De aquí en adelante, la disputa comunicacional y política entre Carter y Matthei será más equilibrada y presionará a Parisi y Kast para no quedarse atrás. La gran duda es si este relato más político –y menos pragmático– y la necesidad de hablar de todo y criticar al Gobierno –y a Boric en particular– como foco central, no termina siendo un búmeran en esta competencia anticipada por quedarse con la representación de la derecha en 2025. Por ejemplo, bajarles el perfil a las violaciones de los derechos humanos es no entender que este país amnésico está navegando entre un péndulo que va y viene, con ciclos cada vez más cortos. Porque si Matthei y Carter olvidaron el lado ciudadano y la crítica a la política tradicional que tuvo el estallido de 2019, es que poco o nada han entendido de la historia.
De manera muy anticipada, los partidos de la derecha más tradicional tienen desatada su lucha por llevar a uno de los suyos a competir por ocupar el sillón presidencial en 2026. Pero no están solos en la carrera. La “otra derecha” tiene a José Antonio Kast como carta fija, mientras que el otro competidor, el PDG –que se autocalifica “de centro” pero actúa como de derecha– de seguro llevará hasta la segunda vuelta al populista Franco Parisi. Y aunque Parisi dio la señal de que apoyaría a Cáterr (de acuerdo a su pronunciación…), eso supondría que el PDG participara de las primarias de Chile Vamos, algo muy poco probable. El economista, de seguro, será candidato presidencial. Para otra columna dejaremos al oficialismo y centroizquierda, quienes, pese a estar en el poder, no cuentan con nadie, por ahora, que destaque para asumir el desafío electoral en 2025.
Por supuesto que esta contienda ultraadelantada ha estado influida por las dificultades del Gobierno de Boric en su primer año de mandato y, en particular, por la percepción de falta de seguridad, un tema que la derecha ha usado siempre como estandarte en otras elecciones, pese a los nulos resultados en los dos períodos de Piñera. Porque la verdad es que la fiesta jamás se les acabó a los delincuentes y la puerta giratoria ha seguido operando sin cambios. Recordemos que los portonazos debutaron durante la administración anterior, que el conflicto en La Araucanía se multiplicó y que la invasión de venezolanos irregulares se desbordó gracias a la invitación que el ex Presidente hizo en Cúcuta y que sus ministros repitieron hasta el cansancio.
Aunque no es nuevo que los alcaldes tengan perfil presidencial. Mal que mal, los municipios son la primera puerta del Estado para las personas. La gente se controla y atiende en los Cesfam, los niños asisten a establecimientos municipales y, por supuesto, las municipalidades también cumplen labores de vigilancia y prevención de seguridad, aunque el desbalance entre las alcaldías “ricas” y el resto es abismante. Si usted compara el sistema integrado de seguridad ciudadana con que cuentan los habitantes de Las Condes-Lo Barnechea & Vitacura, con comunas como Cerro Navia, Lo Prado o cualquier municipio rural, la diferencia llega a dar vergüenza… y rabia.
Recordemos que, a mediados del segundo año de Piñera II y producto del descontento ciudadano –llegó a tener niveles de aprobación de 6% hacia fines de 2019, después del 18-O–, comenzó a instalarse la dupla Lavín-Jadue como los seguros reemplazantes del Mandatario en 2022. Dos alcaldes muy parecidos en su estilo efectista, con buen manejo comunicacional y experiencia política. Ambos llegaron a encabezar las encuestas y ya sabemos cómo terminó la historia. El fenómeno no es nuevo, pero no por eso es menos cuestionable. ¿Es sano y justo para los vecinos de sus respectivas comunas que los alcaldes terminen transformando sus periodos en verdaderas campañas políticas? ¿Es éticamente correcto que estos precandidatos dediquen un importante porcentaje de su jornada a hablar en matinales?
Desde hace ya varios meses, hemos podido comprobar cómo estos precandidatos han pasado de preocuparse de temas nacionales –con el riesgo de proponer “soluciones” que a veces son válidas para un territorio, pero no extrapolables a escala país– y opinar casi a diario de la coyuntura política. El primero en partir fue Rodolfo Carter. Con una estrategia comunicacional evidente –que va desde el aspecto físico del candidato–, el jefe comunal de La Florida comenzó por aparecer en redes sociales criticando con dureza –e incluso poca deferencia– al Presidente, para ir migrando a una clara puesta en escena de cada cosa que hacía. Pero, sin duda, la demolición de “narco-casas” demostró que la campaña de Carter iba en serio. Cualquier cosa que ayude a combatir a estas bandas es bienvenida, pero distinto es cuando el show es lo más importante. Nadie puede pensar que derribar casas del último escalón de los delincuentes va a solucionar el problema, pero el efecto rinde frutos. ¿No sería más espectacular un allanamiento con las mismas cámaras que lo acompañan a diario para señalar a los que financian el sistema, trasladan la droga, compran armas, y que, por supuesto, viven en megacasas en otras comunas?
Es tan evidente la estrategia política y comunicacional del alcalde, que la semana pasada lo vimos en el funeral de la carabinera mártir en Quilpué y en las graderías del Congreso en la votación de la Ley Naín-Retamal. El objetivo de Carter –o sus asesores comunicacionales– es que se le asocie al combate contra la delincuencia, pese ser cuestionable que un alcalde se ausente dos días completos al trabajo para el cual fue electo y se involucre en temas que están fuera de su alcance y territorio. Cuando un periodista le preguntó qué hacía en la votación, Carter respondió con una frase tan empaquetada como autorreferente: “¿Conoces la palabra liderazgo?, esa es mi apuesta”.
Despejado también el factor Codina –nació en Uruguay, de padres uruguayos, lo que lo dejaría fuera de competencia–, Carter comenzó a tomar tal ventaja en la carrera interna –las encuestas lo demuestran– que la incombustible Evelyn Mattei hizo un giro estratégico y comenzó a cambiar su posicionamiento. Hasta ese momento, equilibraba bien su rol de alcaldesa con el de opinante de la contingencia, pero manteniendo siempre una buena ponderación a la hora de juzgar al Gobierno e, incluso, haciendo gestos políticos transversales como su alianza con la alcaldesa de Ñuñoa (Frente Amplio).
Sin embargo, en las últimas semanas hemos visto a una Evelyn diferente. Más agresiva, más mediática, pero particularmente más política. Sin duda, la excandidata presidencial le saca una gran ventaja en ese terreno a Carter. Aunque con su frase “si hubo violaciones a los derechos humanos fue porque (Carabineros) no tenían cómo defenderse”, no solo comparó peras con manzanas, sino que buscó además hablarle al núcleo duro de una derecha que cada cierto tiempo se enreda con las violaciones de los DD.HH. Pero, sin duda, la estrategia le rindió frutos: Boric y Vallejo le respondieron, posicionándola en la primera fila.
De aquí en adelante, la disputa comunicacional y política entre Carter y Matthei será más equilibrada y presionará a Parisi y Kast para no quedarse atrás. La gran duda es si este relato más político –y menos pragmático– y la necesidad de hablar de todo y criticar al Gobierno –y a Boric en particular– como foco central, no termina siendo un búmeran en esta competencia anticipada por quedarse con la representación de la derecha en 2025. Por ejemplo, bajarles el perfil a las violaciones de los derechos humanos es no entender que este país amnésico está navegando entre un péndulo que va y viene, con ciclos cada vez más cortos. Porque si Matthei y Carter olvidaron el lado ciudadano y la crítica a la política tradicional que tuvo el estallido de 2019, es que poco o nada han entendido de la historia.