La política hoy está más que nunca permeada de maquiavelismos de diversa especie, sobre todo comunicativos. Esto, en lo más hondo de sus conciencias, lo saben muy bien los políticos. Pero tan presos están en esta lógica bicentenaria, que invierten tiempo, dinero y esfuerzo, no intentando hacer partícipes a los ciudadanos de una determinada discusión, sino embolinándoles la perdiz y enlistándolos a favor de su postura como fanáticos. En otras palabras, no les interesa la crítica ni ponderar sus planteamientos, sino desviar las miradas y que se critique y sepulte al adversario.
Las democracias maduras, al igual que una empresa o un sistema económico que se ha consolidado en el tiempo, requieren trabajo. Es ingenuo pensar que dependen de la libre voluntad de las personas que componen un país, sobre todo cuando la mayoría se la pasa todo el día en sus trabajos (remotos o presenciales) y es solo una fracción la que goza del tiempo para proponer mejoras o cambios sustantivos sobre sus sociedades. A la fecha, de hecho, es posible que no exista tal democracia en el mundo todavía. Pero que no exista en otra parte, no significa que no podamos catapultarla desde Chile.
Por lo mismo, sería interesante que usáramos la instancia del Servel para promover entre los ciudadanos plebiscitos verdaderamente racionales (si no al menos tan racionales como sea posible), explicando, por ejemplo, cómo es que funciona nuestra mente y qué elementos pueden engañarla.
De esa manera, no solo estaríamos predisponiendo una mayor sensatez en los votantes, sino también estaríamos construyendo una cultura electoral decente y obligando a las facciones políticas a sofisticar su discurso, y a que se denuncien unas a otras en sus imposturas y tretas. En fin, estamos obligando a los políticos a que elaboren propuestas encaminadas a una mutua y sincera comprensión, de cara una construcción democrática y racional del país.
El Servel podría pasar por radio, televisión y redes sociales spots publicitarios donde se llame a los compatriotas a votar juiciosamente, discriminando en las propuestas de la clase política todos aquellos ardides y artificios que le cambian el foco o le hacen perder de vista asuntos que puedan ser de su interés y del interés de todos. La idea es que se sientan avergonzados frente a potenciales trampas, y que su voto implica una responsabilidad que es previa a la concurrencia a la urna. Una manera súper intuitiva es dando ejemplos de los tipos de sesgos cognitivos que pueden afectarles y los resultados posibles de ellos (la odiosa polarización, por ejemplo).
Hay que recordar que, en psicología, los sesgos cognitivos son patrones de pensamiento irracionales o distorsionados que afectan la percepción y toma de decisiones de una persona. Son el resultado de la influencia de prejuicios, experiencias previas, emociones o simplemente la forma en que procesamos la información.
He aquí unos pocos sesgos extraídos de la vasta literatura científica que existe al respecto:
De esta manera, para llamar a unas elecciones y promover campañas electorales más racionales, el Servel podría esgrimir:
«Es tu responsabilidad un voto informado, pero también juicioso. Las propagandas electorales pueden contener elementos disuasivos, los cuales, si bien pueden contribuir a reforzar una idea, también operan, como hace el neuromarketing, en favor de distorsionar tu percepción de la realidad y hacer perder de vista tus verdaderos intereses y los intereses del resto de tus compatriotas. Recuerda, una democracia buena y justa se construye desde una conciencia que está libre de prejuicios y dispuesta a recoger lo más racional de cada discurso o programa político. Un voto verdaderamente informado, es también un voto no sesgado».
En mi opinión, la política hoy está más que nunca permeada de maquiavelismos de diversa especie, sobre todo comunicativos. Esto, en lo más hondo de sus conciencias, lo saben muy bien los políticos. Pero tan presos están en esta lógica bicentenaria, que invierten tiempo, dinero y esfuerzo, no intentando hacer partícipes a los ciudadanos de una determinada discusión, sino embolinándoles la perdiz y enlistándolos a favor de su postura como fanáticos. En otras palabras, no les interesa la crítica ni ponderar sus planteamientos, sino desviar las miradas y que se critique y sepulte al adversario. No se puede entender cómo hay algunos que se dicen “liberales”, si no quieren liberar las conciencias de los chilenos para hacerlos parte sin trabas en la construcción política.
Las propagandas electorales que hemos visto hasta acá son deprimentes, sobre todo las que vienen de la extrema y centroderecha. Ellas están plagadas de competencia, caricaturas, un nulo sentido de unidad o de llegar a acuerdos con el adversario, además de desvirtuar el propósito original por el cual estamos votando, reduciendo todas las preocupaciones a la seguridad nacional, como si este asunto contingente hubiera sido el que gatilló las protestas sociales de 2019, y como si esa lógica hobessiana de conservar un orden social a través del miedo pudiera rendir muchos frutos a largo plazo. En particular, el pegajoso jingle del Partido Republicando, “RE”, fue como un “Reforzamiento” de las ideas de “Rechazar lo nuevo” y “Restaurar lo viejo”; fue como un “Miente, miente, que algo quedará”.
El tema de la seguridad es importante, por supuesto, pero esas mismas personas que lo reivindican, no mencionan que la delincuencia no es un asunto de armar hasta los dientes a Carabineros (cuyo sentido del deber y del poder podría verse, además, distorsionado), como tampoco de escoger libremente si se quiere o no ser delincuente, pues detrás de esa elección hay una arquitectura social que la facilita.
Sinceramente, elevar el tema de la delincuencia sin otra consideración parece más bien una excusa para desviar la mente de los ciudadanos de aquellas materias que verdaderamente debieran importarles –el proyecto de una democracia sólida, justa, madura y moderna en la región –y mantener así un determinado estado de las cosas, un tipo de sociedad que no se tiene intención de cambiar en ningún sentido y cuyos bienes y males han sido y son propiciados hasta hoy por la Constitución heredada de la dictadura.