La Estrategia Nacional del Litio menciona el desarrollo de tecnologías, innovación, transformación productiva y encadenamientos, pero no define cómo se espera condicionar a los inversionistas extranjeros para que aporten y transfieran nuevas tecnologías al desarrollo productivo de Chile y contribuyan a fortalecer la institucionalidad. Se destacan la creación de la Empresa Nacional del Litio y del Instituto Tecnológico y de Investigación Público de Litio y Salares, pero no se menciona a los procesos de captura y transferencia de tecnologías, ni el eventual papel que podrían jugar las empresas chilenas, las universidades y otros centros de investigación nacionales.
Desde que el Presidente presentó la Estrategia Nacional del Litio, los aplausos y las críticas han sido muy variados. Las críticas apuntan –principalmente– a la participación mayoritaria del Estado en proyectos prioritarios; a la falta de experiencia del Estado chileno y/o sus instituciones en el manejo de proyectos de esta envergadura y naturaleza; y a la falta de sentido de urgencia y detalles en la implementación del plan. Los comentarios en apoyo a esta Estrategia también abundan y destaco, en particular, lo señalado en las columnas de Gonzalo Martner y la de Carlos Cerpa (El Mostrador, 30 abril). Sin embargo –creo– hay dos temas que no han sido comentados en mayor detalle: las críticas a la participación del Estado de Chile –sea mayoritaria o no– en la explotación y exportación del litio y, también, la captura y transferencia de tecnologías apropiadas, capacitación y desarrollo institucional asociados a la extracción, procesamiento y desarrollo de productos derivados del litio.
En su columna, Gonzalo Martner recuerda oportunamente, sin embargo, que –hoy– la “mayor parte” de los servicios eléctricos en Chile son de propiedad total o parcial de empresas estatales europeas, como EDF (Francia), Statkraft (Noruega), ENEL (Italia) y especialmente de China. De hecho, la Cepal, en su informe de 2022 sobre “La Inversión Extranjera Directa en América Latina y el Caribe” (Cuadro I.3), señala que la mayor inversión realizada bajo la modalidad de “fusiones y adquisiciones transfronterizas” realizada en 2021, fue la compra de CGE en Chile por parte de la empresa estatal State Grid Corporation of China, por más de 3.000 millones de dólares. Además, Martner nos recuerda que ninguna de las empresas “… está en quiebra, es anticuada u obsoleta”.
Creo, también, que aquí deberíamos recordar que la derecha económica nunca ha tenido la valentía de “notarlo” o expresar su malestar por la participación que tienen empresas de propiedad de otros Estados –total o parcial– en sectores económicos tan vitales y estratégicos para la economía y la sociedad chilena. Pero sí han sido muy rápidos en cuestionar la posibilidad de que instituciones del Estado de Chile se involucren directamente en actividades productivas y puedan gestionar la explotación sustentable, el procesamiento y la exportación de nuestro litio.
El argumento de que instituciones del Estado no están capacitadas para involucrarse directamente en la gestión de actividades productivas –ahora utilizado para la extracción, procesamiento y exportación de productos de litio– es solo una excusa ideológica. La excusa no parece ser válida cuando se trata de los negocios que tenemos con China, aun cuando esta sea una nación con un sistema económico altamente controlado y planificado por el Estado. Ya sabemos que en Chile nos “tientan” los negocios en China. Y no somos los únicos. La Cámara Norteamericana / Estadounidense de Comercio – AMCHAM, en China, a pesar de las tensiones económico-comerciales entre EE.UU. y China, informa tener miles de asociados de todos los sectores económicos, incluyendo industrias consideradas estratégicas, como componentes electrónicos y de la aeronáutica. Estas empresas operan en China bajo diferentes modalidades, desde subsidiarias directas de los conglomerados estadounidenses o bajo diferentes versiones de asociación (“partnerships”), incluyendo “joint ventures” con empresas chinas.
Pero no son solo empresas estadounidenses las que operan en China. De hecho, si maneja autos de “alta gama” como un Volvo o incluso un Lotus, y ahora un Tesla, es posible que esté usando un auto “made in China”, o con una gran base de componentes chinos. A su vez, si vuela con LATAM, no se sorprenda que esté volando en un Boeing fabricado en China o con secciones completas construidas y/o armadas en el gigante asiático. Y así, Airbus no podía quedarse atrás y recientemente anunció la construcción de una segunda línea de producción en China.
La experiencia de Boeing en China es un complemento útil a esta conversación. Boeing ingresó a China en 1972, luego de la visita del presidente Richard Nixon a ese país. Para 2019, ya tenía tres subsidiarias de su propiedad, cuatro operaciones con socios chinos (“joint ventures”) y operaba con treinta y cinco proveedores locales. En el tríptico que citamos, Boeing destaca que China tiene participación en cada avión comercial que fabrica y que más de “… 10.000 aviones Boeing vuelan por el mundo con partes y ensamblajes construidos en China”. Boeing menciona en detalle la estrecha colaboración desarrollada con China, señalando que –en colaboración con instituciones oficiales y la industria– ha capacitado a cerca de 75.000 profesionales chinos de la aeronáutica. Y destaca que Boeing Research & Technology China “colabora en investigación con 23 universidades, siete institutos nacionales y tres centros de investigación con foco en temas tales como biocombustible, tecnología para administración de tráfico aéreo, materiales, [… y] fabricación” (“Building the Future Together: Boeing in China”, Boeing, 2019).
Boeing y miles de otras empresas estadounidenses y europeas, han podido establecer estas “alianzas” y variadas “formas” de colaboración exitosas en China. Se podría agregar que las transnacionales lo han hecho no solo trabajando “codo a codo” con empresas chinas, sino que siendo parte de conglomerados, muchos de ellos con fuerte control y/o participación del Estado chino. ¿Podremos nosotros ser igualmente “creativos” en las negociaciones del litio con las empresas extranjeras? En China, la inversión extranjera ha facilitado la transferencia de nuevas tecnologías, mediante alianzas con empresas chinas. En otras ocasiones, empresas locales la han adquirido, como en los casos de Volvo y MG y, en otros, “reconfigurado” o “reconvertido” tecnologías en uso, y desarrollando tecnologías propias. Estas “alianzas” han formado profesionales y capacitado mano de obra, al mismo tiempo que fortalecen instituciones, consolidan empresas y crean conocimiento en la industria. Esta “fórmula” ha sido exitosa en el desarrollo de diversas industrias, primero en Corea, luego en India y en Malasia y ahora en China. En esta última, ha llevado a la diversificación de su base productiva y potenciado su desarrollo a un nivel global. Así, no nos sorprendamos si en pocos años más algún “magnate” chino –con el “respaldo” del Estado– intente comprar en su totalidad la “rama” de producción de aviones comerciales a Boeing.
¿Seremos capaces de “imitar” los pasos seguidos por China en sus negociaciones con los inversionistas extranjeros? No tenemos el tamaño ni el poderío o sistema económico de China, tampoco su influencia en la geopolítica global, pero tenemos cobre, otro mineral que será clave para impulsar la electromovilidad en años venideros. Aplaudo el anuncio realizado por el Presidente de la República de una Estrategia Nacional del Litio, pero creo que es solo el comienzo. Muestra coraje, sin embargo. Pero ¿logrará mantenerlo para aterrizar la Estrategia y definir elementos claves que –creo– le falta concretar?
La Estrategia menciona el desarrollo de tecnologías, innovación, transformación productiva y encadenamientos, pero no define cómo se espera condicionar a los inversionistas extranjeros para que aporten y transfieran nuevas tecnologías al desarrollo productivo de Chile y contribuyan a fortalecer la institucionalidad. Se destacan la creación de la Empresa Nacional del Litio y del Instituto Tecnológico y de Investigación Público de Litio y Salares, pero no se menciona a los procesos de captura y transferencia de tecnologías, ni el eventual papel que podrían jugar las empresas chilenas, las universidades y otros centros de investigación nacionales.
Sin embargo, está claro que no podemos esperar a que las empresas inversoras sean las que hagan todo el aporte de manera voluntaria, por lo que ya deberíamos estar formando nuevos líderes y profesionales en universidades y centros de excelencia. Si efectivamente buscamos hacer uso temprano, rentable y de manera sustentable –por el mayor tiempo posible– de las “ventajas naturales” que se dice tenemos en la industria, también deberemos agregarle valor, con nuevos conocimientos y experiencia. Se ha cuestionado la capacidad de Corfo y de Codelco para realizar estas tareas, por lo que debemos anticiparnos, para así contrarrestar las posibles “debilidades de crecimiento” o desventajas que pudiéramos ofrecer en las negociaciones con las empresas postulantes. Ya debiéramos tener una propuesta de trabajo claramente definida a este respecto. Sospecho, no obstante, que si ya tuviéramos el conocimiento técnico y la experiencia que se requiere para desarrollar competitivamente la industria del litio, ya estaríamos en ello.
Más importante, la Estrategia Nacional del Litio parece desconocer los vaivenes actuales del proceso de globalización (o de “desglobalización”), así como la reconfiguración geopolítica global en ciernes, cambios que podrían claramente “redefinir” el valor monetario y estratégico futuro del litio. No podemos ignorarlos. Sospecho, sin embargo, que no estamos preparados para tomar una decisión a ese respecto, puesto que aún no tenemos prioridades claras en materia de relaciones económicas internacionales, o de integración económica y de comercio. Por el momento, solo tenemos declaraciones que no avanzan en direcciones claras.