Si bien los marcos individualistas y privatizadores en que nos movemos debilitan nuestra capacidad de actuar conjuntamente, en la práctica no dejamos de ser seres interdependientes y relacionales. Desde que nos levantamos hasta que nos dormimos somos parte de tramas comunitarias que nos sostienen, nos acogen y le dan sentido a la vida. Pero somos poco conscientes de ellas. Se nos plantea el desafío de reconocer los entramados en que nos movemos y afirmarnos en ellos para producir proyectos colectivos de sociedad.
Pese a que, contra todo pronóstico, las Iniciativas Populares de Norma quedaron relativamente equilibradas entre “transformadoras” y “conservadoras”, algunas de las más votadas nos alertan sobre el deterioro de un aspecto fundamental de la sociedad: la relacionalidad. Una reclusión a lo individual y a lo familiar, una cerrazón en identidades estancas y una pérdida de conexión con los otros, son algunos de los síntomas que ponemos en discusión.
Con mi plata no: protejamos nuestros ahorros previsionales es una iniciativa que busca “garantizar la propiedad, heredabilidad y el derecho a elegir que tenemos los trabajadores sobre nuestros ahorros previsionales”. La iniciativa se opone a que el sistema tenga un componente de reparto, manteniendo solo la capitalización individual. Con mi plata no aparece como síntoma de una forma privatizada de entender los problemas sociales.
Este marco de pensamiento implica la renuncia a formas colectivas de resolver los problemas y al reconocimiento de que nos necesitamos unos a otros. Desnuda una forma de entender al ser humano como aislado, cuya existencia sólo se juega en el cuidado de sí mismo y, a lo más, de los suyos. La consecuencia es que no nos permite ver lo provechoso que sería un sistema mixto, que reúna capitalización individual y reparto solidario.
La iniciativa que busca asegurar el deber y derecho de los padres de educar a sus hijos tiene un sentido similar. Entender la educación como asunto que se resuelve en el ámbito privado, impide reconocer que la libertad de elegir sólo puede ser ejercida cuando existen condiciones adecuadas. Estas solo pueden ser generadas por el conjunto de la sociedad, de lo contrario, la libertad queda reducida a lo que cada familia pueda pagar.
Si bien los marcos individualistas y privatizadores en que nos movemos debilitan nuestra capacidad de actuar conjuntamente, en la práctica no dejamos de ser seres interdependientes y relacionales. Desde que nos levantamos hasta que nos dormimos somos parte de tramas comunitarias que nos sostienen, nos acogen y le dan sentido a la vida. Pero somos poco conscientes de ellas. Se nos plantea el desafío de reconocer los entramados en que nos movemos y afirmarnos en ellos para producir proyectos colectivos de sociedad.
Luego encontramos iniciativas que buscan afirmar ya no al individuo, sino al “ser nacional”. Una es Respeto por las actividades que dan origen a la identidad de ser chileno y la otra Reconoce como emblemas vivos de la nación chilena la cueca y el rodeo chilenos. En una sociedad que está cambiando aceleradamente necesitamos ciertos anclajes, es normal. La identidad es una necesidad humana y precisamos formarnos un concepto de nosotros mismos. Sin embargo, no tenemos por qué hacerlo de una manera esencialista, que cierra definiciones sobre, por ejemplo, lo que es “chileno”. Tener identidad no requiere negar la de otro, como lo hace, por ejemplo, el nacionalismo. La identidad se construye en un juego de relaciones. Cuando nos ensimismamos en la propia, lo que estamos haciendo es empobrecerla.
Una iniciativa distinta es Chile por los Animales. La más votada. Su propuesta es que los animales son seres vivos dotados de sensibilidad y es deber del Estado protegerlos. Es una iniciativa que nadie podría criticar. Yo mismo me siento cercano a ella. Me parece que debemos tener una relación de respeto y cuidado con los animales no humanos y con todo lo vivo. Sin embargo, en ciertas condiciones, el animalismo puede llegar a ser una forma de renuncia a lo público o anti humanismo. Por ejemplo, cuando se conjuga con la indiferencia ante el sufrimiento humano, con la renuncia a construir una mejor sociedad, con la desesperanza respecto al futuro de nuestra propia especie o con una desconexión con los otros.
En las películas solemos ver historias de niños criados o adoptados por animales. Su proceso de reencuentro con la sociedad suele ser conflictivo, lleno de contradicciones. Las personas les parecen crueles, sin corazón, hasta que logran conectar con algunas, más sensibles y acogedores. Finalmente, encuentran un lugar en lo humano, pero no dejan de amar a su antigua familia.
Creo que afirmar a los animales no humanos como seres sensibles, implica afirmar a los de nuestra propia especie, porque solo como humanidad es que podemos construir una relación distinta con todo lo vivo. El reencontrarnos con lo humano le da un sentido más completo a nuestra relación con los animales.
De distinto modo y con distinta intensidad, estas iniciativas nos alertan sobre la importancia que debemos dar a la relacionalidad humana. ¿Podemos producir una sociedad de humanos sin que sea necesariamente una sociedad humana? Sí, en la medida en que las relaciones pierdan su contenido de reciprocidad y reconocimiento del otro. Somos seres eminentemente relacionales. Nuestro “éxito” como especie es fruto de la capacidad que hemos desarrollado de cooperar, ayudarnos y vivir juntos. Por eso, la tendencia a recluirnos en lo individual y lo familiar, nuestra cerrazón en identidades estancas y la pérdida de conexión con otros son, en este sentido, una involución, una forma de anti-humanismo.