Esta estrategia de cambiar el orden y la hegemonía mundial, ha sido promovida por Putin desde su regreso al Kremlin el 2012 y por Xi Jinping, quien asumió la Secretaría General del Partido Comunista de China en ese mismo año. Esta estrategia compartida parte de la base que EE.UU. y sus socios europeos se encuentra en la cima de su influencia y han entrado en un proceso de declive irreversible. En este sentido, ambos liderazgos están convencidos de la inevitable “desaparición” de EE.UU. de la escena internacional como actor primario y, por los mismo, piensa que es su turno para asumir esa posición como buenos actores de aspiración imperial.
La visita de estado del líder chino Xi Jinping a Rusia en el marco de reforzar la alianza estratégica, no solo tiene la función táctica de apoyar a Moscú en su aventura militar en Ucrania (no lo va dejar caer al cumplirse un año de la invasión), sino que en lo estratégico reafirma la importancia de Moscú/Putin y de su incursión bélica como pieza del ajedrez del poder mundial en vista a un nuevo orden que supere la Pax Americana impuesta tras la II Guerra por Estados Unidos (EE.UU.).
Esta triple guerra, es decir una guerra civil entre el gobierno de Ucrania con una parte de su población de la región de Dombás apoyada por mercenarios (enanos verdes del grupo Wagner); una guerra entre los estados de Rusia y Ucrania; y una “proxy war” (guerras subsidiarias) donde los países occidentales apoyan a Ucrania militar (armas, información de inteligencia), política y económicamente, mientras Rusia lo hace desde 2014 con la población pro-rusa en Crimea y en el Dombás (incluso infiltrando paramilitares) y sus socios internacionales (China, Bielorrusia, etc), ya cumplió un año, no fue rápida y ha tenido enormes costos en vidas, materiales/infraestructura, la economía, en la confianza y la seguridad internacional. Sin embargo y como lo expresó el ex presidente francés, Francois Hollande, esta guerra “no surgió por una repentina exacerbación de la tensión entre Ucrania y Rusia” por una mera cuestión territorial o la defensa de rusos parlantes, sino que “forma parte de un proceso que comenzó hace diez años y que ahora se ha transparentando en el deseo de Rusia y China de cambiar el orden mundial” establecido después de la II Guerra Mundial (la Pax Americana) “y de utilizar, como buenos “imperios” autoritarios, la fuerza por encima del derecho” (El Grand Continent del 30/01/2023). Similar visión comparte Helena Legarda, del Instituto Merics de investigación sobre China, al decir que “ambos países ven a EE.UU. y a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), como sus principales adversarios. Y ambos quieren remodelar el actual orden mundial, ya que lo consideran muy dominado por EE.UU.” (DW 06/03/2023).
Esta estrategia de cambiar el orden y la hegemonía mundial, ha sido promovida por Putin desde su regreso al Kremlin el 2012 y por Xi Jinping, quien asumió la Secretaría General del Partido Comunista de China en ese mismo año. Esta estrategia compartida parte de la base que EE.UU. y sus socios europeos se encuentra en la cima de su influencia y han entrado en un proceso de declive irreversible. En este sentido, ambos liderazgos están convencidos de la inevitable “desaparición” de EE.UU. de la escena internacional como actor primario y, por los mismo, piensa que es su turno para asumir esa posición como buenos actores de aspiración imperial. Ellos valoran como debilidades, por ejemplo, la negativa de Barack Obama a intervenir en Siria en el 2013, el retiro y/o debilitamiento que planteo Trump de varias organizaciones internacionales con su política transaccional, la “suavidad” de la reacción occidental en el momento de la anexión de Crimea (2014) y de la ocupación de parte del Dombás, la salida apresurada de EE.UU. de Afganistán considerada una “derrota” similar a la que sufrió la ex Unión Soviética allí, etc. En sus opiniones, estos y otros hechos considerados vacíos y/o debilidades y aprovechados por ambos en una “alianza estratégica”, justificarían una revisión de la Pax Americana y transitar a un nuevo equilibrio, en particular China que espera ser la primera potencia mundial el 2050 con ventaja tecnológica, militar, económica y clara influencia en los planos político y cultural.
Más allá de la frecuencia de los intercambios, Putin y Xi han establecido una amistad que califican de “eterna e infinita”, una de “una nueva era” muy lejana a esas batallas ideológicas/territoriales del pasado con guerras incluidas (ahí están los conflictos de 1929 y 1969), y fortalecida por un “enemigo” común. Esta amistad, además del viaje Xi a Moscú, fue ratificada también en el encuentro entre el Canciller ruso Serguei Lavrov y el ministro de RR.EE. chino, Wang Yi, donde este último aseveró que “China y Rusia siempre mantienen su decisión estratégica de avanzar firmemente en el cauce de la formación de un mundo multipolar” (ADN 22/02/2023). Este “pacto” se ha mantenido firme en el caso de Ucrania mediante la cooperación política, económica-comercial, energética y militar de China (aunque Pekín niegue este último punto). Rusia fue el socio con el que China experimentó un mayor aumento (+34,3 %) de los intercambios en yuanes en 2022, lo que le ha permitido al Kremlin sortear las sanciones y el veto internacional por la invasión a Ucrania. Moscú es, a la vez, el segundo proveedor de petróleo de China y su principal fuente de suministro de armas. La venta de productos chinos a Rusia aumentó un 17,5% interanual, mientras que los intercambios en sentido contrario se dispararon un 48,6 %. (Swissinfo del 13/01/2023).
La guerra de Ucrania es un test case para China que la mira con atención para sus intenciones de anexar Taiwán y resolver disputas en el Mar de China con países como Vietnam, Filipinas, Malasia, Indonesia, Brunéi, Japón, etc. (no así el territorial con India, donde hay más equilibrio de poder), pero también lo es para EE.UU. y sus aliados para medir la efectividad del uso de sanciones económicas y de otro tipo como elementos disuasivos sin llegar a la guerra. En el contexto de que China no dejará caer a Rusia por razones estratégicas, se explica que EE.UU. mire con recelo el viaje de Xi a Moscú y amenazara a Pekín que si le proporciona armas letales a Moscú tendrá un grave problema no solo con ellos sino con otros países (similar amenaza hizo el jefe de la diplomacia de la UE, Josep Borrel), agregando que no dudará en castigar a empresas chinas o individuos que violen las sanciones o apoyen de otra forma la invasión (cooperativa.cl 28/02/2023). Pero y como lo expresa certeramente Blake Herzinger, investigador del American Enterprise Institute, “Rusia no le ha hecho un favor a Pekín advirtiéndole al mundo de la amenaza que representa una invasión, antes de que China estuviera preparada para emprender una invasión de Taiwán” (DW del 24/02/2023), una amenaza que además presenta la real posibilidad de un descontrol en toda Euroasia.
Sin embargo y a pesar de que esta invasión se despertó el temor de otras cruzadas imperiales, esta relación va más allá de la afirmación de intereses comunes y acciones conjuntas. Putin y Xi comparten las percepciones negativas de Occidente, al que no solo quieren debilitar y disputarle sus espacios, sino que también se unen en una cruzada en contra de la democracia occidental, la que consideran como vía a la decadencia y la desintegración de las naciones como lo ha reiterado Xi Jinping (BBC Mundo del 17/10/2017). Hollande dice que con ideologías autoritarias diferentes a partir de sus anclajes históricos, convergen en el rechazo de lo que fue el orden mundial anterior, enfatizando que creen que tienen “ventaja” sobre las democracias al no tener limitaciones de tiempos (como se esperaba, Xi Jinping fue ratificado para un tercer período) ni de formatos jurídico-políticos (no existen contrapesos ni contrapoderes), mientras que los gobernantes en democracia saben que su futuro está inevitablemente condicionado, que otros los sucederán mecánicamente y que, si se ven obligados a actuar a corto plazo, nunca estarán seguros de poder inscribir su acción a largo plazo. Estos liderazgos autoritarios adoptan los mismos métodos: la vigilancia y el miedo (a veces, leve; a veces, muy cruel, según las circunstancias) y la dominación mediante la propaganda que ejercen: fingen ser atacados por el imperialismo y/o neocolonialismo jugando la carta del patriotismo y el nacionalismo (El Grand Continent del 30/01/2023). Por último y aunque Pekín y Moscú actúen por separado en zonas geográficas cada vez más amplias, se cuidan de no competir, de no demostrar públicamente una divergencia o de recordarse que son aliadas en una serie de objetivos como neutralizar a EE.UU., “asustar” y dividir a Europa y tener mayor influencia en los conflictos que afectan a regiones ricas en materias primas, minerales raros y combustibles fósiles, entre otros (ver actuación de China como factótum en el conflicto Arabia Saudí e Irán – Instituto Elcano 14/03/2023).
Sin embargo, existe una gran diferencia en cuanto a los lugares que ocupan China y Rusia en el mundo a partir de sus capacidades y poder, lo que termina condicionando la forma y rango de sus actuaciones. China necesita paz y estabilidad para seguir en su ascenso, necesita comerciar con el resto y recibir inversiones para su crecimiento y, por ende, para su estabilidad interna, mientras que Rusia puede vivir en relativa autarquía con el apoyo de China al menos por un tiempo (lo mismo que hace Corea del Norte), relaciones específicas (Siria, países del ALBA, algunos países contiguos) y la “neutralidad” de países como India, Brasil y Turquía. Como lo expresa Stephen McDonell, “el gobierno de Xi Jinping ve a Rusia como un (aliado) en primera línea de combate contra la influencia estadounidense. Una nación que, al igual que Corea del Norte, puede considerarse un paria internacional, pero que sirve para un propósito geopolítico útil” (BBCMundo 22/02/2023). En esta lógica se ancla el ambiguo y parcial plan de paz de 12 puntos levantado por Pekín (es más una declaración de principios algunos de los cuales la propia China no siempre respeta), donde se aboga por el diálogo y las negociaciones como la única solución viable a la crisis ucraniana en base a la integridad territorial, pero sin pedirle a Rusia que ponga fin a su guerra ilegal de agresión y retire sus tropas de territorios que Moscú le reconoció a Ucrania como sobernas en 1997 en el Tratado de Amistad, Cooperación y Asociación.
Esta gran alianza se basa en un contrato cada vez más explícito, uno que ya no se concibe como un reequilibrio de los mundos (un balance multilateral), sino como la construcción de una nueva jerarquía internacional con un claro desafío para valores como la libertad, la democracia y los derechos fundamentales (incluyendo el derecho internacional fundamento de una convivencia pacífica). Este es el contexto en donde el conflicto ucraniano adquiere su más amplio significado, uno que va más allá las batallas territoriales. Lo que está en juego es el equilibrio de poder a escala mundial y el establecimiento de un precedente que podría justificar el uso de la fuerza para modificar las fronteras e integridad de varios Estados como lo plantea Hollande.
La forma en la que concluya la guerra y se alcance la paz (o al menos un cese al fuego) será determinante en el futuro escenario internacional. Si Vladimir Putin lograra una victoria, aunque fuera parcial, representada por la absorción de las cuatro regiones (Donetsk y Lugansk en el este, y Jersón y Zaporiyia en el sur, equivalente al 15% del territorio ucraniano), cuya anexión ya anunció aunque no las haya conquistado militarmente, además de Crimea ya anexada desde 2014, significaría que EE.UU. y la UE no habrían logrado, a pesar de toda la ayuda dada a Ucrania, repeler la invasión y limitar el uso del recurso militar para la resolución de controversias (ejercicio imperial no ajenos de quienes hoy defiende el derecho internacional y la democracia). El riesgo sería, entonces, exponer a otros países como Moldavia e incluso a Polonia a nuevas amenazas, no necesariamente de invasión, pero al menos de presión sobre su propia estabilidad (ej. poner gobiernos “títeres” como el de Aleksander Lukashenko de Bielorrusia, otro objetivo de Putin para Ucrania). China también lo interpretaría como una prueba más de la debilidad de Occidente y de EE.UU. a la hora de apoyar a sus aliados y de la reticencia de las democracias a admitir de la posibilidad de una nueva guerra: se teme con razón que Taiwán sea el objetivo en un futuro próximo. Este escenario también sería interpretado por naciones que sueñan con un destino imperial pasado, como Turquía, Irán y Arabia Saudita como una licencia para ir más lejos en la represión interna y/o la conquista externa. Similar situación interpretaría el gobierno de Benjamín Netanyahu de Israel frente al pueblo palestino o algunos regímenes autoritarios africanos.
Por otra parte, además de las fallidas expectativas de una guerra de una semana que demuestra debilidades estratégicas de esta potencia media, Moscú está decepcionado por la reacción de los países del espacio post soviético (su área de influencia natural). Ante la amenaza del expansionismo de la “Gran Rusia”, muchos de sus vecinos neutrales se han acercado a los escudos occidentales de la UE y la OTAN (ej. Suecia, Finlandia). Sólo Bielorrusia se ha cuadrado con la aventura de Putin acusando falta de seguridad y proporcionándole un apoyo real (ha prestado su territorio para el paso de tropa, lanzamiento de misiles y emplazamiento de misiles nucleares, además de acercarse a China: tiene una asociación estratégica integral y Lukashenko apoyo su plan de paz). Todos los demás países, así como sus socios de la Unión Económica Euroasiática, adoptaron una postura “neutral” en vista a lograr una mayor autonomía: desean evitar el deterioro de sus relaciones con EEUU y Occidente y aprovechar el debilitamiento de Rusia para diversificar su política exterior y distanciarse de Moscú. Es decir, si Putin sufriera una derrota en Ucrania, si se viera obligado a replegarse tras la línea que existía antes de la invasión y/o incluso a ceder todos los territorios que ocupaba desde 2014, entonces, más allá de las consecuencias internas que esta humillación podría provocar en Rusia (incluso con cambios interno no necesariamente democráticos), esta retirada se vería como un freno a las tentaciones de hacer prevalecer la fuerza sobre el derecho internacional. Esto implicaría que China debería posponer durante algún tiempo su deseo de retomar Taiwán por medios militares. La alianza de China- Rusia, aunque eterna, se mantendría, pero tal solidaridad podría convertirse en una carga cada día más pesada.
Desde el punto de vista chino, lo peor sería un cambio político democratizador en el Kremlin (Rusia tiene una transición inconclusa y con retroceso con Putin), a consecuencia del cual Rusia se convirtiese en una democracia liberal y se acerque a Occidente. Sin embargo y como lo expresa Marlene Laruelle de la Universidad George Washington y autora de varios libros sobre Rusia, “no creo que tengamos buenos datos como para demostrar sociológicamente que el régimen se derrumbaría…el régimen ha estado gestionando las sanciones bastante bien. No hay deserción de la élite, todos los servicios de seguridad son leales a Putin (no hay contrapoder), así que no veo cómo podría colapsar el régimen en un futuro próximo. Puede ser que colapse algún día” (BBCMundo 07/03/2023).
Entre las condicionantes para que se de uno u otro escenario, en primer lugar, encontramos el compromiso de EE.UU. y su estabilidad en el tiempo en el apoyo a Ucrania y de otros países (ej, el primer ministro japonés, Fumio Kishida, estuvo en Ucrania mientras Xi Jinping estaba en Moscú). Aunque se temía un cierto relativismo, el presidente Biden ha adoptado una postura firme y sostenida de apoyo denunciando la invasión, entregando armas, inteligencia, ha visitado personalmente Kiev, ha comprometido considerables sumas de dinero (en diciembre del 2020 se calculaba que había entregado US$ 68 mil millones – Sputnik Mundo 08/12/2022) y sigue haciéndolo para ayudar a los ucranianos, pero también en función del dilema estratégico. Sin embargo, detrás de esta decisión resaltan preguntas cómo si ¿La mayoría republicana en la Cámara de Representantes le permitiría continuar con este esfuerzo? o ¿si el próximo presidente electo en noviembre de 2024, optará por una política distinta (una proteccionista en lo comercial y aislacionista en lo político como lo hizo Trump). Esta es la apuesta que hace Putin mientras trata de tener avances militares y consolidarlos con el plan de paz chino: esperará un desgaste a la espera de un retorno republicano al poder en EE.UU. (Trump además de hacer negocios en Rusia, elogió la “genialidad del ataque de Putin contra Ucrania” y ha dicho “la gente de Crimea, por lo que he oído, preferiría estar con Rusia que donde estaban”- CNN 06/03/2022).
Junto a este soporte de EE.UU., está el factor del apoyo de la opinión pública occidental. Además de “rutinizarse” la guerra de Ucrania, ha amplificado aún más el alza de los precios y una parte de la opinión pública denuncia las dificultades actuales no tanto por el final de la enorme crisis sanitaria del Covid-19, sino por el conflicto mismo. En consecuencia, los temores a la escasez, el alza de las cuentas y la carencia energética interpelan la imagen de una opinión pública mayoritariamente a favor de la causa ucraniana. Incluso, hay razones para creer que los grupos políticos, económicos e incluso países podrían pedir una negociación sobre el régimen de sanciones para limitar tensiones al interior de sus países. En Bulgaria, Eslovaquia y Rumania, por ejemplo, es fuerte el deseo de una paz inmediata, mientras que países como Turquía, con su ambigüedad de ser parte de la OTAN y gran amigo de Rusia, se disponen a desempeñar un papel clave en una solución transaccional con Rusia e incluso ha definido un método: tomar Ucrania región por región y estudiar caso por caso lo que podría conceder una u otra parte.
Es claro también que, en este mundo de incertidumbres, los populistas (“brexistas” o nacionalistas en esencia) ya no quieren deshacerse Europa y más bien quieren convertirla en una fortaleza aislada, una tribu más grande cerrada que ya no le importa lo que ocurre afuera para proteger mejor lo que ocurre dentro. Sin embargo, tal esquema de “autarquía” presupone una garantía de seguridad que frente a tan titánicos rivales como China y Rusia no la proporciona la UE, sino que sólo puede darla EE.UU.-OTAN y que inevitablemente impondrá sus condiciones (entre otros, un aumento en el gasto de defensa). Hoy, por lo mismo, Europa del Norte y del Este han depositado su confianza en la Alianza Atlántica ciegamente. Joseph Borrel ha señalado que la invasión ha demostrado que la UE no puede seguir dependiendo del resto del mundo abogando por la independencia militar. Francia, por otro lado, aboga por una autonomía estratégica en el marco de la OTAN, pero con la idea de construir una industria europea de defensa y de constituir fuerzas conjuntas. Alemania, más conservadora, admite un mayor esfuerzo presupuestario en defensa (cerca del 2% el PIB), avanzar lo más posible con los europeos hacia la producción conjunta pero sin romper jamás con EE.UU. (comprarle aviones). Sin embargo, es inútil esperar que la Europa de los 27 pueda constituir una unión en la que la seguridad sea un eje principal y, por lo tanto, lo que veremos posiblemente en Europa es una cooperación reforzada en defensa de unos pocos.
Estamos en una fase contradictoria de (des) globalización anclada a un cierto tribalismo que impone la seguridad nacional y que guía hacia una mayor autonomía por los efectos de la pandemia y de este conflicto, por los propios límites de este fenómeno y por un declive real del comercio mundial por diversas variables. Es claro que habrá nuevas limitaciones y normas que restringirán el crecimiento del comercio internacional (ej. sanciones que afectaron a China y a otros países considerados infractores). También, se empieza a poner en marcha cadenas de valor para eludir a China y Rusia mediante la ampliación de fuentes, sustitución y/o una relocalización amiga: EE.UU. ya tomó medidas en este ámbito (hay un retorno de las industrias y los capitales al país y a México fundamentalmente) y los europeos han seguido esta tendencia. Se introducirán impuestos adicionales y aumentarán las subvenciones a las industrias nacionales. Por último, la generalización de normas medioambientales más estricta con el calentamiento global también contribuirá a ralentizar el papel del comercio mundial.
A ello, se une un proceso de multipolarización fáctica con un reforzado pacto sino-ruso y que apoyará a variados regímenes cuestionados; una alianza de las llamadas “democracias” lidereada por EE.UU. en función de sus intereses y acompañada por Japón, Corea del Sur, Australia y Canadá más la UE (con sus diferencias y contradicciones) ante las amenazas autoritarias y la incertidumbre (ej. Nueva Zelanda estudia unirse la alianza entre EE.UU., Reino Unido y Australia – AUKUS para mediatizar la presencia China en el Pacífico); entre estos dos bloques, estarán aquellos países que tendrán la tentación de desempeñar un papel más autónomo como India, Turquía, Brasil, potencias medias; por último, estarán el resto de los países acomodándose a estos ejes, en medio de una agenda internacional muy compleja con conflictos periféricos, crisis ambientales y sociales con efecto institucionales negativos, inmigraciones, crimen organizado, etc.
Putin no se va a echar para atrás (ahí esta la reiterada amenaza nuclear), hay mucho en juego y mucho ego. El escritor e historiador paquistaní Tariq Ali, describió que “La ideología declarada de Putin es la de un gran chovinista ruso. No hay otra forma de describirla. Él glorifica el período zarista, cuando el Imperio ruso era enorme, odia a Lenin y a los bolcheviques por haberles dado a todas las naciones del antiguo Imperio zarista el derecho a la autodeterminación nacional. En particular, odia a Lenin porque afirma que entregó demasiado (era internacionalista)…Putin incluso dijo que no existía tal cosa como una nación ucraniana. Esto es inaceptable” (Contexto y Acción de febrero de 2023). Precisamente, Putin en uno de sus discursos, aseguró que las fuerzas de su país que invadieron Ucrania luchan “por sus tierras históricas”, “sus fronteras históricas”. Por lo mismo, el filósofo esloveno Slavoj Zizek dijo que “estoy absolutamente de acuerdo con que enviemos armas. No por algún ideal utópico. Tenemos que contemplar las alternativas. Si dejamos que Putin haga lo que quiera no se detendrá nunca”. (DW 22/02/2023). Eso también refleja la votación masiva en contra de la invasión en la ONU (141 a favor, 7 en contra y 32 abstenciones): es el resultado del temor y repudio a la amenaza que platean ciertos autoritarismos.
Aunque las únicas voces que hoy suenan son las de las armas, en algún momento habrá que abrir el camino a negociaciones de paz a partir de “compromisos soportables” para las partes (hoy irreconciliable). Precisamente, en un texto reciente Jürgen Habermas, entrega pistas al decir que “en un pasaje, Kant expresa de manera impresionante la dificultad de conciliar acción moral y realismo”. Hay también un fondo de Max Weber en su reflexión: para Europa, se trata del difícil equilibrio entre una ética de la convicción (una Ucrania democrática en Europa, la ayuda militar) y una ética de la responsabilidad que atiende a las consecuencias (el riesgo de la paz mundial y de las sanciones para las economías, la prolongación del sufrimiento con más víctimas, o un nuevo derrumbamiento de Rusia – elpais.com 09/05/2022). Hay una reflexión sobre cómo abrir caminos para un nuevo estado de cosas, donde se destaca que Ucrania no debe perder la guerra, pero no puede derrotar militarmente a Rusia sin una expansión del conflicto; los intereses de Ucrania no son los únicos en este tablero más global; hay que evitar por todos los medios llegar al punto en que Occidente tenga que optar entre involucrarse abiertamente en la guerra o abandonar a Ucrania ante la amenaza de una nueva guerra mundial entre potencias atómicas.
Al final, como lo expresa el politólogo búlgaro, Ivan Krastev, director del Centro de Estrategias Liberales de Sofía, “lo concreto es que, si Rusia deja de atacar se acabaría la guerra. Si Ucrania dejara de luchar, sería el fin de Ucrania” (DW.com del 04/03/2023) con la agravante de que países autoritarios como China sentirían que pueden hacer uso de la fuerza para el logro de sus objetivos (léase Taiwán y otras disputas territoriales en el Mar de China). Recientemente, Xi Jinping ha instado a su país a consolidar y mejorar las capacidades y el sistema estratégico nacional: “Es necesario fortalecer la orientación de la industria científica y tecnológica en el ámbito de la defensa para servir a un ejército fuerte y ganar guerras” (El Ciudadano 08/03/2023).