra expresión concreta de esta división que recorre el mundo. Mientras el presidente Xi Jinping visitó Moscú en una visita de Estado de 3 días, paralelamente el primer ministro nipón Fumio Kishida hizo una sorpresiva visita a Ucrania (la coincidencia de la oportunidad no sería casual).

La reunión de Putin y Xi (la cuadragésima vez que se juntaban ambos) derrochó grandeza imperial desde el lugar, en el palacio del Kremlin, hasta sus banquetes. Mientras, Kishida se reunió con Zelenski en su tenida de campaña y juntos hicieron un homenaje a las víctimas de crímenes de guerra en el pueblo de Bucha.

Al término de la estadía de Xi en la capital rusa, ambas partes reiteraron su alianza aunque quedó en evidencia que Rusia se consagró como el socio junior. En efecto, su dependencia económica con las sanciones es cada vez mayor. La venta de petróleo ruso a China ha aumentado exponencialmente, compensando en parte la pérdida de mercados occidentales, pero no ha ocurrido lo mismo con el gas, debiendo construirse un nuevo ducto que ha sido retrasado por la parte china.

Xi también se mostró como un facilitador, dispuesto a mediar para una paz entre las partes. Pero su postura es más bien un ejercicio de imagen, por cuanto apoya la paz sobre la base de las anexiones rusas. Esto le da además margen para, si fracasa cualquiera aproximación con Ucrania, justificar posteriormente un apoyo en armas y logística a su aliado ruso.

A un año de la invasión, Rusia se ha supeditado a China diplomática y económicamente y ello se acentuará más aún en el futuro. China sin embargo tampoco puede prescindir de Rusia, no por el lado económico o militar, sino porque requiere de los rusos para su transformación del sistema internacional. Por tanto, una derrota rusa sería un serio traspié en su estrategia. Esto desgraciadamente es una mala noticia para la continuidad del conflicto.

Además, a China le es beneficioso estratégicamente la continuidad de la guerra porque mantiene a Estados Unidos ocupado en Europa, debilitando su presencia y capacidad militar en Asia.

En la vereda opuesta, el gobernante nipón Kishida aseguró a Ucrania que le seguirá proporcionando ayuda económica (por disposición constitucional no puede proporcionar armamento), la que ya supera los USD 7.000 millones e hizo hincapié en la indivisibilidad del tema de la seguridad en el mundo. Por eso condenó duramente la acción de fuerza unilateral por parte de Rusia que viola todos los principios y normas sobre las cuales se sustenta el sistema internacional y llamó a unirse tras Ucrania. Lo que está detrás de esto evidentemente tiene que ver con el riesgo de una acción similar de China en el Indo Pacífico (donde Japón esperaría tener el mismo apoyo que Ucrania).

Japón está dejando en claro que un mundo más seguro y pacífico pasa por el respeto de la Carta de Naciones Unidas y del  Derecho Internacional, y que ello indudablemente beneficia a todos (incluyendo en Sur Global). Junto con eso, Kishida quiere demostrar que los países del G7, cuya cumbre presidirá en mayo en Hiroshima, se guían por estos principios y no por el deseo de mantener o acrecentar su poder en el orden internacional. Es sin duda un tremendo desafío, pero parece que por ahí va la cosa para tratar de disminuir el atractivo del canto de sirenas de Rusia y sus aliados y aminorar la división que está socavando los pilares del sistema internacional.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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