Si uno revisa las distintas actualizaciones de la biblia psiquiátrica (DSM), recién en 1973 la homosexualidad dejó de ser considerada una enfermedad mental. Sin embargo, aún se sigue patologizando a identidades de género, a través de la idea de disforia de género (DSM 5), lo que sigue siendo fatal para la vida de millones de personas. Esto responde a un biologicismo que niega el aporte de las ciencias sociales y de los estudios antropológicos feministas, que desmontan a una masculinidad hegemónica que sigue imponiendo sus términos y condiciones, a través de la psiquiatría.
El reciente rechazo de parte de la Cámara de Diputados a la acusación constitucional contra el ministro de Educación de Chile, Marco Antonio Ávila, principalmente por querer impulsar una educación sexual integral, puede verse no solo como parte de un nuevo episodio de discriminación y exclusión de los sectores más conservadores y reaccionarios del país, sino parte de un relato homofóbico que esconde sus raíces en los orígenes de la psiquiatría.
De ahí que lo sucedido con el ministro Ávila, no deba ser visto meramente como un ataque de homofobia de parte de algunos personajes de manera aislada y fanática, como es el caso de la diputada y desacreditada psiquiatra María Luisa Cordero y de la activista Marcela Aranda, o de un determinado sector político o religioso, como lo es la ultraderecha católica y evangélica, sino más bien como resultado de una mirada patriarcal de la psiquiatría desde sus orígenes como disciplina.
No es casualidad, por tanto, que recién el año pasado en Chile se haya prohibido la terapia de reconversión sexual para personas con orientaciones sexuales que se salen del molde tradicional y heteronormativo, y que recién hasta hace muy poco tiempo atrás, no existía ley de matrimonio igualitario ni la ley de identidad de género, y que aunque cueste creerlo, la sodomía fuera considerada delito hasta el año 1999.
Si uno revisa las distintas actualizaciones de la biblia psiquiátrica (DSM), recién en 1973 la homosexualidad dejó de ser considerada una enfermedad mental. Sin embargo, aún se sigue patologizando a identidades de género, a través de la idea de disforia de género (DSM 5), lo que sigue siendo fatal para la vida de millones de personas. Esto que responde a un biologicismo que niega el aporte de las ciencias sociales y de los estudios antropológicos feministas, que desmontan a una masculinidad hegemónica que sigue imponiendo sus términos y condiciones, a través de la psiquiatría.
En otras palabras, la psiquiatría ha sido un instrumento más del patriarcado y de la colonialidad, que en su fase moderna es el resultado de distintos dominios de poder (racionalistas, antropocéntricos, androcéntricos, adultocéntricos), que han reproducido distintos binarismos (cultura/naturaleza, hombre/mujer, homosexual/heterosexual, cuerdo/loco, civilizado/incivilizado, desarrollado/subdesarrollado), usando la farmacología como su mejor aliado para negar una pluralidad de experiencias y relaciones existentes.
Se podrá decir que dentro del campo de la psicología clínica, existe mucha más apertura y distintas corrientes críticas del racionalismo imperante (sistémicas, posracionalistas, gestalt), pero al no trabajar mayormente desde un enfoque de género, siguen completamente subordinadas al poder biomédico y psiquiátrico imperante, que aunque se disfrace de científico, siguen controlando la acción humana con brutales tratamientos y procedimientos, como es el caso del electroshock.
Si no es así, tomen a cualquier paciente varón y pregúntenle si alguna vez, durante su proceso psicoterapéutico, trató sus sufrimientos desde un enfoque de género, en donde la masculinidad hegemónica cumple un rol estructurante en los miedos, frustraciones y malestares subjetivos de nosotros, en donde lo emocional lo hemos bloqueado, ya que sería un rasgo de vulnerabilidad y debilidad que no debemos demostrarle a nuestros pares y salir solos adelante.
Lo mismo para mujeres y disidencias sexogenéricas que acuden a la psicología clínica, en donde tampoco está en el centro de los acompañamientos los mandatos, roles, tareas, expectativas y exigencias que la sociedad tiene, producto del patriarcado, a no ser de que la vea una persona con estudios sobre género y feminista, que siguen siendo muy pocas y pocos lamentablemente.
Dicho todo lo anterior, cobra mucho valor que el ministro Marco Antonio Ávila no haya sido acusado constitucionalmente por el Congreso de Chile, ya que dado este escenario aún de patologización de lo diferente, no podemos retroceder en derechos, sino justamente avanzar hacia una sociedad más libre, igualitaria e inclusiva, en donde nadie quede afuera por expresión, orientación e identidad, siendo la educación sexual integral un buen camino para vernos y reconocernos en nuestra diversidad.
Para aquello, debemos estar muy atentos y organizados contra quienes quieren que retrocedamos y que sigan las cosas como están, pero también frente a algunos que han usado estratégicamente la idea de educación sexual integral para perpetuar discursos de odio y de homogeneización sexual y de género, como es el caso del fallecido psiquiatra, psicoanalista y gurú para muchos, Ricardo Capponi, quien mientras fundaba el Centro de Educación Sexual Integral (Cesi), afirmaba de manera patologizante que existen algunas homosexualidades más reversibles que otras (2).