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¿Por qué el Frente Amplio no conocía la realidad? Opinión

¿Por qué el Frente Amplio no conocía la realidad?

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El primer año de Gobierno del Presidente Gabriel Boric estuvo marcado por una serie de radicales cambios de opinión con respecto a diversos asuntos. Tanto él como sus ministros, cuando fueron oposición, emitieron severos juicios con los que, una vez en el Gobierno, dejaron de estar de acuerdo.

Los giros más emblemáticos fueron acerca del Estado de Excepción en la macrozona sur, la aplicación de la Ley de Seguridad del Estado, la refundación de Carabineros, la condonación universal del CAE, la migración irregular, el TPP11 y los retiros de fondo de las AFP, entre varios otros.

¿A qué pueden deberse estos cambios? Algunos dirán no sin algo de razón que al aprovechamiento político. Otros, que a las nuevas condiciones sociales. Pareciera, sin embargo, que lo fundamental para entender el fenómeno tiene que ver con lo siguiente: el Frente Amplio, a pesar de jactarse de trabajar con “los territorios”, no conocía la realidad económica y social del país. Esto quedó de manifiesto apenas instalado el Gobierno, cuando la entonces ministra del Interior, Izkia Siches, fue recibida con disparos al intentar llegar a Temucuicui. Solo un Gobierno que no sabe lo que ocurre, o no tiene idea de a quién se enfrenta, deja que una de sus principales autoridades pase por una situación como esa.

Algo similar se puede decir con respecto a los retiros y la migración irregular: solo un grupo que ignoraba por completo sus efectos puede haberlos alentado, a sabiendas de que quizás les tocaría ser Gobierno.

La pregunta cae de cajón: ¿por qué una elite ilustrada, viajada y que ciertamente se vinculaba con las comunidades, como el Frente Amplio, no conocía la realidad del país?

En primer lugar, porque estando en la oposición, cada vez que un adversario político intentaba exhibirles otro punto de vista o señalar un camino distinto al que ellos consideraban correcto, interpretaban de la peor manera posible sus palabras, acciones e intenciones. Un ejemplo: en abril de 2021 el Gobierno del Presidente Piñera decidió recurrir al TC para frenar un tercer retiro de fondos de pensiones. En esa ocasión, el entonces diputado Boric consideró que el Ejecutivo era “indolente” y que el Presidente se había puesto “en contra del pueblo”. No cabía posibilidad alguna de que quisiera evitar la inflación, de la que tantos expertos habían advertido.

Parecidos fueron los juicios que el Frente Amplio formuló contra los ministros de Educación y Salud. Del primero asumieron malas intenciones cuando intentó el retorno a clases. Del segundo, cuando llegó la variante Delta. El exdiputado Crispi, de hecho, habló de una “falta de empatía gigantesca con los trabajadores de la salud”.

Y lo mismo con lo que denominaron siempre hasta antes de ser Gobierno, por supuesto “Militarización de La Araucanía”, medida que han extendido desde mayo de 2022.

El problema de este modo de actuar de interpretar de la peor manera posible los gestos del adversario político es que quien lo practica no se concentra en lo que el otro puede mostrar, sino que en lo que debe hacer para defenderse a sí mismo. Porque a la hora de defendernos todos sacamos nuestra artillería. El Frente Amplio, amenazado por sus propias interpretaciones, también lo hacía. Esto les impedía captar las porciones de realidad que los otros les exponían.

Esto explicaría, al menos parcialmente y sin caer en la ingenuidad de negar que efectivamente existiera gente que buscaba hacer escalar el conflicto, que el conglomerado que actualmente gobierna no haya oído cuando era oposición los gritos de auxilio de los habitantes de La Araucanía, que sufrían con los atentados terroristas. “El problema es más profundo”, se limitaban a decir. Obviaban la otra y fundamental parte de la realidad. Esa que no eran capaces de ver, porque, de nuevo, asumían la peor intención de quienes buscaban mostrársela.

Ahí una primera razón.

La segunda razón tiene que ver con cómo el Frente Amplio se miraba a sí mismo. Muchos de ellos creían que venían a cumplir con una tarea que nunca se había intentado antes. Pensaban, en consecuencia, que eran los protagonistas de un proceso “Histórico”. Pero no solo lo pensaban, lo deseaban. Anhelaban quedar en los libros. Muestra de ello fue la iniciativa que los entonces diputados Vlado Mirosevic y Pablo Vidal intentaron impulsar en 2020. Los parlamentarios propusieron declarar el 25 de octubre día en que se votó por una nueva Constitución como el Día Nacional de la Democracia. El nuevo feriado reemplazaría al del 12 de octubre.

“¡Histórico!”, tuiteaban y declamaban hasta el cansancio los frenteamplistas, cada vez que ocurría algo que consideraban un avance. Había un deseo incontrolable por hacer historia. Estaban preocupados, en buena medida, de eso. Y estar enfocados en eso también les impidió ver lo que tenían al frente.

Las elites muchas veces no conocen la realidad de sus pueblos. Eso no constituye novedad alguna. El caso del Frente Amplio, en ese sentido, no es para nada inédito. Pero siempre es bueno atender a las razones. El conglomerado que hoy gobierna trabajó siempre en terreno. Aun así hay mucho, demasiado, que, en buena parte por las razones expuestas, no pudieron ver. Y no quisieron ver. Fueron, por negarse a adentrarse en esas realidades, una oposición extremadamente irresponsable. Y eso le hizo mucho daño al país.

Seguramente, la historia no los recordará en los términos que imaginaron. No serán, para las generaciones futuras, los héroes con puño en alto que profundizaron la democracia. Serán, más bien, un mar de diagnósticos confundidos y promesas jamás cumplidas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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