La profundización de la inseguridad, las confrontaciones cupulares y la consolidación del caudillismo perjudican a la República y, al revés, es indispensable colocar el centro de gravedad en la defensa de la institucionalidad, unida a la atención de las necesidades urgentes de las grandes mayorías, porque eso nos conviene a todos, le conviene a Chile. No es una tarea exclusiva de La Moneda, también lo es de las diversas oposiciones. Las fórmulas pueden ser variadas en este camino, pero el objetivo final deseado debe ser uno claro y explícito: ordenemos la casa común, contribuyamos todos a ello. Preservemos la República.
Las elecciones de convencionales del próximo 7 de mayo marcarán un nuevo hito en el proceso político. Faltando menos de un mes de campaña, junto al desenvolvimiento de los otros procesos de la coyuntura nacional, es evidente que el resultado electoral definirá la correlación de fuerzas para lo que resta de mandato del actual Gobierno.
Repasemos primero los principales desafíos de la coyuntura previa al 7/5.
Existe casi unanimidad en los análisis en señalar que la crisis de seguridad interior junto a la preocupación por la marcha de la economía, son las principales preocupaciones de los chilenos. En síntesis, la mayoría teme ser asaltada y a la vez está preocupada de llegar a fin de mes. Por cierto, existen otras inquietudes y necesidades, pero no tememos equivocarnos en señalar que la conjunción de las dos indicadas contribuye a explicar una sociedad que siente miedo ante la precariedad económica y la inseguridad en la calle –y en algunas zonas del país incluyamos los caminos–.
Pero a la inseguridad se une otro proceso de larga incubación: esa misma sociedad desconfía del sistema político, de su capacidad para resolver sus problemas. Penan los escándalos de corrupción y contribuye también la cotidiana guerrilla en la elite política. Agreguemos la fragmentación de los partidos, la emergencia de más de una docena de bancadas en el Congreso, junto a la presencia de inocultables agendas personales pródigas en gestos comunicacionales, pero con poca profundidad programática.
En el Chile de hoy, la sociedad desconfía del Estado. A la vez, es una sociedad atemorizada por la inseguridad y por la carencia económica. En algunos puntos del país, el Estado ha perdido el pleno control del territorio y no puede garantizar la seguridad de la ciudadanía, una de sus funciones básicas.
Es difícil y quizás temprano explicar cómo Chile transitó desde el estallido social, cuando el eje era la necesidad de cambios, al actual clima, donde la demanda principal es la seguridad. Pero lo cierto es que el sentir ciudadano ha mutado, prueba de ello fue el plebiscito de salida del 4/9 del año pasado, que virtualmente sepultó buena parte del proyecto del actual Gobierno. Un dato no menor fue el desenlace de la última elección presidencial: parte importante de la mayoría que eligió al Presidente Boric no suscribía a rajatabla su programa de la primera vuelta.
Desde el 4/9 a la fecha, los chilenos hemos transitado por un período donde el tema de la seguridad ciudadana se apoderó de la agenda. Un solo dato: hoy cinco regiones del país están bajo regímenes que movilizan FF.AA. en tareas de orden interno. Y en las grandes ciudades, diversas formas de pandillerismo atemorizan a la población. Proliferan tomas ilegales, particularmente en las ciudades del norte y en la RM.
Políticamente, el actor más afectado es el Gobierno, ha perdido progresivamente el control de la agenda, se encuentra en minoría en ambas cámaras y cada día pierde más apoyo en la opinión pública e, incluso, también pierde calle. El resultado es algo que no es nuevo, pero sí es un problema: tenemos un presidencialismo de minorías. No es nuevo, porque este fenómeno lo hemos vivido en las últimas administraciones, independientemente de sus orientaciones políticas. No es fácil gobernar desde la minoría, pero se puede, ello requiere de una férrea unidad en las fuerzas del oficialismo y, además, disponer de una estrategia política y una dirección capaz de maniobrar. Especialmente cuando la mayoría no es homogénea, y ello abre un abanico de posibilidades. La mayoría de las encuestas coinciden en señalar que el Gobierno conserva alrededor de un tercio de apoyo, y que enfrenta a una oposición que tiene muchos matices a su interior, incluyendo zonas grises (¿la DC es oposición hoy?).
Este cuadro es el que enmarca a la campaña por la elección de los convencionales del próximo 7/5. ¿Qué escenarios pueden emerger de dicho evento?
Una primera incertidumbre es el porcentaje de población que votará efectivamente, es decir, no solo aquellos que concurran a las urnas, sino los que, concurriendo, no anulen su voto o lo hagan en blanco. Resta la campaña, pero ya queda en evidencia que en gran medida la votación del 7/5 se transformará en un plebiscito respecto a la gestión de Gobierno. Así lo evidencia la propaganda de la franja electoral.
Los chilenos padecemos de una fatiga constitucional, después del abortado proceso anterior –requiere otro análisis, pero que fue un fracaso nadie lo puede negar–, lo cual augura una elección de baja intensidad. Las primeras mediciones indican que el oficialismo sufrirá una derrota, pero hoy no es evidente quién puede ser el actor vencedor, si es que hay uno solo.
En particular tenemos que observar dos resultados que se despejarán la noche de esa elección: si los Republicanos desplazan a Chile Vamos (UDI-RN-Evópoli) en el liderazgo de la derecha y, a la vez, cómo queda la ecuación al interior del pacto PS-FA-PC. Especialmente cómo queda la correlación de fuerzas dentro del oficialismo original: quién detentará más apoyo, los comunistas o los frenteamplistas. Ojo, una derrota del FA afectaría en particular a la figura presidencial.
Otro dilema es cómo le irá al Partido de la Gente. También a las nuevas agrupaciones que hoy pugnan por transformarse en partidos y copar el centro, como Demócratas. Por cierto, la suerte del resto del llamado Socialismo Democrático será otro dato.
Quienes seguimos el proceso político chileno podemos con mediana dificultad descifrar este archipiélago de opciones y alternativas; es probable que buena parte de la población lo interprete como un referéndum. Lo más probable es que el día de después tengamos un oficialismo necesitado de reconfigurar su estrategia. Especialmente si consideramos que le quedan más de dos años y medio de gobierno.
Todo lo anterior es un vistazo del mundo de los partidos, pero la sociedad chilena es mucho más compleja que eso. La diversidad de actores sociales con intereses concretos y, en algunos casos, con fuerza corporativa, también forma parte integrante de la realidad. Pensemos en el mundo empresarial, en el sindicalismo, que, aunque es cada vez más de servicios que productivo, también no va a permanecer indiferente. Algunos gremios son particularmente movilizables: los camioneros, los transportistas en general, los trabajadores de la gran minería, por citar algunos. Qué decir de las clases medias que, si bien no tienen una estructura organizacional, sí poseen una capacidad de movilización muy voluble.
Punto aparte es el movimiento estudiantil, donde los desafectos de eventuales giros de La Moneda pueden desembocar en la emergencia de una protesta “por la izquierda” contra el Gobierno. Por cierto, hablando de estudiantes, tenemos dos estamentos: las federaciones universitarias (donde se foguearon muchas autoridades actuales) y los secundarios, donde pululan diferentes tribus (anarquistas, ultraizquierda, MJL, ecologistas varios, similares y conexos).
En suma, tenemos mucha neblina. Agreguemos a ello la emergencia de brotes de populismos de diversos orígenes, pero que pueden converger en una alternativa a “los partidos tradicionales”. Por cierto, no hay término más difuso en la ciencia política que el de populismo, pero asumamos provisionalmente que se trata de una formulación política generosa con el gasto público sin considerar su sustentabilidad, unida a liderazgos personalistas y poco institucionalizados. La batalla por los retiros de los fondos previsionales puede ser un buen escenario para la emergencia de estas conductas. Como bien señalan varios, es la estrategia de vender la casa para pagar el dividendo.
¿Existen escenarios alternativos? Por supuesto, supone asumir que la profundización de la inseguridad, las confrontaciones cupulares y la consolidación del caudillismo perjudican a la República y que, al revés, es indispensable colocar el centro de gravedad en la defensa de la institucionalidad, unida a la atención de las necesidades urgentes de las grandes mayorías, porque eso nos conviene a todos, le conviene a Chile. No es una tarea exclusiva de La Moneda, también lo es de las diversas oposiciones. Las fórmulas pueden ser variadas en este camino, pero el objetivo final deseado debe ser uno claro y explícito: ordenemos la casa común, contribuyamos todos a ello. Preservemos la República.