Publicidad
Asia Central: sale Rusia, entra China Opinión

Asia Central: sale Rusia, entra China

Publicidad
Juan Pablo Glasinovic Vernon
Por : Juan Pablo Glasinovic Vernon Abogado de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC), magíster en Ciencia Política mención Relaciones Internacionales, PUC; Master of Arts in Area Studies (South East Asia), University of London.
Ver Más

Creyendo haber alcanzado el cénit de su proyecto, Putin deja en evidencia su debilidad e inviabilidad. Sin disparar un tiro está perdiendo inexorablemente lo que creía era su patio trasero y perderá también el que considera su antejardín, lamentablemente a sangre y fuego. Ambos fenómenos están vinculados. China queda en la pole position para beneficiarse de esto, pero también se abre la posibilidad para los países de Asia Central de diversificar sustantivamente sus vínculos con nuevas opciones. 


Mientras desde hace más de un año las tropas rusas siembran la destrucción y la muerte en Ucrania, incluyendo la de miles de rusos por designios de un solo hombre que se siente llamado a trascender en la historia mundial y de su país, en Asia Central están ocurriendo cambios profundos, acelerados por esta guerra. No hay acción sin reacción, y la dinámica que Putin echó a andar en Ucrania está impulsando fuerzas centrífugas en la región. Si el presidente ruso pensaba que anexar Ucrania era la movida más importante en su afán de reconstituir al menos la “Gran Rusia”, cometió un grueso error y, en vez de engrandecer a su país, definitivamente le está haciendo perder poder e influencia, particularmente en lo que considera su “patio trasero”.

Cuando nos referimos a Asia Central, aludimos a cinco países: Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán, Estados que nacieron a la vida independiente como exrepúblicas soviéticas cuando la URSS se disolvió en 1991. Sus fronteras emergieron de los límites administrativos que tenían en la Unión Soviética, lo que, por supuesto, no se correspondía mayoritariamente con accidentes geográficos o comunidades nacionales, generando una abigarrada amalgama de pueblos en la mayoría de los casos.

Todos estos países son un mosaico étnico, sin historia de vida independiente común, más allá de ciertas autonomías dispersas organizadas en kanatos, clanes o tribus. Mayoritariamente siempre fueron parte de algún imperio, siendo el último el ruso, con su culminación soviética.

Por su ubicación geográfica, fueron tradicionalmente el lugar de paso en el comercio terrestre entre Oriente y Occidente, en lo que se conoce como la Ruta de la Seda.

Si bien estos Estados son multiétnicos, un factor aglutinador común es el islam, religión mayoritaria en esta región.

Desde la segunda mitad del siglo XIX, pero particularmente durante el período soviético, se impulsó la rusificación de esos territorios. Eso se tradujo primariamente en la enseñanza obligatoria del ruso, junto con la adopción del alfabeto cirílico, incluyendo la escritura de los idiomas locales. Hasta los nombres propios fueron adaptados a la usanza rusa. A lo anterior se sumó la instalación de importantes comunidades ruso-eslavas en esos territorios.

Cuando se disolvió la Unión Soviética en 1991, los nuevos Estados tuvieron que construir su institucionalidad y su identidad. El patrón común en esos difíciles años fue la conformación de regímenes autoritarios, de continuidad con su experiencia soviética, y como única forma de mantener unidas a poblaciones que poco tenían en común.

La implosión soviética tuvo devastadores efectos sociales y económicos. La lógica productiva y comercial, sostenida por una planificación central y fundada en empresas estatales, quedó por los suelos. Esto, entre otras cosas, sumado al empoderamiento natural de las etnias locales, empujó a la mayoría de los rusos-eslavos a emigrar a la nueva Rusia, temerosos de convertirse en minorías discriminadas, además de buscar mejores perspectivas de vida.

La disolución soviética también dejó abierta la puerta al aumento del club de poseedores de armas nucleares, al quedar el arsenal de misiles repartido por todo el territorio. Pero en esto Rusia (con el apoyo de Estados Unidos) reaccionó rápidamente y negoció su recuperación a cambio de respetar la soberanía de estos Estados (con Ucrania incluso celebró el Acuerdo de Budapest en 1994, mediante el cual este país renunció a las armas nucleares, a cambio de seguridad y reconocimiento como país independiente).

Tan pronto Vladimir Putin accedió al poder, comenzó con su objetivo de reconstituir, en la medida de la posible, lo que fue la URSS. En ese esquema se distinguen dos visiones y aproximaciones. Por un lado, están Bielorrusia y Ucrania, que Putin considera son parte de la “Gran Rusia Eslava” y que más temprano que tarde deben fundirse en un solo país (entiéndase anexarse). Por el otro, están los Estados de Asia Central, que deben permanecer como un área de influencia y seguridad inmediata, con la posibilidad de anexar algunos territorios en función de su población eslavo-rusa.

Los territorios de Asia Central y especialmente Kazajstán, son ricos en materias primas, incluyendo minerales estratégicos e hidrocarburos, además de constituir una zona tapón con China, disminuyendo la extensa frontera directa entre ambos países.

Tempranamente Rusia buscó generar mecanismos para mantener algún grado de ascendiente sobre estos países, lo que enfocó más bien por el lado de la seguridad que era su mayor fortaleza. En 1992 se fundó la Organización del Tratado de la Seguridad Colectiva (CSTO), que incluye a Bielorrusia, Armenia, Kazajstán Kirguistán y Tayikistán, y que tuvo un rol liderado por Rusia en evitar la caída del presidente Tokayev, de Kazajstán, ante las protestas populares en enero del 2022.

Pero a poco andar, China comenzó a desarrollar una activa política hacia la región, en una primera fase enfocada en lo económico, procurando asegurar el suministro de materias primas para sus manufacturas, pero pronto después incorporando también la dimensión de seguridad con el objetivo de aislar Xinjiang de la posibilidad del radicalismo islámico separatista (la población local de esa región china, los uigures, son musulmanes). En 1996 se constituyó el grupo los Cinco de Shanghái (Kazajstán Kirguistán y Tayikistán, Rusia y China), antecesor de lo que en 2001 se conformó como la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) sumando a Uzbekistán y más tarde a India y Pakistán.

Como era previsible, los nuevos países del Asia Central no podían escapar de su realidad geopolítica, atenazados entre China y Rusia. Por eso, desde el principio han buscado equilibrar estas influencias, incluyendo alianzas externas.

La intervención de Estados Unidos en Afganistán evocó por algún tiempo y para algunos (incluyendo a Rusia) la competencia por el predominio en Asia Central del siglo XIX, pero los intentos estadounidenses por ejercer más influencia regional se limitaron infructuosamente a tener bases en los países vecinos de Afganistán para apoyar sus operaciones ahí. La retirada norteamericana significó también bajarle la prioridad a su política exterior en la región, donde Estados Unidos no tiene intereses vitales.

La presencia de Estados Unidos en Afganistán sublimó de alguna manera la competencia entre Rusia y China en la región, al incentivar al menos una posición común frente al adversario también común, pero no la eliminó. Otro elemento que ha morigerado la competencia es que tanto a Rusia como a China les conviene la estabilidad en la zona.

Un acuerdo tácito que desarrollaron ambos países en esos años fue una distribución de funciones y áreas de influencia. Mientras China se aseguraba el liderazgo en la dimensión económica, dejaba a Rusia el predominio en el ámbito de la seguridad.

Con la instalación de Xi como presidente, empezó una nueva fase en la proyección de China en la región. En 2013, el gobernante chino de visita en Kazajstán presentó oficialmente su iniciativa de la Franja y la Ruta, para un vasto plan de infraestructura al servicio del intercambio comercial, con ese país como pilar relevante. Esto evidentemente encendió las alarmas en Moscú y, al año siguiente, Putin anunció la creación de la Unión Económica Euroasiática (UEE) con Kazajstán, Kirguistán, Bielorrusia, Armenia y Rusia. En el 2015, para no seguir estimulando la competencia, las partes acordaron vincular la UEE con la Franja y la Ruta. En 2016, Putin proponía la estrategia de la Gran Asociación Euroasiática, para estimular el intercambio y la cooperación desde Lisboa hasta Japón.

La exitosa intervención rusa para salvar el régimen de Tokayev en Kazajstán a comienzos del 2022 parecía reflejar la solidez de su ascendiente en la región, pero la posterior guerra en Ucrania ha abierto otro escenario.

En efecto, Kazajstán, que tiene un porcentaje significativo de población rusa, temeroso de poder convertirse en la próxima presa de Putin, ha tomado una serie de medidas para marcar distancia con Rusia. Entre ellas está el mantener una política de puertas abiertas a los rusos que han escapado para evitar la conscripción (se estima que más de un millón han salido del país por esa razón). También se ha embarcado en una política de desrusificación, cambiando el alfabeto cirílico por el romano para el idioma kazajo. A eso se suma una explícita declaración del presidente Xi con motivo de una visita al país en septiembre pasado, de apoyo absoluto a la independencia e integridad territorial de Kazajstán (lo que se entiende inequívocamente dirigido a Rusia).

El esfuerzo de guerra, además de las sanciones, ha debilitado a Rusia, la cual ha aumentado su dependencia de China, lo que sin duda se reflejará en Asia Central. A la debilidad rusa, que veo de largo aliento por razones económicas, tecnológicas y demográficas, se suma una rápida pérdida de influencia cultural con las nuevas generaciones centroasiáticas que ya no aprenden el ruso ni están expuestas a él. Por último, en lo económico, lo poco que Rusia tenía para ofrecer, básicamente en trabajo para ciudadanos de estos países que remesaban a sus hogares, ha quedado seriamente mermado por las sanciones y el propio estado de guerra.

El vacío que está dejando Rusia y que se ha acentuado dramáticamente por su incursión en Ucrania, está también despertando el interés de Turquía (hay un alto porcentaje de la población de la región que comparte esa etnia y cultura), Irán e India, que se están sumando al hasta hace poco duopolio.

En suma, creyendo haber alcanzado el cénit de su proyecto, Putin deja en evidencia su debilidad e inviabilidad. Sin disparar un tiro está perdiendo inexorablemente lo que creía era su patio trasero y perderá también el que considera su antejardín, lamentablemente a sangre y fuego. Ambos fenómenos están vinculados.

China queda en la pole position para beneficiarse de esto, pero también se abre la posibilidad para los países de Asia Central de diversificar sustantivamente sus vínculos con nuevas opciones.                               

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias