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Sobre el acuerdo Chile-UE para hidrógeno verde y sus consecuencias no visibles Opinión

Sobre el acuerdo Chile-UE para hidrógeno verde y sus consecuencias no visibles

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Chile es un país que durante la última década ha construido un paisaje energético a partir de sus ventajas geográficas, sin embargo, la energía renovable requiere una mayor ocupación espacial para producir el mismo nivel energético que los combustibles fósiles. En dicho sentido, “es fundamental no repetir los errores del modelo energético actual, que además de su contribución a la crisis climática, ha generado en Chile múltiples zonas de sacrificio”.


El Presidente de la República, Gabriel Boric, se reunió con la Presidenta de la UE, Ursula von der Leyen, para firmar un acuerdo de cooperación para el desarrollo de la industria de hidrógeno verde. En medio de todas las palabras de buenos augurios y amistad, vale la pena abrir una reflexión sobre supuestos implícitos y consecuencias no visibles de estas alianzas, en un contexto de crisis climática y ecológica. 

En primer lugar, no estamos rechazando ni oponiéndonos al desarrollo de energías limpias, ni a la profundización de acciones de cooperación multilateral. El desafío de la descarbonización y abandono de los combustibles fósiles es central para el planeta y quienes lo habitamos, pero la tensión no resuelta apunta al camino de solución propuesto. Con esta columna, esperamos aportar  al debate sobre los efectos territoriales de un Chile exportador de hidrógeno verde, con miras a una mejor ejecución de dicha política.

La demanda energética europea se sustenta en la mantención de un estilo de vida altamente dependiente de energía, al mismo tiempo que la restricción espacial de lugares donde producirla, ergo, Europa, debe salir a buscarla.

Chile es un país que durante la última década ha construido un paisaje energético a partir de sus ventajas geográficas, sin embargo, la energía renovable requiere una mayor ocupación espacial para producir el mismo nivel energético que los combustibles fósiles. Este fenómeno, denominado Energy sprawl en inglés, afecta principalmente a territorios rurales, donde en apariencia hay mayor disponibilidad de suelos, pero la ley de la termodinámica nos indica que no existe la suma cero. Algo debe ceder.

El mayor uso de suelo rural para usos energéticos implica dejar de producir alimentos, afectar actividades económicas alternativas (concentrar agricultura en la agro industria y expulsar a pequeños productores) fragmentación de hábitat, cambios en temperaturas locales, intervención de territorios indígenas, entre otros efectos socioambientales que no han sido debidamente considerados al momento de aprobar la instalación de parques fotovoltaicos o eólicos a lo largo del territorio.

La infraestructura de transmisión es otro de los desafíos para la planificación territorial de zonas rurales donde se concentra la producción energética para la exportación. Alguien podría preguntar cuál es el problema de instalar en el desierto de Atacama campos solares para exportar energía, pero debemos recordar que los desiertos son ecosistemas frágiles y, ante un futuro de escasez hídrica, su comprensión y conocimiento son centrales para proponer soluciones y viabilidad a nuestros modos de vida, por lo que debemos compatibilizar las necesidades energéticas externas con nuestros propios desafíos ante la variabilidad climática, donde el desierto juega un papel central.

Estos efectos ya han generado rechazo en la misma Europa, donde se han iniciado movimientos de oposición a la instalación de turbinas o paneles por su efecto incluso estético, que afecta la identidad rural. Entonces, aquellos países que deseen recibir la inversión europea, debiesen implementar medidas y estándares similares a aquellos que los mismos habitantes de Europa esperan para sus territorios rurales. 

En segundo lugar, la escala. Las energías renovables son energías con un alto potencial descentralizador y de autonomía territorial. Sin embargo, la tendencia en la economía global del hidrógeno es mantener una estructura energética de escala global, donde unos pocos países concentren la producción para exportación y otros sean los usuarios. Un argumento a favor de esta escala global es la economía de escala requerida para que la producción de hidrógeno sea viable económicamente, pero ello lleva el foco al alto costo de la incipiente y aún en desarrollo tecnología para la producción y uso de esta energía. Sin tener claro aún los usos y demanda, es difícil planificar a qué escala hace sentido. La ingeniería e innovación de productos debe sumarse entonces al debate con plazos y fines realistas. En otras palabras, el hidrógeno no es todavía una energía viable ni eficiente a una escala global.

Este punto también apunta al permanente debate sobre la capacidad de nuestro país de agregar valor a sus commodities de exportación y el tipo y calidad de empleo asociado a la producción de energías renovables, tanto a nivel local como nacional. Más allá de declaraciones de buena crianza sobre los  nuevos empleos que creará esta industria hay que preguntarse ¿cuántos, dónde, para quienes?

La revisión de políticas nacionales de hidrógeno verde da un rango desde 600 mil empleos en India (orientada a la producción interna) al 2030, mientras que Australia (con una explícita orientación exportadora de hidrógeno) estima en forma optimista 7600 empleos. Ambos son países con industrias importantes, por lo que los empleos identificados aducen también al efecto multiplicador en la economía local. Existen muchas promesas respecto de los beneficioso que será para el desarrollo local la llegada de la industria del Hidrógeno. Sin embargo, los proyectos hasta ahora propuestos se proponen fundamentalmente para exportación o consumo industrial de la gran minería, sin dar una respuesta a las necesidades energéticas locales y a los desafíos pendientes respecto de una producción de energía descentralizada y al acceso justo y equitativo a la energía. 

Finalmente, la producción de hidrógeno verde requiere un recurso central: agua. En un país donde el principal efecto de la crisis climática es la escasez hídrica, cabe la pena conversar sobre el origen del agua para la producción de hidrógeno de exportación. Los proyectos en cartera proponen plantas desaladoras como principal insumo; es decir, usar agua del mar. Esto implica la concentración de plantas en zonas costeras, lo que invita a entender los efectos sobre biodiversidad y comunidades costeras de estas plantas. Existen estudios que proponen el uso de aguas residuales urbanas (por ej. aguas grises), lo que podría generar sinergias interesantes, pero desafíos de conectividad entre la ubicación de las energías renovables (zonas rurales), el agua y los puertos para su exportación. 

Hasta el momento, la denominación de “verde” del hidrógeno se ha establecido exclusivamente respecto del tipo de energía que se utiliza para producirlo: si es en base a energías renovables recibe dicha nomenclatura. Sin embargo, para que podamos hablar realmente de un hidrógeno que aporte de manera integral a la crisis climática y ecológica que vivimos, debemos mirar el conjunto de impactos socioambientales y territoriales asociados a la producción de este nuevo commodity, especialmente cuando Chile plantea una estrategia fuertemente exportadora. 

Esperamos que la alianza Chile-UE para la producción de hidrógeno verde considere también estos frentes, para fortalecer los beneficios de la economía verde en territorios rurales y los ecosistemas que los sostienen. Es fundamental no repetir los errores del modelo energético actual, que además de su contribución a la crisis climática, ha generado en Chile múltiples zonas de sacrificio. Estas lógicas no puede ser replicadas en el nombre de la transición y para ello es fundamental un comprensión holística del territorio.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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