La sombra del centralismo empezó a cubrir Chile en el periodo colonial, se afianzó con la organización político, administrativa, económica y social que se dio en la naciente república a inicios del siglo XIX y se profundizó en la siguiente centuria. Diversas iniciativas han procurado contrarrestar esto, pero la mirada centralista sigue enraizada especialmente en nuestro sistema político. Así lo evidencia la reciente designación de “expertos” para colaborar con el proceso constituyente en la que los parlamentarios(as), en su una mayoría de regiones, concluyó que en sus comunidades no hay especialistas a la altura de estos desafíos.
Por ello, en el Día de las Regiones que conmemoramos hoy, es justo rescatar aquellos esfuerzos fallidos o exitosos que han procurado situar en un plano de mayor equilibrio y dignidad las otroras provincias y hoy regiones respecto de Santiago.
Cabe mencionar los llamados “estallidos provinciales”, en Atacama, Coquimbo, Concepción, Aconcagua, cuyas demandas y movilizaciones a mediados del siglo XIX desafiaron la subordinación política y administrativa que se les imponía. Igual valoración debe hacerse respecto de la Ley de Comuna Autónoma, en la administración del Presidente Balmaceda, que busco fortalecer la organización y atribuciones de los municipios como efectivos representantes de las comunidades locales.
Ya entrado el siglo XX, el desarrollo económico del país requirió una fuerte inversión pública, para incorporar nuevos recursos naturales al proceso productivo. Junto con la construcción de caminos, trenes y puertos, hubo una exitosa política a cargo de CORFO para impulsar la producción de energía e industrialización, que se expresó en la creación de ENDESA, IANSA, ENAP, CAP, entre otras. Tales inversiones modernizaron las estructuras productivas de muchas regiones, potenciaron el surgimiento de nuevos grupos sociales y económicos –la emergente clase media–, y afianzaron el hecho de que es en las regiones y no en Santiago donde se produce la riqueza de Chile.
En este cuadro fue natural que las comunidades locales vieran la urgencia de contar con cuadros técnicos y profesionales que fueran asumiendo los desafíos económicos, pero también sociales y políticos que les planteaba el desarrollo de sus territorios y del país. Al igual que con la reciente designación de “expertos”, Santiago dijo que las regiones no estaban preparadas para disponer de instituciones de educación superior.
La creación de las universidades de Concepción, Católica de Valparaíso, Santa María, Austral, Católica del Norte, entre otras, fue tanto un acto de rebeldía como de expresión de la madurez política y social que ya habían alcanzado las comunidades locales. Similar proceso ocurrió con la creación de las sedes regionales de la Universidad de Chile y Técnica del Estado (hoy USACH), todas producto de demandas y reivindicaciones de sus comunidades. El desarrollo universitario regional ha sido un proceso arduo y complejo, uno de sus principales obstáculos ha sido la lógica centralista de las políticas de educación superior.
Con base en algunas reformas a la administración regional y local en los años 70, fue en democracia cuando se procuró afianzar las administraciones comunales y se crean los gobiernos regionales, ambas instancias relevantes en teoría, pero carentes de competencias efectivas y escasos presupuestos. La descentralización fiscal en Chile es una de las más pobres comparada con los demás países de la OCDE.
Este breve recuento no puede obviar varias iniciativas ciudadanas que han mantenido en pie la bandera regionalista y la demanda por una organización política y administrativa con mayores niveles de equidad y sobre todo dignidad, luchando contra ese centralismo cognitivo que insiste en que “Santiago es Chile”.
Reconocimiento merecen los Comités de Defensa, partidos políticos y medios regionalistas emergidos en Magallanes, Tarapacá, Aysén, Atacama, Chiloé y Valdivia; CORBIOBIO, Los Federales, la Fundación Chile Descentralizado, AUR, solo por mencionar algunos.
A pesar de que diversos estudios demuestran que el centralismo es una pesada mochila para el desarrollo de Chile, y de todos los programas presidenciales y de candidaturas parlamentarias que prometen cambiar el statu quo, el centralismo sigue hoy tan vigente como ayer. La esperanza de Chile sigue depositada en “los porfiados de siempre”, aquellos que, desde las organizaciones sociales y gremiales, medios de comunicación y desde las universidades regionales, siguen trabajando y luchando por un Chile que no discrimine a sus habitantes según su lugar de residencia.