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Chile y la rivalidad China-Estados Unidos Opinión

Chile y la rivalidad China-Estados Unidos

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Boris Yopo H.
Por : Boris Yopo H. Sociólogo y Analista Internacional
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Chile es un país que geográfica y culturalmente se encuentra en el llamado mundo occidental, pero somos del hemisferio sur, de desarrollo intermedio, y no formamos parte de alianzas militares, políticas o económicas del mundo occidental desarrollado. Esa es nuestra especificidad, a partir de la cual hacemos política exterior. Y no somos neutrales ni equidistantes ante grandes desafíos y conflictos que afectan al mundo. Respondemos de acuerdo a nuestros intereses, de acuerdo a nuestras capacidades, pero también a nuestros principios.


Las relaciones entre China y Estados Unidos han sufrido un deterioro creciente en estos últimos años. Las tensiones en el mar del sur de China, en el tema de Taiwán, en la guerra en Ucrania, la competencia tecnológica, o por influencia en los países del Sur Global, son todos temas que han generado un creciente enfrentamiento entre autoridades de ambos países, una de cuyas últimas muestras fue la negativa del ministro de Defensa de China a reunirse con su contraparte estadounidense, en una reciente conferencia organizada por el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos de Londres. Y ya en Estados Unidos hay un consenso en su élite de política exterior en cuanto a que el principal adversario de este país, en el presente siglo, será China y lo que se percibe como su agresiva expansión en el Asia y otras regiones del mundo.

En cuanto al continente asiático, la historia de las relaciones internacionales enseña que toda potencia ascendente busca la exclusión de otras potencias en su vecindad cercana, si sus capacidades lo permiten. Estados Unidos lo hizo en América Latina con la Doctrina Monroe y sus posteriores versiones, y diversas acciones de China en el continente asiático apuntan hoy en la misma dirección. La interrogante, entonces, es si China continuará tolerando la extensiva y poderosa presencia militar norteamericana en el Este del Asia o si, por el contrario, buscará introducir una fisura entre este país y sus aliados, lo que eventualmente forzaría a una disminución en la presencia estadounidense en esa zona.

El académico de Harvard, Stephen Walt, habla de una estrategia gradual y de “baja intensidad” tendiente a modificar acuerdos y entendimientos regionales en una nueva dirección favorable a los intereses estratégicos de China. Ahora, el liderazgo de este país busca evitar, al mismo tiempo, un escalamiento de tensiones que podría afectar las perspectivas de consolidación de su proceso de desarrollo económico. Pero lo cierto es que China está haciendo un uso creciente de sus nuevas capacidades, desconfía de iniciativas norteamericanas (percibidas como un intento de cercar estratégicamente a este país) y expande crecientemente su influencia también en otras regiones del mundo.

Hoy, en realidad, lo que ya vemos es una rivalidad global donde ningún territorio ya es irrelevante para los intereses geopolíticos de ambas superpotencias. De ahí, por ejemplo, la reciente ofensiva diplomática de autoridades estadounidenses de alto nivel en el continente africano, lugar donde China ha logrado penetrar fuertemente en las últimas décadas a través de millonarios créditos y proyectos de infraestructura. Algo similar se ve también en América Latina, en países como Argentina, Honduras, Perú, y ahora un reimpulso en los vínculos bilaterales con Brasil, a partir de la llegada de Lula. China, por su parte, es el mayor socio comercial que tiene nuestro país en el mundo, y ahora veremos una fuerte competencia por las futuras inversiones en la industria del litio.   

Este último caso, hace visible un problema que viven hoy todos los países expuestos a esta rivalidad global: cómo posicionarse y proteger los intereses nacionales frente a esta disputa. Esto, claro, si no se opta por un abierto alineamiento. En definitiva, cómo implementar una estrategia de política exterior orientada a ampliar los márgenes de maniobra para, dependiendo del tema, optar por políticas que sirvan a nuestros intereses, con la mayor autonomía posible frente a poderosos actores siempre presentes, en cualquier negociación internacional.

Para esto, hay ciertos elementos que parecen claves: un máximo consenso interno frente a materias sensibles, participar de alianzas flexibles con países fuera de la región con los cuales se comparten intereses y políticas específicas, y contribuir a fortalecer las capacidades negociadoras de nuestra región ante otros bloques y potencias globales. Si se avanza en estos tres pilares, se resguardan de mejor manera nuestros intereses en un mundo cada vez más marcado por rivalidades y tensiones, que inevitablemente nos golpearán.

Y ello no implica renunciar a los principios y tradiciones que han sido un sello de nuestra política exterior. Chile es un país que geográfica y culturalmente se encuentra en el llamado mundo occidental, pero somos del hemisferio sur, de desarrollo intermedio, y no formamos parte de alianzas militares, políticas o económicas del mundo occidental desarrollado. Esa es nuestra especificidad, a partir de la cual hacemos política exterior. Y no somos neutrales ni equidistantes ante grandes desafíos y conflictos que afectan al mundo. Respondemos de acuerdo a nuestros intereses, de acuerdo a nuestras capacidades, pero también a nuestros principios.

Así lo hizo el Presidente Lagos al no plegarse a la estrategia de Bush y condenar la invasión norteamericana a Irak, así lo hizo el Presidente Boric ante la invasión rusa a Ucrania, y así hemos condenado también el embargo económico a Cuba, las violaciones de derechos humanos en Nicaragua y Venezuela, o los abusos contra los palestinos en los territorios ocupados. En algunos casos podremos tener más convergencia con China, en temas comerciales o de inversiones, por ejemplo; en otros, con Estados Unidos. Sin embargo, en el contexto de esta creciente rivalidad, es clave asegurar una necesaria autonomía que va a ser puesta a prueba, inevitablemente, en los años que vienen. En otras coyunturas en el pasado se pudo, y ahora no tendría por qué ser distinto, pero habrá que tener una estrategia y un horizonte claros, porque esta nueva rivalidad entre la superpotencia establecida y la superpotencia ascendente llegó para quedarse.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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