Allende es una figura histórica, memorable, a la que se pueden rendir homenajes y discursos. Pero esos discursos y homenajes serán inocuos, fundamentalmente estéticos, ocasión de reencuentros emotivos, de sentimientos a flor de piel, pero completamente irrelevantes como base de una articulación política consistente con el pensamiento y la praxis del Salvador Allende que existió efectivamente. Porque Salvador Allende ya no define el curso de la política actual.
Los esfuerzos del PC y sus aliados por sacar a Patricio Fernández de la organización de la conmemoración de los 50 años del 11 de septiembre rindieron frutos. Además, desataron un conflicto de proporciones, poniendo en tensión al Gobierno. La visibilidad y la amargura que se mostraron en la discusión, pueden desviar, sin embargo, la atención respecto de lo más importante. Pasado el tiempo, es momento de hacer hincapié en este asunto.
Pasa que la disputa es síntoma de un hecho profundo, de esos que ocurren en las capas tectónicas de la vida política y muestran un cambio decisivo en ella.
Lo que hubo tras el esfuerzo de los comunistas y sus aliados por deshacerse de Fernández, es el intento de vincular dos términos: Salvador Allende y la causa de los Derechos Humanos. Sin embargo, los dos términos no se identifican. Pero no solo eso. Además, en cierto sentido se oponen. Ninguno de los referentes de Allende en la época en que actuó como Presidente de la República (la URSS, Cuba, Yugoslavia, Checoslovaquia, Hungría, etc.) se caracterizaba por un respeto estricto o siquiera laxo a los Derechos Humanos. Al contrario, el sello de todos ellos era violarlos.
El historiador probablemente más profundo vivo en la época, testigo de los acontecimientos, Mario Góngora, no obstante tener un pasado comunista y haber votado por Allende en dos oportunidades, no pudo sino notar que el Gobierno de la Unidad Popular venía asumiendo la democracia de modo meramente instrumental y su curso apuntaba a un socialismo real como los mentados (remito a mi reciente libro El último romántico: El pensamiento de Mario Góngora, índice y cap. I descargables aquí.)
Las terribles violaciones a los Derechos Humanos experimentadas en carne propia por la izquierda chilena durante la dictadura, hicieron que el expresidente Allende quedase, sin embargo, por esa inusitada vía indirecta, póstumamente vinculado de algún modo a la causa de los Derechos Humanos. A partir de ese hecho se intenta ahora atar a Allende con esta causa. La atadura opera de tal suerte que: negar o relativizar lo primero (Allende) coincide con negar o relativizar lo segundo (los Derechos Humanos).
Por eso la salida de Fernández. Al condenar las violaciones a los Derechos Humanos, pero relativizar el Gobierno de Allende (al abrir la discusión sobre las causas del golpe), el PC y sus aliados decretaron que Fernández estaba relativizando también los Derechos Humanos (esos respecto de los que Allende mismo fue, en verdad, entre indiferente y hostil). Por tanto, procedía la expulsión del funcionario Fernández.
El esfuerzo del PC y sus aliados evidencia algo relevante, hondo, decisivo: el final de Salvador Allende como pasado con significado político privilegiado.
Hasta ahora, Allende lucía tener un tal significado político privilegiado. El pasado de Allende se discernía así de otros pasados que, como el del Montt-Varismo, el de los gobiernos radicales o el del conservadurismo ultramontano, habían perdido previamente su relevancia. Incluso tan tarde como en 2019, hubo entusiastas que identificaron las movilizaciones de octubre y noviembre con la causa de una izquierda radical y, así, con algo parecido al socialismo por el cual bregaba Allende. Todo eso cambió.
Dada la inviabilidad de un socialismo real hoy en Chile, como aquellos que tenía Allende en su cabeza (el checoslovaco, el soviético, el cubano, etc.), aun en versiones “reinterpretadas”; y tras el fracaso fundamental del Partido Comunista y otros sectores de las izquierdas más radicales en la Convención-1, se busca ahora atar, con toda decisión, a Allende a esa causa distinta de aquel socialismo real y eminentemente hostil con él: la causa de los Derechos Humanos.
Ese esfuerzo tiene el objetivo de darle proyección a Allende. La vehemencia de la operación es posiblemente manifestación de la inconsciente tristeza por la sensación de final de camino, del término de la trayectoria recorrida por las viejas banderas de aquel socialismo real en sus múltiples versiones.
Pero ¿no vendrá pronto el 11 de septiembre y habrá movilizaciones y eventualmente violencia? ¿No será ese el momento de ajustar cuentas con la historia, en el que se saldrá a las calles a demostrar el poder del PC y sus aliados? Probablemente todo eso ocurra. Será, sin embargo, completamente secundario respecto al hecho principal, al dato capital: que Allende se habrá vuelto un asunto eminentemente estético.
Se prenderán, probablemente, barricadas. Al calor del fuego los camaradas renovarán, como en la noche primordial, su compromiso con la causa. Eventualmente se cantarán, incluso, viejos himnos, “Desde el hondo crisol de la patria/ se levanta el clamor popular…”, “De pie cantar/ que vamos a triunfar…”, “Arriba parias de la tierra/ de pie los esclavos sin pan…”, “Como la sombra de la memoria viva/ vuelve al combate frontal Manuel Rodríguez…”. Podrá aparecer incluso gente armada atacando a Carabineros, evocando las acciones de los antiguos héroes del Frente, del MIR, del GAP. Sin embargo, no habrá ya una movilización con significado propiamente político, esto es, una capaz de alterar el curso de los acontecimientos y acercarnos a un socialismo real. No se verá suspendida la vida usual; no quedará amenazada La Moneda. No vamos camino ni de Cuba, ni de Nicaragua, ni de la otrora URSS. Enhorabuena.
El Presidente Boric tiene, en algún sentido, toda la razón cuando plantea: “Invito a quienes han criticado, a quienes valoramos la figura internacional profundamente democrática del presidente Allende, que se pregunten cuántos homenajes hay al presidente Allende fuera de nuestras fronteras”. Seguramente serán muchísimos.
Más todavía: Allende será invocado reiteradamente, también en Chile, por autoridades y dirigentes, en series de ceremonias oficiales y de partidos históricamente vinculados a él. Todo eso ocurrirá, sin embargo, sin efecto político alguno.
Las invocaciones serán a la vaguedad de un ejemplo; a la nostalgia de un recuerdo; a la camaradería con quienes aún están acá. No será, en cambio, la reivindicación clara, la articulación de un proyecto político dirigido con nitidez hacia un socialismo real.
De este modo, Allende ha muerto nuevamente. Ha vuelto a fallecer porque, para este ciclo al menos, ha fenecido su proyecto. Allende es una figura histórica, memorable, a la que se pueden rendir homenajes y discursos. Pero esos discursos y homenajes serán inocuos, fundamentalmente estéticos, ocasión de reencuentros emotivos, de sentimientos a flor de piel, pero completamente irrelevantes como base de una articulación política consistente con el pensamiento y la praxis del Salvador Allende que existió efectivamente. Porque Salvador Allende ya no define el curso de la política actual.
Allende ha muerto nuevamente, como en su minuto murió nuevamente José Manuel Balmaceda.
Balmaceda también lideró un proyecto político transformador. El adalid del tren y de la reivindicación de la figura del Presidente de la República frente a la oligarquía, sufrió un derrocamiento violento a manos de esta. Balmaceda, derrotado y triste, se quitó la vida, como Allende. Incluso formuló un “testamento político”, aventurando un futuro aciago bajo el parlamentarismo (cual Allende vaticinaba un futuro aciago bajo la dictadura, en su último discurso). Balmaceda, empero, murió por segunda vez cuando su proyecto político se esfumó, tras décadas de parlamentarismo, y cuando nadie quiso ya volver a él salvo para invocar su figura, su ejemplo, su hidalguía, su testimonio, especialmente entre quienes tuvieron la suerte de conocerlo.
Probablemente sin saberlo, pero el PC y sus aliados están enterrando de nuevo a Allende. Lo acompañan en su segunda muerte: su muerte política. Con vehemencia muestran que él es pasado que pasó en tanto que proyecto político efectivo. Precisamente por eso hay que atarlo ahora a otras causas, por extrañas que resulten al socialismo real que promovió (como la de los Derechos Humanos). Se le vincula a causas extrínsecas para insuflarle vida al cadáver. Es vida insuflada, empero, que carece de efecto respecto de Allende mismo y la causa por la que bregó. Con suerte le insufla vida al allendismo, a los propios activistas de la insólita síntesis: el PC y sus aliados. Muchos de ellos víctimas (como víctimas fueron muchos socialistas renovados) de violaciones a los Derechos Humanos.
El PC y sus aliados son la guardia de honor en el velatorio del proyecto político efectivo de Salvador Allende. Y lo acompañan, marcando al cortejo con elocuencia, en el momento en el que Allende se ha vuelto, como lejana estrella en el firmamento, cual José Manuel Balmaceda, figura que seguirá despertando la nostalgia, el interés histórico, las evocaciones a un pasado ido, que ya no será.