Si quedó ya demostrado que una Constitución sí tiene que ver con los problemas reales de la población de un país, Ferrajoli, de cara a las emergencias o catástrofes globales antes mencionadas, propone un constitucionalismo igualmente global, o sea, supraestatal, de manera que este carácter supraestatal no lo tengan solo los mercados, el dinero y el fútbol. “Una utopía”, acusarán algunos, ¿pero cuál otro podría ser el manejo y eventualmente la salida para las numerosas, persistentes y cada vez más crecientes crisis a nivel mundial? La fiebre que muestra tener hoy el planeta no va a bajar, y menos a desaparecer, si no es por un acuerdo global de los países que supere “la total inadecuación de nuestras actuales instituciones, nacionales e internacionales, para hacer frente a las emergencias globales”.
Hemos envenenado el mar, contaminado el aire y el agua, deforestado y desertizado millones de hectáreas de tierra, y provocado la disolución de los casquetes polares de Groenlandia, y la extinción de millares de especies animales y vegetales en la Antártida (Luigi Ferrajoli)
Los individuos, comprensiblemente inmersos en sus asuntos y problemas personales y familiares, y los gobiernos, que suelen vivir en el presente más inmediato, con la vista puesta en los sondeos de opinión pública y el oído alerta a la siguiente sirena que va a sonar en la sala de guardia, no disponen de tiempo, ni tienen tampoco mayor disposición, para ocuparse de los problemas globales del presente –todos muy graves—, salvo cuando estos adquieren presencia en las fronteras o al interior del Estado nacional en que se vive. Un buen ejemplo al respecto es el de la migración: durante largo tiempo la observamos desde aquí con distancia, y hasta con cierta frialdad, cuando asistíamos a ella a través de remotas imágenes de televisión que mostraban sus efectos en los mares y países de Europa y América del Norte. Pero cuando ella apareció masivamente en nuestras propias fronteras, encarnada en migrantes empobrecidos que llegan aquí por razones de hambre y desprotección en sus países de origen, recién entonces vinimos a tomarle el peso al fenómeno migratorio y a preocuparnos seriamente de él. Espero que no sea necesario un conflicto armado con algunos de nuestros países vecinos para tomarle también el peso a la guerra entre Rusia y Ucrania, que dura ya más de un año, mientras el mundo “yira, yira”, tal como dice el famoso tango de Santos Discépolo.
Se trata de una guerra local –califican algunos–, una como tantas otras de este y el pasado siglo, una más de las “guerras acotadas” de nuestro tiempo, pero anda tú a explicarles eso a los ucranianos. Todos lo sabemos: cuando aparece una pistola en el primer acto de una obra de teatro, o en las imágenes iniciales de una película, no se puede tener ninguna duda de que el arma va a ser utilizada más adelante por alguno de los personajes. Pues bien: con las armas nucleares podría ocurrir lo mismo.
He aquí dos de las cinco emergencias o catástrofes globales de nuestro tiempo que el filósofo italiano del derecho, Luigi Ferrajoli, analiza en el último y más atrevido de sus libros, Por una Constitución de la Tierra. Además de ellas –la amenaza nuclear y la producción y tenencia de armas, y la migraciones masivas–, el jurista señala la catástrofe ecológica, la explotación ilimitada del trabajo y su devaluación en aquellos países que ofrecen condiciones favorables para hacer de él algo muy parecido a la esclavitud, y la lesión de las libertades y desatención, cuando no el desconocimiento, de los derechos sociales. A esas cinco emergencias podría agregarse una sexta –las enfermedades globales, de una de las cuales todavía no se salimos del todo–, si bien algunas de ellas podrían cargarse a la cuenta de la emergencia ecológica, y también una séptima: la muerte por hambre, sed o enfermedades que tienen en cura, y esto último en extendidas zonas del planeta.
Ese habitual cinismo al que somos propensos, y que parece ir en aumento en nuestro medio, hará a muchos torcer un poco la boca, encogerse de hombros, y decirnos con un deje de mordacidad que aquellos son problemas demasiado grandes como para ocuparnos de ellos sin descuidar la alarma por un nuevo retiro de fondos previsionales o la conducta de las isapres. Así como durante largo tiempo escamoteamos nuestro problema constitucional en nombre de los llamados “problemas de la gente”, del mismo modo nuestro cinismo criollo cree hoy que podemos soslayar los problemas globales en nombre de nuestras preocupaciones locales.
Si quedó ya demostrado que una Constitución sí tiene que ver con los problemas reales de la población de un país, Ferrajoli, de cara a las emergencias o catástrofes globales antes mencionadas, propone un constitucionalismo igualmente global, o sea, supraestatal, de manera que este carácter supraestatal no lo tengan solo los mercados, el dinero y el fútbol. “Una utopía”, acusarán algunos, ¿pero cuál otro podría ser el manejo y eventualmente la salida para las numerosas, persistentes y cada vez más crecientes crisis a nivel mundial? La fiebre que muestra tener hoy el planeta no va a bajar, y menos a desaparecer, si no es por un acuerdo global de los países que supere “la total inadecuación de nuestras actuales instituciones, nacionales e internacionales, para hacer frente a las emergencias globales”.
Afirmé antes que el libro de Ferrajoli era “atrevido”, y lo es porque en sus páginas finales incluye el texto de cien artículos de su propuesta para la “Constitución de la Tierra”. Una meta que se ve muy lejana en este momento, pero que no habría que desechar en nombre de la que en boca de algunos se ha vuelto una mala palabra: utopía.
No será posible una salvación común sin una acción común. ¿Pero estamos todavía a tiempo?