La pregunta más de fondo es si este asesinato generará algún cambio de dinámica en la región, o será un hito más en la expansión del crimen organizado porque, seamos claros: esta es la más formidable amenaza que enfrentan nuestras democracias y sociedades latinoamericanas en los últimos años. Y ningún país puede ni debe sentirse a salvo, porque todos hemos visto una o más cabezas de la Hidra o sentido su pestilencia. Es un monstruo grande y pisa fuerte y cuando supera cierta estatura, aunque se le corten cabezas, es muy difícil de exterminar y erradicar.
Por segunda semana consecutiva escribo una columna sobre los acontecimientos en Ecuador. Lamentablemente en esta oportunidad el motivo es por el asesinato del candidato presidencial Fernando Villavicencio, ocurrido en la noche del 9 de agosto.
Fernando Villavicencio, como lo había referido en mi anterior publicación, estaba entre los cuatro candidatos con mayor adhesión (de un total de ocho), aunque no se proyectaba para el balotaje. De orientación de centro izquierda, destacó por su lucha contra la corrupción en sus distintas facetas, como líder sindical, parlamentario, pero especialmente como periodista. Fue él quien hizo posible, por su investigación periodística “sobornos 2012-2016”, el proceso y posterior condena a ocho años de presidio por cohecho, contra el expresidente Rafael Correa (quien se autoexilió para no ser encarcelado). Esto le valió no solo la animosidad de Correa, quien aún siendo presidente lo persiguió judicialmente, sino que también le significó un breve exilio como consecuencia de esa persecución.
El eje de sus propuestas en esta campaña iba por la seguridad, incluyendo la reforma de la policía y del sistema carcelario.
Considerando el contexto de violencia en el cual se encuentra el país, causado principalmente por el crimen organizado y en particular por los narcos, se había asignado una escolta policial permanente a cada candidato, así como insumos de protección como chalecos antibalas. A pesar de estas medidas, Fernando Villavicencio fue atacado saliendo de un mitín en Quito, muriendo en el lugar.
¿Quién lo mató y por qué? Aunque al momento de escribir esta columna los hechos están en pleno desarrollo, incluyendo la muerte de uno de los supuestos sicarios y la captura de seis sospechosos, es posible anticipar una respuesta que va al fondo del problema. Lo mató el crimen organizado e, independientemente de la motivación puntual y de si hubo complicidad con alguien del mundo político o de otro ámbito, es un atentado contra el sistema político en su conjunto, en la más pura lógica del “plata o plomo”. Lo que no se corrompe, se elimina. Son ya varios los políticos, principalmente a nivel municipal, que han sido asesinados en los últimos meses.
En los últimos años Ecuador se ha convertido en un imán para las organizaciones de narcos. El país está posicionado justo entre los mayores productores de coca del mundo, Colombia y Perú, por lo que se le vio como un gran centro de operaciones logísticas para procesar y exportar la droga. La circunstancia además de tener una economía dolarizada facilita tremendamente el lavado de dinero. Finalmente, las organizaciones criminales apostaron por lidiar con un estado y fuerzas policiales más débiles que en los otros países mencionados.
Estas condiciones atrajeron a los carteles mexicanos de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación, que entraron en competencia con organizaciones ya establecidas y también entre sí, desatando una guerra por el control territorial, que se ha extendido hasta al interior de las cárceles y que ha exhibido altos grados de violencia y crueldad. Esto explica que en solo seis años se han quintuplicado los homicidios.
Ante el asesinato de Villavicencio, se ha producido una oleada de indignación y solidaridad nacional e internacional. Todas las autoridades ecuatorianas, incluyendo a los candidatos presidenciales y parlamentarios han cerrado filas en el sentido de que no se debe alterar el itinerario electoral y celebrar los comicios el 20 de agosto, como estaba establecido.
Lo primero que hay que preguntarse es si este hecho tendrá un efecto electoral en los días finales de la campaña. Podría potenciar a las opciones consideradas más duras en materia anti-delincuencia y también podría castigar a aquellas percibidas como más corruptas y por lo tanto vinculadas al crimen organizado. En el caso de Luisa González, quien hasta ahora encabeza las preferencias por una amplia diferencia, podría ser la más perjudicada por su afinidad con Rafael Correa y el encono que este le tenía a Villavicencio. Obviamente, cuánto impactará se verá en las urnas. El hito final y decisivo de la campaña será el debate de los candidatos este domingo 13. Ahí el manejo y posición de cada candidato a la luz del nuevo contexto condicionará su suerte una semana después.
Una segunda interrogante es cuánto incidirá esto en la agenda del gobierno electo, que recordemos tendrá poco menos de dos años de mandato.
La pregunta más de fondo es si este asesinato generará algún cambio de dinámica en la región, o será un hito más en la expansión del crimen organizado porque, seamos claros: esta es la más formidable amenaza que enfrentan nuestras democracias y sociedades latinoamericanas en los últimos años. Y ningún país puede ni debe sentirse a salvo, porque todos hemos visto una o más cabezas de la Hidra o sentido su pestilencia. Es un monstruo grande y pisa fuerte y cuando supera cierta estatura, aunque se le corten cabezas, es muy difícil de exterminar y erradicar.
Los carteles de la droga y mafias se han convertido en prácticamente toda la región en una combinación de consorcios empresariales, con verdaderos estados al interior de los países, escalando desde los municipios al ámbito nacional. Los negocios lícitos, adquiridos y alimentados por sus ingentes e incesantes ingresos ilegales, no paran de expandirse, creando dependencia. El desarrollo de estos sofisticados imperios económicos se sustenta en última medida en la fuerza de verdaderos ejércitos. Estos protegen las operaciones ilícitas y a sus líderes, destruyen a quien no se doblega y amedrentan al resto.
En las grandes urbes latinoamericanas el crimen organizado ha ido tomando el control de los barrios marginales. Si ahí la acción del Estado apenas llegaba con anterioridad, una vez instalado el narco, su control ha pasado a ser casi total. Recuperar esos territorios exige un trabajo multidimensional y sostenido por varios años.
Además de todo lo anteriormente descrito, existe una creciente simbiosis entre crimen organizado, terrorismo y guerrilla. Por eso, siendo el enemigo tan poderoso, está claro que la simple acción nacional es totalmente insuficiente. Se requiere de la cooperación internacional y esta debe profundizarse y convertirse en una de las prioridades de la política exterior de todos nuestros países.
Si bien es cierto que este problema va siendo un tema recurrente en la agenda nacional, regional y global reciente, todavía no se condice con la urgencia concreta conque debe ser abordado y menos se refleja en una acción mancomunada. Cada día que pasa no solo significa más muertes, también implica la extensión de la corrupción y del control político y social de estos grupos transnacionales. Por eso, no son suficientes las expresiones de duelo y de buena voluntad frente a la muerte de Fernando Villavicencio (en representación de tantos hombres y mujeres que han seguido la misma suerte). Es imperativo, desde todo punto de vista, incluyendo el moral, unir fuerzas y todos los recursos estatales y ciudadanos para combatir este fenómeno a nivel latinoamericano. Solo así habrá tenido algún sentido esa muerte y la de tantos otros.
Hace rato que estamos sobre aviso.
Parafraseando el famoso poema contra el peligro y la indiferencia de Bertold Brecht: primero los corrompieron y mataron, pero como yo no estaba ahí, ni estaba relacionado o no pertenecía a esa condición, no me importó. Luego cuando vinieron por mí, no quedó nadie para defenderme.