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La mano extranjera en el golpe de Estado de 1973 (parte II) Opinión

La mano extranjera en el golpe de Estado de 1973 (parte II)

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Mladen Yopo
Por : Mladen Yopo Investigador de Política Global en Universidad SEK
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Entre los países que se sumaron a los planes de Nixon-Kissinger en contra del gobierno democrático del presidente Allende, hubo tres actores relevantes: el Reino Unido, Australia y Brasil. Este último, según un documento de la CIA, intentó “controlar” las misiones de la “Operación Cóndor”, resistiendo los esfuerzos de Chile, Uruguay y Argentina por participar en operaciones de asesinatos selectivos fuera del Cono Sur, y prefiriendo participar en operaciones bilaterales de entrega para secuestrar y desaparecer a opositores. De acuerdo a documentos desclasificados en EE.UU., la CIA obtuvo información que vinculó al general Pinochet directamente con las operaciones de asesinatos que planificó y ejecutó la red Cóndor.


Varios países acompañaron la infamia impulsada por Nixon-Kissinger en contra del gobierno democrático del presidente Allende. Así, por ejemplo, después de que el diplomático Ronnie Burroughs visitó América Latina en 1961 mandado por la Foreign Office (Cancillería) y el MI6 (servicio de inteligencia exterior) y a pesar de que Londres le dejaba la iniciativa a EE.UU. en su zona de influencia, decidieron aumentar las acciones encubiertas en la América Latina. En el contexto de la Guerra Fría, la región era vista por Reino Unido como de creciente importancia para los intereses nacionales como detener al comunismo, afianzar la amistad con EE.UU., aumentar los intercambios comerciales con la propia región, su proyección Malvinas-Antártica, entre otros, de acuerdo a documentos desclasificado del Foreign Office.

A pesar de que Joint Intelligence Committee británico reconoció que “el gobierno de Allende ha estado dirigiendo sus esfuerzos económicos principalmente a efectuar una redistribución de los ingresos”, “corregir lo que consideraban injusticias económicas y sociales”, su herejía era que estaba anclada en la decisión de “demostrar que el socialismo se puede implantar en Chile de un modo pacífico y democrático” y en particular la nacionalización del cobre (1971) y de varios bancos (1972) a pesar de que la compensación acordada había sido justa de acuerdo a una nota del Partido Conservador británico (Contexto y Acción 21/03/2018).

El embajador de EE. UU., Davis, le dijo a su homólogo británico, Reginald Seconde (quien miraba con buenos ojos las políticas sociales de Allende), que el gobierno de EE. UU. estaba preocupado “no solo por la pérdida de las empresas de cobre, sino también por el precedente que la medida chilena establecería en la nacionalización de otros intereses estadounidenses en todo el mundo”. Solo tres meses después de que Allende asumiera su cargo, el Joint Intelligence Committee (JIC) concluía que “Washington está claramente afectado por los acontecimientos en Chile” y Seconde y otros funcionarios británicos también se autoconvencieron, sin embargo, de que las políticas del gobierno de Allende estaban llevando al país a la ruina económica y al caos político (Contexto y Acción 21/03/2018).l sitio especializado Declassified UK expresa que los cables secretos demuestran cómo el Departamento de Investigación de Información (IRD) británico trabajó con la CIA para intervenir en las elecciones presidenciales de 1964 y 1970 e impedir el triunfo de Allende (biobiochile.cl 23/09/2020). Precisamente, bajo el gobierno laborista de Harold Wilson (1964-1970), una unidad secreta del Foreign Office inició una ofensiva propagandística con ese objetivo, reuniendo información diseñada para dañar a Allende y otorgar legitimidad a sus oponentes políticos, y distribuyó material a figuras influyentes dentro de la sociedad chilena (Daily Maverick 22/09/2020).

Con esta meta, Londres aumentó el personal que trabajaba en la propaganda en la región y el MI6 abrió nuevas sedes. Estas actividades fueron ocultas y centradas, por una parte, en la llamada propaganda “negra”, la que incluyó material falso o actividades en las que los ciudadanos fueron deliberadamente engañados acerca de las fuentes de la información (se sobornaron para conseguir espacios en radios, además de usar revistas y panfletos); organizaron campañas de asesinato de imagen de Allende entre 1970 7 1973; y canalizaron “millones de dólares para fortalecer los partidos políticos de la oposición”, según un informe del Senado de los EE.UU.

El IRD también compartió inteligencia vital sobre la actividad de la izquierda con la CIA. Funcionarios británicos en Santiago ayudaron a una organización de medios financiada por la CIA que fue parte de una amplia acción encubierta, entre otras. También trabajaron en iglesias, sindicatos y partidos políticos infiltrándolos y captándolos o interfiriendo en sus reuniones. Elizabeth Allott, una funcionaria del IRD, también le propuso al jefe del IRD, Kenneth Crook, que Gran Bretaña entrenase al ejército chileno en “contrasubversión”, incluyendo técnicas de tortura tal como se hizo en Brasil.  En general, el Reino Unido estaba utilizando una acción encubierta en parte para “mantener, a bajo costo, un papel global” (BBC Mundo 11/12/2020).

Los archivos muestran con claridad que los estrategas británicos en Santiago y Londres agradecieron absolutamente el golpe de estado e inmediatamente se dispusieron a entablar buenas relaciones con el gobierno militar mientras la represión aumentaba, e incluso se confabularon en secreto con la Junta para engañar a la opinión pública británica a pesar de que estaban conscientes de la magnitud de las atrocidades. Tres días después del golpe, el embajador Seconde informaba al Foreign Office que “es probable que el número de víctimas ascienda a varios miles, indudablemente está lejos de ser un golpe incruento”. Seis días después, mencionaba que “las historias de los excesos militares y el aumento del número de víctimas ha empezado a circular de forma creciente. La magnitud del baño de sangre ha conmocionado a los ciudadanos” (Contexto y Acción 21/03/2018).

Otro país activo en el golpe de Estado en Chile fue Australia, la democracia más secreta del mundo como la catalogo The New York Times. A instancias de la CIA, el Servicio de Inteligencia Secreto de Australia (ASIS) estableció una “estación” en Santiago en 1971 con la aprobación del ministro de Relaciones Exteriores del Partido Liberal, William McMahon y llevó a cabo operaciones de espionaje clandestinas para apoyar directamente la intervención estadounidense en Chile, según los registros australianos desclasificados. En la primavera y el verano de 1971, los empleados de ASIS enviaron agentes y equipo a Chile para organizar la estación.

Sin embargo, después de más de 18 meses de operaciones que parecen haber involucrado a varios chilenos reclutados por la CIA en Santiago, en la primavera de 1973 el nuevo Primer Ministro, el laborista Gough Whitlam, ordenó al director de ASIS cerrar las operaciones de Chile. Whitlam estaba “incómodo” con la participación de Australia porque si se hacían públicas estas operaciones “le resultaría extremadamente difícil justificar nuestra presencia allí”, aunque también le preocupaba que la CIA lo interpretara como un como un gesto hostil hacia EE.UU. o la propia CIA. La estación australiana de ASIS parece haber sido cerrada en julio de 1973, aunque según los informes, un agente de ASIS permaneció en Santiago hasta después del golpe militar del 11 de septiembre del mismo año. El ASIS también ha tenido operaciones secretas en países como Indonesia y Camboya.

Un informe secreto de ocho volúmenes, escrito por el juez Robert Hope, incluía un relato detallado de las operaciones en Chile, de las cuales algunas partes se filtraron a los medios de comunicación: ya en octubre de 1974 el Sydney Morning Herald publicó un artículo titulado “Espías ayudaron a la CIA a planificar el derrocamiento de Allende”. Sin embargo y como dice el Dr. Clinton Fernandes, ex analista de inteligencia del ejército australiano y profesor de estudios internacionales y políticos en la Universidad de Nueva Gales del Sur, “el gobierno australiano insiste en mantener esta información en secreto para evitar admitir ante la ciudadanía que ayudó a destruir la democracia chilena” y evitar un debate de cómo deben usarse los servicios de inteligencia (Ciper 10/09/2021).

Otro país que jugó un rol importante en el golpe cívico-militar fue Brasil y la dictadura Garrastazu Médici. El 4 de septiembre de 1970 y tras el triunfo del Presidente Allende, el embajador de EE.UU. Korry se reunió con el embajador de Brasil en Santiago, Antonio Cândido da Câmara Canto, y compartió detalles de los esfuerzos iniciales de Estados Unidos para bloquear la investidura de Allende. Por órdenes de la Casa Blanca (dijo Korry) la embajada estadounidense pasaba información hostil sobre Allende a los comandantes militares chilenos, y amenazaba con cortar la ayuda económica y los créditos si asumía la presidencia de Chile. La reunión del embajador Cámara Canto con Korry fue tan importante en Brasil, que el canciller Mario Gibson Barboza la resumió en un informe al líder del régimen militar, general Emílio Garrastazu Médici.

Archivos desclasificados de Brasil, Chile y Estados Unidos revelan una reunión entre el dictador de Brasil, general Emílio Garrastazu Médici, con Nixon para acelerar la acción de Brasil con el fin de instalar una dictadura en Chile. Garrastazu Médici le dijo a Nixon que Allende sería derrocado “por las mismas razones por las que Goulart había sido derrocado en Brasil” y “dejó en claro que Brasil estaba trabajando para lograr este fin”. Nixon respondió que era “muy importante que Brasil y EE.UU. trabajen de cerca en esta materia” y ofreció “ayuda discreta” y dinero para operaciones brasileñas contra el gobierno de Allende. También detalla de cómo el régimen militar brasileño ayudó a Patria Libertad, movimiento terrorista de ultraderecha y a altos mandos de las FF.AA. que organizaban la desestabilización y el derrocamiento de Salvador Allende y cómo al fracasar el rapto de Schneider brindó protección y asilo a los altos mandos de Patria y Libertad.

En marzo de 1971, un cable enviado por el embajador de Chile en Brasil, Raúl Rettig, informó a Cancillería que “ejército brasileño estaría realizando estudios sobre la introducción de guerrillas en Chile”, en una sala de guerra tenía mapas y modelos de la cordillera de los Andes, y que había infiltrado agentes como turistas, con la intención de recabar más antecedentes (DW 31/03/2021). El cable de Retting es uno de los cientos de documentos obtenidos sobre Chile, EE.UU. y Brasil por el periodista de investigación Roberto Simon y que relata en su libro “O Brasil contra a democracia. A ditadura o golpe no Chile e a Guerra Fria na America do Sul”. El libro muestra cómo la dictadura militar brasileña trabajó activamente para socavar la democracia durante los años de Allende y cómo ayudó a la junta militar gobernante a consolidar su poder después.

A través de información obtenida por Inteligencia, Brasil conoció detalladamente los primeros planes golpistas, incluyendo la identificación de los oficiales militares que participaban de la conjura y se preparaban para derrocar a Allende. En una reunión celebrada en la Base Aérea El Bosque, el 2 de agosto de 1973, algunos oficiales chilenos (Cesar Ruiz Danyau, Ernesto Jobet, Ernesto Huber Von Appen, entre otros) analizaron los elementos del golpe militar brasileño de 1964 -que derrocó al presidente constitucional Joao Goulart- para ver qué de esa experiencia podrían utilizar para sus planes de tomar el poder. El Ejército de Brasil estableció comunicaciones con oficiales militares chilenos que se oponían a Allende, e incluso organizó que algunos de ellos viajaran secretamente a Brasil para discutir sobre la conspiración golpista.

El libro destaca una escena dramática acaecida en diciembre de 1971, cuando el jefe del régimen militar de Brasil, el general Emílio Garrastazu Médici, llegó a Washington y se reunió en privado con el presidente Richard Nixon en la Casa Blanca. Los dos líderes discutieron con franqueza los esfuerzos para deponer a Allende. Nixon dejó en claro que Brasil podría ayudar a Estados Unidos a derrotar a Allende, Fidel Castro y otros gobiernos y movimientos de izquierda en toda América Latina. Y agregó: “espero que podamos cooperar estrechamente, ya que, al ser un país sudamericano, hay muchas cosas que Brasil puede hacer y que EE.UU.” (El Popular 31/03/2021). El libro de Simon revela que Brasil hizo su propio “trabajo sucio” en Chile, así como en Uruguay, Bolivia y otros países del Cono Sur. Aunque el régimen militar pudo haber colaborado con la administración Nixon, la dictadura de Brasil actuó en función de su propia preservación geopolítica.

En los días posteriores al 11 de septiembre, el ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil (Itamaraty) ayudó en presentar el golpe cívico-militar en Chile de la manera más positiva posible, fue el primer país en reconocer al régimen de facto e invirtió una considerable ayuda económica y créditos financieros para ayudar a la Junta Militar. Los funcionarios brasileños también ayudaron a redactar algunos de los discursos iniciales de los representantes del régimen de Pinochet para justificar el sangriento golpe en la Asamblea General de la ONU.

Pero Brasil entró de lleno en la represión. No sólo entrenó a decenas de funcionarios de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), entre ellos a agentes que participaron en misiones de asesinatos internacionales, como el coche bomba que acabó con la vida el 21 de septiembre de 1976 del ex embajador Orlando Letelier y su colega Ronni Karpen Moffitt en Washington DC o el homicidio fallido de Bernardo Leighton y su esposa en Italia, en 1975, también altos oficiales militares pasaron un largo tiempo en Brasil, como el general Humberto Gordon, destinado en Brasilia como “agregado militar” en 1974 y quien ascendió hasta convertirse en jefe de la Central Nacional de Informaciones (CNI), que sucedió a la DINA en 1977.  Brasil envió un equipo de agentes de inteligencia a Santiago, dirigidos por el coronel Sebastião Ramos de Castro, del Servicio de Inteligencia de Brasil (Serviço Nacional de Informações, SNI) para participar en los interrogatorios, tortura y ejecución, a los que se sometió cientos de prisioneros del Estadio Nacional, el principal centro deportivo del país.

Basándose en registros de inteligencia estadounidenses desclasificados en 2019, la investigación presenta una descripción detallada del papel que jugó Brasil cuando los servicios de inteligencia del Cono Sur se aunaron secretamente para perseguir y exterminar a sus detractores (léase políticos de izquierda y líderes sociales). Una acción coordinada conocida como “Operación Cóndor”. Brasil, según un documento de la CIA, intentó “controlar” las misiones de la “Operación Cóndor”, resistiendo los esfuerzos de Chile, Uruguay y Argentina por participar en operaciones de asesinatos selectivos fuera del Cono Sur, y prefiriendo participar en operaciones bilaterales de entrega para secuestrar y desaparecer a opositores (Ciper 31/03/2021). De acuerdo a documentos desclasificados en EE.UU., la CIA obtuvo información que vinculó al general Pinochet directamente con las operaciones de asesinatos que planificó y ejecutó la red Cóndor.

Al final, es claro que estos países (y otros) promovieron y estuvieron directamente involucrados en el golpe de Estado de 1973 y, por lo mismo, están en deuda con la memoria histórica nacional y con reparación de esta tragedia que ocurrió hace medio siglo para un  “Nunca Más”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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